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martes, 27 de septiembre de 2011

BONOBOS

Fernández, el autodidacta con veleidades de científico, suele leer mis artículos con espíritu demasiadamente critico (algunas veces sospecho que envidia la  facundia que en ellos hago gala  y la versatilidad alígera de mi pluma). No pierde ocasión de corregirme cuando logra encontrar terreno abonado (lo que, por otra parte, no resulta difícil).
Después de leer mi escrito sobre los monos aulladores en el que citaba de forma muy colateral a los bonobos (de los que confieso no tener más que referencias superficiales), se lanzó a mi chepa como águila perdicera sobre desprevenida avecilla:
-     No me sorprende que trates a esa especie tan interesante, por cierto antepasados nuestros de la misma línea que chimpancés, orangutanes o gorilas –con permiso de los Testigos de Jehová-, con la frivolidad que te caracteriza. Sepas que, según noticias fidedignas de mi amigo John, que es un autentico experto en ellos, los bonobos (Pan panisus), con una población de unos 10.000 especímenes siempre en descenso, viven exclusivamente en la zona comprendida entre el rio Congo y el Kasai, uno de sus afluentes, en el parque natural de Salonga. Los pobres lo tienen muy crudo porque constituyen un bocado exquisito para las poblaciones de la zona, que los tienen al borde de la extinción.
Eran una especie prácticamente desconocida hasta 1928 en que fueron descubiertos por Harold Coolilidge, que en principio pensó que eran chimpancés poco desarrollados. En los años 80 fueron estudiados por Nancy Thompson-Handler en el Zaire: andan erguidos el 25% del tiempo que pasan en el suelo y comparten el 98 % del ADN con nuestra propia especie, de manera que somos más que primos hermanos suyos. Se caracterizan por haber logrado un sistema de integración social en el cual las relaciones sexuales juegan un papel preponderante, ya que las usan para todo: como saludo, como método de resolución de conflictos, de reconciliación tras los mismos y como forma de pago por la comida, tanto entre machos como entre hembras. Son los únicos primates (aparte de los humanos) que han sido observados realizando toda clase de actividades sexuales: sexo genital cara a cara, (hembra-hembra, hembra-macho, macho-macho), besos con lengua y sexo oral entre machos y entre hembras. Estas actividades tienen lugar tanto en la familia inmediata como entre los miembros periféricos del grupo, sin que se formen relaciones estables con parejas individuales. La única excepción, parece ser el de las madres con hijos ya adultos, por lo que algunos observadores han llegado a la conclusión de la existencia de ciertos tabúes entre ellos.
A pesar de la enorme frecuencia de la actividad sexual de forma indiscriminada, su tasa de reproducción no es mayor que la de los chimpancés comunes. Las madres cuidan de sus crías y las alimentan durante cinco años, lo que fija la cadencia del periodo de reproducción, pero recuperan la capacidad de relación sexual después del parto y practican el sexo sin finalidad reproductora (única especie que comparte esa característica con los humanos). Incluso cuando los animales son estériles o demasiado viejos para la tarea reproductiva, continúan practicando sexo con asiduidad, lo que parece redundar en su buen estado de salud.
Las hembras tienen un tamaño mucho más pequeño que los machos (claro dimorfismo sexual), pero un estatus mucho mayor. Los encuentros agresivos entre machos y hembras son raros y estos se muestran tolerantes con las crías de cualquier edad. El estatus que un macho tiene en la tribu es el heredado de su madre y su vínculo con ella se mantiene toda la vida. Existen jerarquías sociales, pero el rango de cada individuo no le concede a este un lugar preponderante en el grupo.
Es una de las especies más pacificas y no agresivas de mamíferos que viven en la tierra: han desarrollado vías para reducir la violencia que abarcan toda su sociedad y demuestran que la razón violenta de la evolución no es inevitable. Son el autentico ejemplo práctico del famoso dicho “hagamos el amor y no la guerra” que podría traducirse por “seamos bonobos”.
-     Caramba, Fernández, no acabas nunca de sorprenderme. Eso sí que son buenas relaciones sociales, y no las que tenemos nosotros. Me dan envidia esos animalicos que no lo parecen. Imagínate lo bien que nos podría ir si convenciéramos a nuestros políticos (miembros y miembras) para que en vez de pasarse la vida en estériles peleas, se pusieran a hacer el bonobo, todos entre sí, sin mirarse el carnet siquiera.
-     ¡Imposible es y me da alegría pensarlo!

