Seguidores

jueves, 26 de mayo de 2011

¡VIVAN LAS CAENAS!


Hay ocasiones en que uno observa, con la perplejidad que se ha instalado en nuestras vidas desde hace tiempo, cómo personajes de la política que padecemos en la actualidad, luego de ser desenmascarados en fraudes y corruptelas, en pelotazos urbanísticos y chanchullos de diversa índole, después de ser detenidos y sometidos al imperio de la justicia, aun siguen recibiendo en publica y clamorosa manifestación, el cariño y el aprecio de un número considerable de sus conciudadanos, que los jalean y animan cuando salen airosos y con la cabeza alta de los juzgados donde han sido sometidos al tercer grado por los magistrados de turno, circunstancia que para cualquier persona normal sería bochornosa. Sin el menor rubor niegan la mayor y se remiten, como muestra fehaciente de su buen hacer, al manifiesto fervor de quienes los han elegido. Sospecho que, por dentro les será imposible contener las estentóreas carcajadas que ha de despertarles la masa estupidizada y masoquista sobre cuyos hombros se aúpan.
El asunto se extiende, caídas en el olvido añoradas cualidades de otrora como la elegancia, el decoro, el buen gusto o la vergüenza, a buena parte de nuestra clase política, a cargos altos y bajos que se dejan regalar (nunca se sabrá a cambio de que favores o prebendas) con trajes y complementos variados de prestigiosas marcas que lucen en sus apariciones públicas, no ya sin el rubor que teñiría las mejillas de cualquiera dotado de la más elemental sensibilidad, sino con orgullo desafiante.
Y al españolito de a pie, que solo puede intervenir en asuntos políticos con la periodicidad que las urnas marcan, le recuerdan estas situaciones alguna circunstancia acontecida en tiempos pasados, en los que la masa se ufanaba también de ser pisoteada y oprimida por poderosos indignos. Hay un hecho en la historia de nuestro país que, por parecerme que viene al pelo en esta ocasión, no me resisto a recordar: hacia 1808, cuando los desaprensivos borbones, Carlos IV y Fernando VII patrocinaron el vergonzoso espectáculo de la cesión de la corona al entonces triunfador Napoleón Bonaparte, el pueblo de España, unido quizás por última vez, con toda razón les dio la espalda indignado. Y por su cuenta y riesgo emprendió (y ganó) la guerra contra el corso, otorgándose en Cádiz la primera Constitución Liberal, la famosa Pepa, llamada así por haberse proclamado un 19 de Marzo (de 1812).
Dos años después, acabada la guerra que los monarcas siguieron a cubierto desde Bayona, entretenidos en minuciosas faenas de bordado (labor en la que Fernando VII era especialmente diestro), el impresentable rey, al que nunca sabremos quién le puso el inmerecido mote de “el deseado”, volvió a hacerse cargo del trono que le correspondía por herencia. La multitud llegada de los pueblos vecinos que lo esperaba a este lado de la frontera, desunció los caballos del carruaje real y enganchándose a los atalajes, lo paseó hasta Figueras al grito de “vivan las caenas” (El profesor Comellas, catedrático de la universidad de Sevilla manifiesta que la frase pertenece a la tradición no contrastada, pero por su amplia difusión en la historiografía, vale para nuestro ejemplo).
El reinado de Fernando, una vez abolida la Constitución de las Cortes de Cádiz, fue caótico, desbordado por un conjunto de problemas de estado que excedían con mucho su capacidad. Y el de su hija Isabel II, ignorante y calentorra, abocada a desdichado matrimonio con un impotente, acabó como el rosario de la aurora y ella exiliada en Paris hasta el final de sus días.
El intento monárquico de D. Amadeo de Saboya, que le sucedió, se deshizo como un azucarillo en el café y  después del ensayo republicano-federalista de 1873, empecinados, volvimos a por la monarquía de nuevo con el joven Alfonso XII... y hasta nuestro días.
Visto lo visto, no es de extrañar que hoy día algunas personas se comporten como aquellas que arrastraban el carro real, alegrándose de que la indignidad de algunos de los que nos gobiernan acalle y enmascare la suya propia, con la excusa de que “crearon puestos de trabajo” o “produjeron riqueza, así que es lógico que, en el camino se les quedara algo entre las manos...”
La historia se repite.

viernes, 20 de mayo de 2011

NO CON MI VOTO



Señor presidente del partido en el gobierno y señor presidente del partido en la oposición:

Como modesto votante convocado a las urnas cada cuatro años, les dirijo estas líneas por si sintieran Uds. algún interés en conocer mi opinión al respecto.

