Seguidores

martes, 26 de junio de 2012

SEÑOR PRESIDENTE (IV)

Señor presidente: en la línea de nuestra habitual correspondencia, le transmito algunas de las inquietudes de mis contertulios del Hogar del Pensionista, en la confianza de que, como todas mis anteriores, ésta ha de servir para su mejor conocimiento de lo que se cuece entre el pueblo llano, lo que sin duda redundará en mayores éxitos (si cabe) de su feliz gobernación.
Sostiene Paco el Cacaseno que lo del Presidente del Consejo General del Poder Judicial es una sinvergonzonería.
-     Ese tío es un fresco sinvergüenza, os lo digo yo.
Fernández, contemporizador, intenta apaciguar
-   Presunto, Paco, presunto.
-   Ni presunto ni leches, un fresco que se ha estado inflando a mariscos con “su amiguito” a costa de los recortes, durante meses.
Juan de la Cirila, respetuoso con las instituciones y algo meapilas según las malas lenguas del rojerío, interviene
-        No te amontones, Cacaseno, que el hombre por lo que se ve, iba a Marbella a trabajar
-     Si, a trabajarse la parte de atrás. A mí me importa poco a lo que fuera, ni si tiene amigo, amiga o perrito que le ladre, lo que no me da igual es que fuera con los cuartos de todos y encima que se ría de nosotros diciendo que es una miseria. Pues que la pague él, si es una miseria. De los dineros públicos, todos tienen que dar cuenta, del primero al último. Menuda faena le ha hecho a Zapatero, que lo nombró y a Rajoy que lo aceptó. Un fresco, os lo digo yo. Si la justicia está en manos de tipos como este y encima es tan lenta que no sirve para nada, apaga y vámonos. No me vale que dimita, había que haberlo destituido, como se expulsa de una empresa a quien hace mal uso de los caudales que se le encomendaron.
-     No es un buen ejemplo, no –dice Fernández-. Estas cosas denigran a toda la sociedad. Corren tiempos desdichados. Hasta en el Vaticano se están aireando los escándalos y las corruptelas. Cuando allí vuelan los cuervos, mal asunto.
-     No meterse con el Papa –tercia el de la Cirila- que el pobre se ha encontrado en el Vaticano un nudo de víboras, que diría el otro.
-      ¿Que otro?
-      Pos uno que escribía, mi nieto tiene el libro en la mesilla.
-     No te pongas literato que no te pega. Lo cierto es que entre los curas pederastas, los obispos argentinos bañándose con “sobrinas” de impresión, las finanzas del Banco Ambrosiano, la negativa a pagar el IBI y las declaraciones de obispos y obispillos como las de nuestro inefable monseñor Planes que no suscribe el documento de sus correligionarios Basta ya de desahucios a las familias por ser “asunto complejo”, la iglesia católica suelta, en los últimos tiempos, un sospechoso tufillo a caca. O no, Juan?
-     Pues sí, pero es que solo tenéis ojos para la iglesia, como si fuera la causante de todos los males. Peor es lo de Bankia, y las otras cajas, digo yo.
-     Peor en el aspecto monetario –salta Fernández-, desde luego, mucho peor. Pero lo de la iglesia y los órganos del Estado es destructivo desde el punto de vista moral, hace que se tambaleen las bases de la sociedad y que perdamos la confianza en las instituciones que tanto tiempo ha costado conseguir. Es como los recortes en educación, en sanidad y en el mundo laboral; en poco tiempo se están destruyendo logros que costó décadas conquistar. Fijaros que más del 30% de la población de nuestra Comunidad Autónoma, vive ya por debajo del umbral de la pobreza. Y no sabemos dónde puede llegar esto.
-      Eso no es culpa del Gobierno, están intentando enderezar lo que se encontraron.
-        No digas tonterías, Juan. Las Comunidades tenían todas las competencias y si se endeudaron muy por encima de sus posibilidades es solo responsabilidad suya, lo demás son cuentos de Martínez-Pujalte, que se cree que somos gilipollas y nos tragamos sus ruedas de molino.
-        No me negareis que al frente del gobierno de Valcarcel hay “un partido de gente honrada, transparente y que no tiene nada que ocultar”, como ha manifestado el Presidente en la Junta Directiva Provincial del Partido.
-      Me voy por no tomar más pesambre – dice Fernández apartando la silla.
-      Y yo contigo - añade el Cacaseno.   
    

