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martes, 31 de enero de 2012

LA MUJER DEL CESAR

Suetonio, el escritor romano, nacido hacia el año 70 aC. tuvo la acertada idea de dejarnos escritas las Vidas de los Césares, que abarca a los emperadores romanos desde Julio hasta Domiciano; su obra, de indudable valor  histórico, se recrea con frecuencia en detalles de tipo domestico (y en el caso de Cesar un tanto hagiográficos) de las que pueden extraerse numerosas enseñanzas.
Relata, y es el caso que nos ocupa, como Julio Cesar repudió a su tercera esposa, Pompeya, que se había visto asediada (parece que a su pesar), por un presunto amante llamado Clodio, en unas celebraciones religiosas exclusivas para mujeres a las que este había asistido travestido de tal, con la intención manifiesta de atentar contra la honra de la, hasta entonces, virtuosa matrona. El asunto se difundió más de lo que seguramente ninguna de las partes implicadas hubiera deseado hasta el punto de que el Senado tomó cartas en el asunto ordenando una minuciosa investigación que dio lugar a toda clase de comentarios entre la plebe romana, ávida, al igual que hoy día, de escándalos de alcoba y entrepierna.
El hecho es indudablemente cierto, las razones últimas que el Cesar tuviera para repudiar a su señora, ya son otra cosa; las malas lenguas dijeron que había encontrado la ocasión propicia para desembarazarse de una esposa que había dejado de convenirle para su ambiciosa carrera política. El asunto es que justificó sus motivos diciendo que “la mujer del césar no solo debe ser virtuosa, sino también parecerlo a los ojos de los demás”, expresión que ha llegado hasta nuestros días.
Y uno se cuestiona: si los amagos de inmoralidad (sea del tipo que sea) en los personajes públicos ya se daban con asiduidad en época tan pretérita, parece inevitable llegar a la desesperanzadora conclusión de que no hay nada que hacer con la naturaleza humana: es ancestralmente corruptible y por tanto estamos sujetos a la inevitable perversión de hechos y costumbres de todos en general y de los que ocupan los puestos dirigentes de la sociedad, en particular.
Sin embargo, se puede deducir de esta historia una segunda moraleja un poco más optimista, y es que cerca de los corruptos o inmorales, hay a veces personas con capacidad de decisión que, como en el caso de Julio Cesar, reaccionen tomando medidas drásticas, interviniendo de forma fulminante para ejercer la cirugía política de modo que la situación se remedie, apartando a los fundadamente sospechosos de la cosa pública, simplemente porque con su actuación demasiado nebulosa han defraudado las esperanzas que en ellos depositaron quienes los escogieron para el menester. No es pertinente esperar el dictamen de culpabilidad de los cauces jurídicos (que también, pero ese es otro tipo de responsabilidad, exigida por las instancias que corresponda). Se trata de penalizar con rigor, desde el punto de vista político actuaciones inadecuadas de las que los inmorales o corruptos deben responder ante quienes los colocaron en su puesto para defender los intereses de la mayoría, no los propios. A esos electores es a quienes han defraudado de forma notoria y es ante ellos ante quienes tienen que responder de forma inmediata, sin perjuicio de las actuaciones de la justicia a que pudieran haber dado lugar.
Y eso es lo que los partidos políticos exigen habitualmente en un estado de derecho con buena salud democrática. El partido, instancia supra-personal, vela por su salud interna cercenando con decisión la parte que pueda haber quedado dañada por la ponzoña a fin de que el resto del cuerpo no se contamine de ella ni le toque siquiera la sospecha; y pueda mantener ante los ciudadanos la imagen impoluta que les presentó en la campaña electoral cuando, con dulces cantos de sirena y almibaradas razones, aun expresadas en tonos apocalípticos y mitineros, les solicitó su voto prometiendo gobernarlos con toda corrección y respeto.