Debo manifestarles, en primer lugar, mi descontento y vergüenza cuando les veo, una vez entrados “en campaña” trocar sus hábitos de costumbre por desenfadados atuendos, como si en este periodo quisieran parecer personas diferentes a las que fueron durante el tiempo que se les concedió para gestionar la cosa pública de la mejor manera que supieren. También, que acompañen al cambio de indumentaria el de la voz, y que se desgañiten como posesos en los actos públicos mil veces retrasmitidos, pensando sin duda que el auditorio se ha vuelto repentinamente sordo o que por más gritar les ha de acompañar la razón. En un ejercicio de infantilismo que recuerda al lobo de Caperucita, intentan hacernos creer que son personas diferentes a las que conocimos. Debo comunicarles desde ahora, que no me interesan sus mensajes y que no cuenten con mi voto.
En segundo lugar, considero afrentoso que basen sus campañas en contarme los defectos “de los otros” en lugar de presentarme, de forma ordenada, educada e inteligible sus programas de gobierno, dado que me considero, a partir de la mayoría de edad que alcancé en su día, capaz de tomar decisiones por mí mismo.
En estas elecciones de candidatos a la administración local, me interesa conocer los logros de mi Ayuntamiento y Comunidad; su estado de cuentas; el salario de mis gobernantes y su situación patrimonial antes y después del cargo; los proyectos de futuro que tienen para mi pueblo y mi región; si piensan limitar su mandato a una, dos o tantas candidaturas como el cuerpo les aguante, etc., cosas todas, que no he oído mencionar a ningún candidato. No me interesan sus batallas partidistas, ni que me excluyan de la otra mitad de la población si decido acercarme a “los unos” o a “los otros”. Siento vergüenza cada vez que oigo hablar de “ellos” como si se tratara de extraterrestres y no de ciudadanos tan respetables como yo mismo. Y no quiero ser enemigo de ninguno de mis compatriotas por más que discrepe de sus posiciones en muchas, pocas o ninguna cosa.
Hemos tenido mucha suerte en este país a partir de la transición, pero el desdichado bipartidismo al que nos han abocado hace que malbaraten Uds. las energías, que no les sobran, más en machacar al partido contrario que en gestionar, como se les encomendó, el gobierno de la nación y sus relaciones exteriores de forma eficaz y ordenada. Nos han vuelto a los desdichados tiempo de las dos Españas, lo que estoy seguro, nadie entre la población desea. Se dan Uds. costosos “baños de multitudes” a mayor gloria de sus personas y de los pelotillas y clientes que los jalean con fervor, solo útiles para exacerbar sus egos, ya de por si magnificados, sin obtener ningún resultado apreciable, pues es bien sabido que los asistentes a esos mítines son los ya convencidos, transmutados en jaleantes profesionales y agitadores de banderas.
Ítem más, emplean dinerales ingentes, en estos tiempos de feroz crisis, en campañas a mayor gloria de candidatos a los que no reconocerían ni sus progenitores una vez tratados, sin el menor pudor, por el fotochop que convierte a venerables patriarcos y patriarcas en tímidos adolescentes y adolescentas.
Mantienen, de forma vergonzosa y pertinaz, una ley electoral que impide a partidos más pequeños, pero democráticos e igualmente dignos que los suyos, representar con alguna posibilidad de éxito a muchos de los que no queremos vernos atrapados entre Escila y Caribdis.
Por eso, permítanme decirles, con todo el respeto que a ambos les tengo, no porque se lo merezcan sino porque faltárselo a Uds. seria faltármelo a mí mismo, que les deseo toda suerte de éxitos en estas elecciones, pero no con mi voto.

domingo, 15 de mayo de 2011

ANOCHE, CUANDO DORMÍA (En visperas de elecciones)