martes, 20 de septiembre de 2011

LOS MONOS AULLADORES


Recientes estudios efectuados por el profesor Ridjhard Franz de la Universidad internacional de Copenhague han desvelado, por fin, el misterio que durante tantos años ha rodeado el origen de las intensas señales fónicas emitidas por los miembros de las comunidades de monos aulladores de América del Sur.
El Dr. Frisch fue el primero en investigar, a lo largo de más de treinta años, el sistema de señales de las abejas compuesto por movimientos constantes en forma de 0 y 8. Movimientos que, combinados con otra serie de variables aleatorias, resultan capaces de transmitir información a cerca de la situación del alimento y de su localización exacta. A partir de estos valiosos datos, los investigadores de todo el mundo no han cesado en sus intentos por descifrar el lenguaje de las especies superiores, especialmente las más próximas a los humanos, sobre todo chimpancés, gorilas, bonobos y orangutanes. Baste recordar los pacientes trabajos realizados por R. Allen y Beatrice Gardner con su chimpancé Washoe, al que lograron enseñar, a lo largo de más de 20 años, el lenguaje de signos americano conocido como Ameslan; las minuciosas observaciones realizadas por Diane Fosey sobre las poblaciones de Gorilas de los montes Virunga, o los resultados obtenidos por  J. Marais sobre el intercambio de información de los babuinos en las dilatadas sabanas africanas. Mención aparte requerirían los bonobos, cuyos indiscriminados contactos sexuales les proporcionan, además de múltiples satisfacciones, unas magnificas relaciones sociales que ya quisieran para sí muchas comunidades humanas.
Pero lo que constituye un hito difícil de superar en el estudio del lenguaje de los simios, es el novedoso descubrimiento realizado por el profesor Franz, después de muchos años de paciente observación sobre el origen de los gritos estentóreos emitidos intermitentemente por los monos aulladores de la selva brasileña. Según estas observaciones y las mediciones realizadas con minuciosidad sobre más de 300 especímenes de machos adultos, se ha podido comprobar que sus bolsas escrotales tienen unas dimensiones extraordinarias, lo que hace que su denso contenido penda hasta cerca de las rodillas y a veces las supere. Debido a que esta raza es de piernas muy cortas por su específica adaptación a la braquiación, los continuos saltos que realizan dentro de la espesa vegetación que constituye su hábitat natural, hacen que la bolsa y su sensible contenido, golpeen de forma repetitiva en las ramas sobre las que se desplazan, lo que desvela por fin, la razón última de los aullidos que emiten con inusitada frecuencia.
El profesor Franz, que presentó el avance de estas conclusiones en una comunicación científica leída recientemente en la Universidad de Massachusetts, ante una nutrida representación de profesores de varios países, estableció un claro paralelismo entre el grito de los monos aulladores y los del pájaro “Uiuiui”, que se ve afectado por un problema similar y que también expresa, con su poderosa voz, las dificultades por las que atraviesa en los aterrizajes que, tarde o temprano, se ve obligado a realizar por mucho que los demore. Así mismo prometió, en breve, la aparición de su libro “Parlors monkeys and Uiuiui bird” en el que tratará, con la profundidad que merecen, estos temas de indudable interés para la comunidad científica internacional.
                                                          



                                                          

martes, 13 de septiembre de 2011

FE Y RAZÓN (II)