¿O no?

martes, 24 de enero de 2012

RELIGION Y LIBERTAD


 
Desde el principio de los tiempos, la humanidad ha sentido la necesidad de aplacar a los dioses, siempre encolerizados sin que se supiera muy bien el motivo. Ya en la prehistoria se encuentran muestras de rituales mágico-propiciatorios y desde épocas muy antiguas se evidencian tumbas con ajuar funerario, lo que supone la creencia en un mundo al otro lado de la muerte.
El hombre, desde que aparece sobre la tierra, toma conciencia de sí mismo y se ve inerme ante cualquier fenómeno natural que no puede controlar; supone un mundo gobernado por fuerzas misteriosas a las que debe apaciguar para que no le muestren su lado más destructivo. Y cuando inventa los dioses, lo hace a su imagen y semejanza; así, los griegos colocaron en el Parnaso a una familia real que era, poco más o menos como debían ser las suyas: un padre omnipotente y malhumorado que lanzaba rayos en el paroxismo de sus frecuentes cóleras, una madre engañada con diosas y humanas sin distinción, hijos (legítimos algunos y bastardos muchos) con sus querellas domesticas, etc. El hombre, con una capacidad de invención limitada, extrapola a lo sobrenatural sus propias vivencias.
No hay deidad más funesta que tú, padre Zeus, que no tienes
Compasión de los hombres: después de engendrarlos tú mismo,
en desgracia los sumes y en penas crueles, se dice en La Odisea (C.XX)
Los romanos no hicieron sino adoptar el panteón griego cambiando los nombres para que se apreciara el sello propio y en un alarde de tolerancia que solo se encuentra en las religiones orientales, dieron cabida a todos los dioses que se les quisieron sumar, incluso emperadores deificados. A cada uno de ellos levantaban el templo o los templos correspondientes y les encomendaban una serie de faenas determinadas. Y todos contentos, sin conflictos de competencias.
Tiempos antes, Moisés había sacado al pueblo judío de Egipto, dando forma definitiva a la primera de las grandes religiones monoteístas o “religiones del libro”, porque todas ellas arrancan de esa primera colección de libros judíos: el Pentateuco (Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio). Pero ahí se j… el invento. A partir de ese momento los dioses se volvieron excluyentes: dos no pueden ser verdaderos al mismo tiempo; o tú o yo. Y si de la discusión no sale la luz, se recurre a las armas. No hay lucha más santa y aceptada que la emprendida en nombre de la religión para convertir a los incrédulos. Al que no se le pueda convencer, se le mata y angelicos al cielo. Y los dioses tan contentos.
Después, ya en época imperial romana, apareció el cristianismo: otra de lo mismo. Se hace tabla rasa de lo anterior y se anuncia una nueva verdad que modifica todo lo dicho y se impone a costa de lo que sea. El emperador Constantino en el año 313 por el Edicto de Milán, convirtió al cristianismo a todo el mundo romano de un plumazo y se acabaron las discusiones... por una temporada, justo hasta que Oriente se separó de Occidente y los ortodoxos de los romanos. Luego, las llamadas herejías e iglesias separadas con sus numerosas fracciones y subfracciones (todas ellas en posesión de la verdad absoluta) que han llegado hasta nuestros días. Cada una con su Biblia o libro sagrado redactado a su acomodo, considerado único verdadero en cada caso.
Y por fin, el Islam, última hasta el momento, de las grandes religiones monoteístas. El Corán fue revelado por Dios (Alah) a su Profeta Mahoma a través del arcángel Gabriel y recogido por el califa Othman hacia el año 650 de la forma canoníca y en lengua árabe que se ha mantenido hasta la actualidad.
Cada una de estas religiones “del libro” son verdaderas para los que las practican, pero, curiosamente, persiguiendo un objetivo común, cada una rechaza, por impostoras a las demás y les hace la guerra considerándolas espúreas y engañosas. Dioses contra dioses y hombres contra hombres en nombre de la idea religiosa.
Y uno se pregunta: ¿No sería más sencillo y propio de la especie humana no atarse a ninguna para poder creer en todas? ¿No sería hermoso disfrutar de la libertad de pensamiento sin el corsé de una religión que, además de regular todos los actos de la vida te convierte en enemigo del resto de la humanidad? ¿No podríamos desterrar ese miedo a la libertad de pensamiento?
Parece que no.