Anoche, cuando dormía –después de leer la novela de Saramago “Ensayo sobre la lucidez”- soñé, bendita ilusión, que se habían celebrado elecciones generales y había sucedido un hecho sorprendente, inaudito, jamás pensado. La ciudadanía, todavía aterrorizada y sorprendida ante lo insólito del acontecimiento (por más que hubiera sido conscientemente provocado y desencadenado por un aluvión de sms que volaban desde algunos días antes), permanecía en un letargo ansioso, con el temor del que da un golpe de fuerza largamente meditado y luego espera temeroso los resultados de su osadía, sospechando haber provocado consecuencias imprevisibles.
Llegado el momento de las votaciones, desde que se abrieron los colegios electorales, la jerarquía –alertada por los rumores- había permanecido expectante y representantes de “los medios” galopaban de uno a otro lugar tras los rumores del inusual acontecimiento. A medida que avanzaba el día, las noticias corrían cada vez más de prisa y en las sedes de los partidos, los movilizados se cargaban de nerviosismo: la afluencia a los lugares de votación era nula o al menos irrelevante: solo algunos –pocos- compromisarios habían acudido a depositar su voto a la vista de la ausencia de “población normal”. Los teléfonos echaban fuego animando a la comparecencia, pero no había posibilidad de atajar aquella resistencia pasiva que parecía bien organizada. A pesar de las llamadas y los mensajes angustiosos, al cierre de los colegios (hecha de forma reglamentaria), solo unos pocos votantes en todo el país, habían ejercido su derecho. No llegaba al 1% del censo.
Los telediarios de la noche competían en editar sus reportajes mostrando los lugares de votación desiertos a distintas horas del día y se empeñaban en obtener declaraciones de los líderes políticos que permanecían agazapados en sus respectivas sedes negándose a cualquier comentario. Muchos de ellos, temiendo males mayores, aprestaban maletas, recogían bienes y encargaban billetes con vistas a un inmediato éxodo, recordando tiempos pasados; se habían quedado sin su principal herramienta: los votos del otrora manipulable ciudadano. El político había perdido su razón de ser.
Pasaron unos días de comentarios y zozobras, pero el país siguió funcionando con normalidad. El presidente del Gobierno hizo unas sentidas –lacrimógenas- declaraciones en las que reconocía (solo en parte) la responsabilidad de su equipo en lo sucedido y anunciaba la formación de un gabinete de crisis para estudiar el asunto (lo mejor para quitarse un muerto de encima es nombrar un comité, una comisión o un gabinete). El jefe de la oposición responsabilizaba al gobierno de todos los males pasados, presentes y futuros, y los cabecillas de los partidos minoritarios echaban la culpa a los grandes por su empecinamiento fratricida.
Y entonces, en los pueblos, en los barrios de las ciudades y en las pedanías, comenzaron a formarse asambleas que escogieron a representantes para formar directorios sin connotaciones de ningún tipo, ni políticas, ni religiosas, ni económicas, ni de sexo o cualquier otra condición. El poder, comenzó a establecerse de abajo arriba, como había pasado muchos años antes, durante la ocupación napoleónica, solo que ahora la rapidez y universalidad de los medios de comunicación ponía a las personas de acuerdo en unas pocas horas. La red y los móviles no se daban tregua.
Los políticos, perdida su función, dimitieron a regañadientes y se reintegraron a sus labores anteriores (el que las tenía) y el gobierno de la nación fue asumido por una asamblea de hombres ecuánimes, juramentados para perseverar en un solo objetivo: la buena gestión de la cosa pública, con exclusión de cualquier otro. Se mantenía la libertad de asociación, de prensa, etc. pero se eliminaba cualquier forma de acceder al poder que no fuera la asamblearia instituida y se prohibía, taxativamente, hacer bandera de creencia o condición alguna a los representantes elegidos por el  pueblo.
Naturalmente, fui escogido como asambleario y cuando estaba dando mi primer discurso, (por cierto de brillantez extraordinaria), ante los miembros de la pedanía a que pertenezco, el estridente canto de un gallo “americano” al que el día menos pensado pienso estirarle el cuello, me sacó del dulce sueño.

martes, 10 de mayo de 2011

LEALTAD


A propósito de las próximas elecciones.

Cada día se presenta más interesante en esta capital y su provincia la próxima lucha electoral. No son solo los partidos políticos los que se aprestan; hay como un movimiento social que parece que empeña también a clases e intereses contrarios, de hondas y profundas raíces en la sociedad.
Hay temores y desconfianzas de partido a partido, de hombre a hombre; y hasta se da el fenómeno rarísimo de que se crean no tan auxiliados ni protegidos en sus derechos los minístrales como los de oposición. Caso extraño que prueba la índole y el carácter trascendental de la lucha.
El día siguiente del triunfo habrá, naturalmente, quien cante victoria y quien se lamente de la derrota pero si los victoriosos pueden decir que han sido coronados peleando lealmente, y los derrotados confiesan que lo han sido en buena lid, no quedará de la lucha el semillero de odios, el germen de discordias ni el virus de anarquía que quedarán fatalmente si la lucha no fuese legal y noble, como debe ser.
A sostener el principio de la ley, la neutralidad con todos y para todos deben dirigirse, en primer lugar todas las autoridades, de tal modo que, ni a propios ni a extraños les quede un átomo de duda sobre su lealtad.
Nosotros, particularmente, lo pedimos en nombre de una ciudad que deseamos verla elevada por la lucha natural de las ideas; pero que no queremos verla, en el porvenir, sumida en las discordias del odio, en la sorda anarquía que producen las rivalidades personales, ni el desaliento horrible que lleva consigo la convicción de que toda lucha legal es estéril para los que van a ella con sinceridad.
Que honre el triunfo y que no duela la derrota; es lo que todos nos debemos proponer.