No quedó satisfecho Fernández con el final de nuestra última discusión sobre las opciones entre fe y razón, y como es hombre concienzudo y metódico, después de documentarse en ignotas fuentes, volvió a la carga aprovechando la relajada bienaventuranza que seguía a un suficiente almuerzo en “La Peluquera” de La Aparecida a base de mondongo y chuletas de cordero.
- Digamos: evolución o creación.
- No necesariamente. Desde luego, evolución, porque no aceptarla es negar la realidad. Nadie perteneciente a la comunidad científica seria la rechaza hoy en día. Pero queda un espacio suficiente para la fe creacionista: ¿por qué no aceptar una voluntad divina en todo el proceso? La fe mueve montañas, y si se quiere ver la mano de Dios (cualquiera que sea su denominación o forma) en las cosas humanas, cabe perfectamente. No veo la dicotomía. La fe, dicen que decía Mark Twain, es creer lo que se sabe que es imposible, pero una vez que se acepta a pies juntillas pasa a convertirse en realidad incontrovertible para el que lo cree.
- Pero ¡no pueden coexistir dos verdades antagónicas, ¡eso es un principio platónico!
-¿Por qué razón? Ni siquiera tenemos que aceptar que Platón tuviera razón en todo, ni mucho menos que dijera todo lo que dicen que dijo. En asuntos de fe, no hay razón ni su contraria, o se cree o no se cree, y la gran ventaja de la creencia es que se obtiene la satisfacción de estar en el camino de la verdad y con ella se consigue la paz. Dice mi amigo del club Thornton que la única tranquilizadora es la “la buena fe”. El que razona, sin embargo, está abocado para siempre a la duda desestabilizadora. Tomemos un caso sencillo: los científicos predicen con toda exactitud los eclipses y los atribuyen a las leyes que gobiernan los astros de nuestro universo más próximo que ya enunciara Johannes Kepler en 1596, pero los creyentes de algunas religiones están convencidos de que los eclipses, al igual que otros fenómenos atmosféricos, se producen exclusivamente por un acto puntual de la voluntad divina, sin cuyo concurso no se mueve ni una sola hoja de un árbol. “Él creó la Osa, el Orión y las pléyades, y las cámaras del cielo austral” (Job, 9.9). Y yo me pregunto ¿es tan difícil aceptar que ambas posturas sean compatibles? Lo relevante es que el fenómeno se produzca, la interpretación es cosa de cada uno.
- Visto así...
- El problema comienza cuando desde una u otra postura nos empeñamos en que la verdad sea absoluta y procuramos que todo el mundo la acepte. En muchos casos – y ahí está la Historia para corroborarlo- las gentes están tan inseguras de sus verdades que pretenden imponerlas a sangre y fuego: el que no cree en la verdad manifestada por la fe y aceptada de forma masiva por la tradición, sea reo de anatema. Bueno, pues sea, no creo que nos haga mucho daño el anatema a estas alturas. Por fortuna, pasaron los tiempos inquisitoriales. En nuestros días, que cada uno manifieste (educada y cortésmente) sus posiciones, y santas pascuas.
- Pero la verdad científica es demostrable, mientras que la vedad obtenida mediante un acto de fe puede (y suele) ser completamente falsa. “Solo la curiosidad estimula las observaciones científicas”, decía San Albero Magno, que no creo que llegara a ser obispo de Ratisbona por su “fe del carbonero” precisamente. Supo aunar la fe del dominico con la racionalidad del investigador. Escribió (y bien) sobre mineralogía, botánica, cosmología, meteorología, fisiología, psicología y zoología, más de setenta libros que abrieron camino en muchos aspectos del pensamiento científico. Y no basaba sus obras solamente en autores católicos, también acudía a judíos y musulmanes con igual interés y respeto.
- Sí, pero hombres de ese calibre han habido pocos a lo largo de la historia.
- De acuerdo, no abunda lo extraordinario, pero creo que ese es un buen ejemplo a seguir en medio de tanta vulgaridad y estrechez de miras en que nos vemos envueltos, y no la manida controversia entre fe y razón que proponías. Quedémonos con la “buena fe” de tu amigo Thornton.
- Por una vez te doy la razón, Fernández.  



martes, 6 de septiembre de 2011

FE Y RAZÓN (I)