martes, 17 de enero de 2012

FERNANDEZ DE VACACIONES

Ha vuelto Fernández de unas bien ganadas vacaciones en no sé qué estupendo hotel del sur, merced a los programas de vacaciones del IMSERSO. Cuenta y no acaba de las maravillas del sistema, ahora que está todo el mundo con la soga al cuello mientras los “mayores” o “sénior”, como se llaman en esta época de eufemismos a los viejos de toda la vida, se pegan vacaciones de lujo en hoteles de cuatro estrellas con bufetes de infarto (que acaban por causarlos).
-     ¡Si los viejos de mi tiempo levantaran la cabeza y vieran como vivimos ahora! Cierto es que hemos trabajado, cotizado y que recibimos lo que legalmente nos pertenece, pero ellos hicieron lo mismo y muchos, como acémilas viejas e inútiles, murieron en la indigencia.
-     No te pongas trascendental –tercia Juan de la Cirila- y cuenta como estaba aquello, que para penas, ya tenemos los telediarios y para desatinos los del yerno.
-     Pues chico, por no entrar en el precio, que es tirado y el ambiente que es de vejestorios como uno mismo, el resto, estupendo: un hotelazo de un montón de estrellas donde se recibe un trato elegante y cortés. La zona, no te digo, en medio del parque Doñana, plena naturaleza; sin agobios, que en esta época no hay más que pensionistas, caminantes sin desmayo por el largo paseo marítimo que detiene el Atlántico; algún barecillo que sobrevive como pez en el barro de la sabana hasta que vuelva la temporada de lluvias turísticas, donde uno puede tomarse unos vinillos de la zona con las gustosas olivas que en esta tierra se adoban como en ninguna otra; y la entera provincia de Huelva por explorar: cerca del mar, pueblos con aromas colombinos que parecen sacados de aquellos libros de geografía abundosos de patriotismo universal que todos recordamos: Moguer, Palos, San Lucar de Barrameda, Punta Umbría, La Rábida… Hoy son pueblos modernos, limpios, pintados de blanco y albero con gentes amables que os indicaran la dirección de las recoletas tabernas de fino y tapa incluida si os acomete una necesidad imperiosa.
El Rocío, es un remanso de paz excepto en la época del alocado bullicio del mes de abril, con unos pocos barecillos que resisten la invernada, donde se puede tomar una exquisita manzanilla a la que acompañan tapas a voluntad, todo incluido en los módicos precios.
-     Verías a la virgen, entre copa y copa.
-     No tengas mala leche, lo que si vi fue un gracioso monumento en Almonte “A la tolerancia”, en la Plaza del Bacalao. Es el primero con tal dedicatoria que veo en este país y me pareció una cosa curiosa. Una especie de “rollo”, una columna vertical sobre pedestal cuadrado, en cada uno de cuyos lados hay una leyenda que refleja los valores constitucionales: igualdad, libertad, justicia y pluralismo político.
-     Sí que es curioso, ¿y el resto?
-     El resto, una provincia andaluza donde, a simple vista no se aprecia más crisis que la de los muchos hoteles cerrados (que no es poco), unas playas infinitas de arena fina y blanca que el Atlántico, estos días sosegado, lame dulcemente; y una parte de montaña, ya con aires extremeños, donde se curan los mejores jamones que en el mundo han sido. Jabugo y los pueblos de los alrededores (Castaño del Robledo, Fuenteheridos, Aracena, Alájar, Linares de la sierra, etc.) muestran la mejor combinación de embutidos ibéricos y caldos ambarinos que pueda darse.
En un recorrido de pocos kilómetros se puede encontrar el excelente pescado del chiringuito “El Tabla”  en la playa de la Canaleta en Punta Umbría; las gambas que cuece con primor el dueño de la cervecería “El Bolo” de Almonte, donde a pocas calles de distancia se puede comer en “El Tamborilero” un menú lleno de ingenio; y unos kilómetros más lejos, en La Punta del Moral, cerca de Ayamonte, un recoleto restaurante de sabor marinero llamado “Simón”, os animará a probar los innumerables “platillos” de mariscos variados y pescado recién frito.
-     Se me está haciendo la boca agua, puñetero, parece que solo viajas para comer.
-     No solo, tío Juanito, no solo.