*
Este articulo, que se diría de rabiosa actualidad, está escrito por D. José Martínez Tornel (1845-1916), extraordinario periodista, fundador del Diario de Murcia y cronista oficial de la ciudad;  publicado el 2 de Abril de 1886 en ese periódico y recogido por Manolo Muñoz Zielinski en “El Postillón” de 5 de Abril de 2011, con cuya autorización lo reproduzco aquí para solaz y ejemplo del que se acerque a leerlo.

miércoles, 4 de mayo de 2011

VELOS, TOCAS Y BURKAS


El uso de los velos puede rastrearse hasta bastantes siglos antes de Cristo en Mesopotamia, donde se exigía a todas las mujeres, salvo a las prostitutas, cubrir sus cabezas en público. Los judíos recogieron la costumbre del velo para las mujeres y la kipá o casquete para los hombres. Las vírgenes católicas, especialmente las de época bizantina, se representan con la cabeza cubierta y hasta hace pocos años era obligatorio en nuestras latitudes, que las mujeres entraran en el templo con la cabeza cubierta.
Cuando llegó el islam, entre los muchos consejos que dio el Profeta, figuraba el que las mujeres acudieran púdicamente vestidas a la oración, igual que aconsejó a los hombres no acudir borrachos a la mezquita. Luego, cada uno interpreta estas normas a su manera, extremando su cumplimiento para aplacar a la divinidad, siempre exigente.
Quizás las diferencias más notables entre las prescripciones, que tienen orígenes bastante comunes en todas las religiones “del libro” (judíos, cristianos y musulmanes), es que en el caso de los católicos afectan de forma directa a las mujeres y hombres recluidos en conventos y abadías, mientras que en el caso musulmán son adoptadas por una gran mayoría de la población, lo que las hace más perceptibles. Nadie se extrañaba de ver, hasta hace bien poco, a las monjas de hospitales con aquellas aladas tocas inverosímiles, ni a las que hoy circulan también con sus hábitos y la cabeza cubierta por nuestras ciudades.
La mujer se cubre en el islam según la interpretación personal de un código religioso, el hiyab que recoge costumbres de tiempo pre-islámico en el que el uso del velo distinguía a las mujeres esclavas de las libres, amén de otros usos profilácticos como preservarse del sol o del viento arenoso. Los hombres, entonces y aun ahora en muchos lugares del desierto, se cubren la cabeza y la cara por razones muy parecidas.
Otra cosa es lo riguroso y extremista de la aplicación de estos usos y tradiciones. En algunos países como Afganistán, las mujeres pastunes se cubren con una especie de saco llamado burka que solo deja una pequeña mirilla para que puedan tener una idea, siquiera somera, de por dónde caminan. Fue impuesto por los talibanes cuando tomaron el poder en 1996. Es muy dudoso que lo lleven complacidas.
El Chador es una prenda femenina típica de Irán. Consiste en una pieza de tela semicircular abierta por delante que se coloca en la cabeza y cubre todo el cuerpo salvo el rostro. Normalmente es de color negro o marrón oscuro.
El Niqab es otra interpretación del hiyab. Consiste en un velo que cubre el rostro dejando solamente una estrecha mirilla para los ojos. Es propio de los países del Golfo Pérsico, pero hay mujeres que lo adoptan (voluntaria o forzadamente) en cualquier país musulmán.
Lo que se conoce genéricamente por hiyab es un velo que cubre solamente el cabello de la mujer y que  debe llevar siempre en público. Es el más frecuente y el que provoca mayor sorpresa y rechazo cuando las mujeres musulmanas emigran a otros países, pues se interpreta como una limitación de su capacidad de decisión, lo que no siempre es cierto.
En la mayoría de los casos, el uso de estas prendas es escogido con total libertad por hombres y mujeres de las variadas religiones que los adoptan. Por supuesto, cualquier imposición en este o en cualquier otro sentido, es rechazable y no siempre las normas afectan exclusivamente a las mujeres, recordemos el caso de los varones Sikhs que jamás se cortan el pelo y en ninguna ocasión se desprenden del turbante en público.
Resulta lógico que nos parezcan normales las manifestaciones religiosas externas a las que estamos habituados desde hace muchos años (sotanas y hábitos religiosos, imaginería variada, retratos de papas actuales o pasados, santos, vírgenes, cruces y cristos monumentales que impregnan nuestra geografía…), y mucho menos aceptables otros signos de diferentes religiones que, curiosamente, tienen tanto en común con aquellas que estamos acostumbrados a ver invadiendo nuestras costumbres desde hace siglos.
Paradojas que, a mi entender, requieren un mínimo de conocimiento exento de prejuicios y cierto espacio de sosegada reflexión.


Related Posts Plugin for WordPress, Blogger... http://programalaesfera.blogspot.com.es/2012/07/el-ventanuco.html?spref=fb