Fernández, que conserva la visión candorosa y arcaica de la infancia, se extraña de las prácticas de ayuno mantenidas por muchos de los musulmanes que viven entre nosotros, durante su mes de ramadán.
- No me cabe en la cabeza –me decía- que un hombre que trabaja, porque lo necesita, ocho horas cortando limones bajo el sol abrasador del agosto murciano, no coma ni beba agua durante todo el día por cumplir una normativa religiosa que atenta, evidentemente, contra su salud.
Amén de intentar quitarle al asunto la visceralidad en que a menudo se cae cuando de asuntos de fe se trata, intento explicarle a mi amigo que es de buena educación y una excelente medida de profilaxis social obviar temas como ese si se pretende mantener una relación fluida con el personal.
- Mira, muchacho, el de las creencias es un mundo aparte, y uno debe guardarse de opinar sobre ellas como de meter la mano en un avispero. En este planeta existen gran número de religiones y todas son las únicas verdaderas para los que creen en ellas. Cada uno de los dioses, desde el punto de vista de sus adeptos, es el único que merece ese título y lo que es más, son antagónicos entre sí. Esa es la parte mala. Si los muchos dioses existentes se llevaran como buenos hermanos (ya que todos predican, poco más o menos la misma fraternidad humana, la bondad, la caridad, el desprendimiento, etc.), no nos veríamos en los líos que nos vemos, ni tendríamos que enemistarnos con los que practican una religión diferente a la nuestra (si la tenemos, que esa es otra). Por eso te digo: “mejor no meneallo” como D. Quijote dijo a Sancho en cierto momento refiriéndose a cosa que no debe mentarse sin pedir perdón. Cada uno debe practicar la religión que más le acomode (o ninguna), que el muestrario de posibilidades es más que suficiente. Eso pertenece a la intimidad de la persona y la mejor forma de  que todos nos llevemos bien es que respetemos las ideas de los demás y no pretendamos “iluminarlos” con nuestra verdad (aunque sea la única verdadera).
  -Tú eres un tibio que pretende contentar a todo el mundo. Esa es la mejor forma de no incomodar a nadie y dar la razón a todos, pero hay que ser valiente y proclamar lo que uno piensa y siente.
 - Pues yo seré lo que sea, pero creo que no hace falta ser valiente ni cobarde, cada uno que crea y sienta lo que le parezca, que tenga fe o no la tenga, que para él hace, sin tener que redimir a los demás, que no se lo han pedido. Cada uno puede manifestar lo que le apetezca y practicarlo, que para eso estamos en un país libre (no confesional, dicen). No sé a qué viene esa necesidad de intentar convencer a los demás de verdades que pueden servirnos a nosotros pero no a ellos. Habrá quien razone de forma diferente, sin que por ello tenga que estar equivocado. A lo mejor, si lo está pero déjalo que vaya a su infierno. No lo condenes al tuyo.
- Eso no es argumento. Los que creen que están en el verdadero camino de la verdad piensan: “¿no advertirías a una persona si supieras que está en peligro de caer a un pozo?”
 - Hombre, una cosa es advertir de un peligro y otra insistir machaconamente en una cuestión que depende exclusivamente de la fe que uno le ponga al asunto. Creo que el proselitismo (si tu religión lo exige) debe limitarse a una cortés y breve exposición (si te dan pié) que permita al interlocutor manifestar su interés por el tema. Más allá de eso, se entra en el territorio de la pesadez agobiante practicada por esos que van en parejas los domingos llamando a las puertas de las casas y soltando unos rollos soporíferos a los que se ven obligados, por una mal entendida educación, a soportarlos agarrados a la manija de la puerta para no caer desvanecidos.
 - En eso si que estoy de acuerdo, pero el caso es que las prácticas religiosas públicas, de una forma u otra nos afectan a todos los que hemos de sufrirlas, pertenezcamos o no a ese credo.
- Bueno, eso forma parte de la cortesía ciudadana y del respeto que nos debemos unos a otros. Hay que mirarlo de forma positiva y pensar que todos tenemos razón, la nuestra, sin que eso nos haga pensar que los demás están equivocados.
 - Si tú lo dices...  
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