martes, 10 de enero de 2012

DE VISITA EN MACAEL

A mi familia de allí.
En Macael se nota el viruji de forma notable. El airecillo de la sierra, fino como una cuchilla, aprieta las carnes, afila las narices y cura de forma inigualable los magníficos embutidos que allí se producen. Sin embargo es, en su arquitectura, un pueblo feo entre los feos. En eso no parece andaluz, pero es que Almería es la menos andaluza de las provincias del sur. Nada que ver con esos pueblecitos blancos de la baja Andalucía, con geranios de un rojo reventón plantados en botes de aceitunas que alegran la vista con su modesta y limpia decoración bordeada en tonos de azulete. Aquí, la abundancia de mármol, principal fuente de riqueza de la zona, inunda plazas, calles y casas. El efecto es demoledor porque la blancura de la piedra empleada en demasía, hace que el pueblo se convierta en un mausoleo frio y desangelado. Las aceras son de mármol, y las plazas de mármol, las balaustradas de mármol y los bancos de mármol. Uno mira con avidez a su alrededor buscando algo que no sea de mármol…y no lo encuentra.
Las casas se agarran, en forma desesperada, a la vertiente de la montaña y llegan hasta la cumbre, detenidas por las canteras que pueblan la vertiente opuesta. Las calles son un dédalo estrecho que serpentea, retorciéndose entre rampas y escaleras y hacen difícil la circulación para los coches y penosa para las personas. Por la parte inferior, el pueblo linda con el cauce de la rambla que tiene su origen en la “Fuente Maestra”, ahora seca. En los años ochenta, tuvo lugar la última gran avenida de las aguas que, desde las estibaciones de la Sierra de Filabres cayeron sobre el pueblo. El puente sobre la rambla hizo tapón hasta que el ímpetu de la crecida lo hizo saltar en un estallido de espumas y restos de todas clases que inundaron las casas bajas. Más arriba, justo donde siempre estuvo la fuente, el agua encontró una salida subterránea y se precipitó por ella, desapareciendo para siempre rumbo a un destino desconocido, quizás el mar.
Ahora, lo que antaño fuera riachuelo de diferente envergadura según la estación, se ha convertido en ocasional paseo de excursionistas, encajonado entre acúmulos de mármol verde de formas fantasmagóricas y paredes ciclópeas de masas inservibles, apiladas por las grandes máquinas para detener el avance irremisible y depredador de las escombreras.
Abandonados han quedado el molino y la fábrica del mármol que movían sus artes con la fuerza de las aguas. De aquello solo quedan un par de edificios ruinosos que alimentan los recuerdos de los paseantes cuando, de chiquillos, venían a recoger las naranjas menudas y dulces regadas con los escurrimbres de las represas. “Allá, ¿ves aquellos naranjos medio secos?, estaba el huerto”… “de aquel bujero del río se sacaba la arena fina y abrasiva para engrasar los artes”… os contarán los naturales del pueblo, compañeros de paseo.
Las gentes de Macael son acogedoras y cálidas -en eso sí es plenamente andaluz el pueblo- y a la menor ocasión os convidarán a probar esos excelentes embutidos que el frio de la sierra amojama confiriéndoles un sabor que no puede encontrarse en ningún otro sitio. El vinillo “del país”, áspero y un poco agrio, que muchos elaboran de sus propias viñas, le hacen excelente compañía. Las gruesas lonchas de tocino blanco como la nata y la morcilla de arroz o cebolla, oscura y densa, son inigualables; por no hablar del oloroso “blanquillo” y el chorizo ligeramente picante que, usado como postre, deja en la boca un sabor que puede durar varios días.
La cocina es sencilla como resulta habitual entre gentes de vida ruda que han sobrevivido arrancando a la áspera tierra serrana magras cosechas a base de silencioso y tenaz esfuerzo, aguantando nevazos de metro en invierno y secarrales insufribles en verano, hurgando en las entrañas del terruño para arrancar de su corazón las masas que la montaña no se deja arrebatar si no a regañadientes. Las migas de harina, cocinadas con aceite virgen de oliva y mucho brazo, son blancas y esponjosas, excelentes para acompañar boquerones rebozados y crujientes; y para el crudo invierno se preparan, en los meses de bonanza, las orzas de queso, lomo, o costillejas en adobo que basta calentar para convertirlas en un manjar exquisito.
Por estas y otras muchas cosas que ahora se me hace largo relatar, venir a Macael es siempre una fiesta. El problema –si alguno hubiera- es el disgusto que nos da la balanza cuando volvemos a casa.
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