martes, 19 de junio de 2012

LA DJEMAA FNA (II)

Cuando los almorávides, que subían del desierto mauritano imponiendo el islam ortodoxo a sangre y fuego llegaron a las faldas del Atlas, quedaron maravillados ante el verdor de los valles regados por los deshielos de las nieves perpetuas. Yusuf Ibn Tasufin, el lamtuna que años después llegaría en ayuda de los reyes de Taifas hasta nuestras tierras de Aledo, decidió sedentarizar a su pueblo y fundó la ciudad de Marraquech, una vez que le hubo soplado la dama y el imperio a su primo y jefe Abu Bakr. En su amada ciudad reposa para siempre desde su muerte en el año 1106. Su primo, ante los hechos consumados, adoptó la más inteligente de las posturas posibles: sacudió la cabeza, miró hacia otro lado y se volvió al sur para seguir predicando, espada en mano, la verdadera doctrina.
Marraquech fue, desde entonces la rotula comercial del desierto en cuya gran plaza, la Djemaa Fna, se realizaban todas las transacciones entre norte y sur. Muchos siglos después, continúa igual de esplendorosa y llena de vida.
Pero Marraquech no es solo la Djemaa; los almohades que corrigieron a su vez el celo religioso de los almorávides, destruyeron los pocos edificios emblemáticos que estos habían tenido tiempo de construir para dejar su propio sello en la Kutubia. Más tarde, los sultanes saadies, y especialmente Al Mansur, al que llamaron “el dorado” por la cantidad de oro que le habían proporcionado las expediciones enviadas a Tombuctú y al reino de Ghana, construyeron hermosos palacios como El Badi y dejaron en sus tumbas originales muestras constructivas, ejemplo de la sobria y al mismo tiempo detallista arquitectura de tradición árabe.
El afán religioso de los santones que traían renovada su fe después de la peregrinación a La Meca, se plasmó en magníficos edificios como la mezquita-madraza de Alí ibn Yusuf, donde aún pueden visitarse las celdas de los estudiantes que recuerdan a las igualmente austeras de los cenobios cristianos. Muy cerca se encuentra la kooba (cúpula) Ba’adiyn, único y excepcional vestigio de la arquitectura almorávide que ha logrado llegar hasta nuestros días. Y al sur de la zona principal de la intrincada medina está el barrio real o kasba. Un poco más lejos, hacia el este, el barrio judío (mellah), que suele existir en todas las ciudades de Marruecos donde los judíos, practicantes de otra de las religiones “del libro” son bien acogidos.
Al extremo norte de la medina llena de estrechos corredores y callejuelas cuya anchura solo permite el paso de una persona a la vez, se encuentra Bab Debbagh, la puerta de los curtidores donde, en unos pocillos multicolores excavados directamente en la tierra, hombres a los que las tinturas proporcionan aspectos fantasmagóricos sumergen las pieles en los diversos tintes chapaleando hasta la entrepierna en el viscoso liquido sin más protección que su buen hacer. El olor que sube desde las albercas de aguas coloreadas, producido por las pieles y el estiércol de paloma que se utiliza para blandearlas gracias al amoniaco que su descomposición produce, resulta inolvidable a pesar de las hojitas de menta con que los vendedores protegen la nariz de los turistas.    
Como contraste, se puede continuar la visita por los hermosos jardines de La Menara, Agdal o La Mamounia, el más famoso de los grandes hoteles de Marraquech, donde el reposo y la tranquilidad de sus bien cuidados paseos y macizos de plantas, regadas por las abundantes aguas del Atlas, inspiran relajadas y armoniosas imágenes que tienen poco que ver con el otro Marruecos, árido, pobre y atrasado que constituye la enorme parte sur del país.
El viajero, sorprendido por el efecto siempre nuevo que le produce esta ciudad tan diferente a todas las otras que ha visitado, se dispone a abandonarla, un poco apesadumbrado por las muestras de los estragos que el turismo ha producido en ella, pero con el recóndito y secreto pensamiento que esta no sea la última vez que visite la Djemaa Fna.
¡In Shallah!

martes, 12 de junio de 2012

LA DJEMAA FNA (I)

Los disparates y corruptelas de toda índole que nos afligen por doquier, la prima de riesgo, los rescates con que hipotecamos a nuestros nietos, y los variados e incomprensibles dictámenes de la justicia que exonera chorizos e inhabilita jueces, impulsan a un temporal éxodo que decidimos llevar hasta Marraquech, la ciudad que dio nombre a Marruecos, fundada por Yusuf Ibn Tasufin el almorávide, hacia el año 1070.
Concebida como punto de encuentro para las caravanas que desde el África negra subían cargadas de marfil, oro y esclavos para intercambiar con las gentes del norte, se caracterizó desde el principio por su condición de ciudad santa (que los reformadores almohades se encargarían de potenciar con monumentos y palacios, entre los que destaca la Kutubia, gemela de la Giralda de Sevilla), y por su enorme plaza, lugar de confluencia de gentes y culturas diferentes: La Djemaa Fna.
El bullicio en la plaza es permanente, reviste formas diferentes según la hora del día en que se contemple: arranca, con los primeros soles, en los puestos de naranjas y pomelos cuyos frescos jugos, hechos al instante, resultan deliciosos. Como radios asimétricos de una rueda, parten de su centro las calles que albergan los diversos zocos, en un trazado aleatorio que se complica y enrevesa a medida que se alejan del centro. Allí se encuentran toda clase de productos, que se repiten hasta la saciedad, extendidos por el suelo o colgando de las paredes en una decoración original y variopinta: bolsos y marroquinería de todos tipos, babuchas, gorros, ropas, perfumes, alfarería, especias, aceitunas de todos los colores, dulces y mil objetos de todas clases que se mezclan con los más modernos: gafas de sol último modelo, teléfonos móviles, complementos de marcas conocidas que se sospecha hábilmente falsificados…
A medida que la jornada avanza, la plaza se puebla de profesionales muñidores de turistas: las cajas verdes de múltiples compartimentos guardan los inquietos monos del Atlas, que avisados muchachuelos sin otro oficio, colocarán sobre el hombro a los visitantes y sus jóvenes retoños, para la fotografía de recuerdo, esperando la variable propina, siempre objeto de controversia y fuente de animada discusión.
En otro espacio, frágiles sombrillas resguardan del sol a los encantadores de serpientes, que mantienen activas a las apáticas y desdentadas cobras negras mediante el estrepitoso sonar de los pífanos, y el ensordecedor repiqueteo de los timbales. A su lado, dormitan enroscadas las menos domesticas víboras cornudas traídas del desierto, junto a algún lagarto de cola espinosa que intenta en vano escapar de la cuerda que lo mantiene, anclado por el espinazo, a la mano del amo. Los socios del puesto pululan entre los paseantes instándolos a hacerse la consabida foto, con verdes e inofensivas culebrillas de agua enroscadas al cuello.
Los dentistas, sentados ante los montones de muelas que acreditan su buen hacer, ofrecen, tenaza en mano, sus servicios; y puestos de perfumes exóticos, hierbas de poderes curativos, te y afrodisíacos de dudosa procedencia y temibles efectos, son regentados por taumaturgos saharianos, verdaderos o fingidos, envueltos en sus azules darras y tocados con los turbantes negros, típicos del Sahara. Todo ello amenizado por el ruido incesante de ciclomotores de pequeña cilindrada, que circulan alocadamente en todas direcciones poniendo, en lo que parece un peligro inminente, vidas y haciendas.
Un poco aturdido con tantas sensaciones, el viajero se instala en una de las muchas terrazas que rodean la plaza y sorbe lentamente el oloroso té a la menta mientras el canto del mohecin, en las mezquitas cercanas, llama a través de la ruda voz de los altavoces para la oración de la tarde. La gran superficie, entonces, cambia de aspecto. Surgidos de no se sabe dónde, comienzan a aparecer frágiles carrillos que toman sus posiciones para la noche. En ellos se puede comer, en medio de un humo denso con mil olores, carnes asadas, pescados fritos, caracoles en una salsa verde-oscura, cabezas de carnero con sonrisa forzada de calavera, tés y dulces minúsculos preñados de almendra y canela.  
El viajero, que deja para mejor ocasión una añorada cerveza fría y espumosa, apura su té como sustituto y se adentra en aquella vorágine dispuesto a someterse a la misteriosa aventura gastronómica de inciertos resultados.

domingo, 3 de junio de 2012

CREENCIA Y EUTANASIA

A Micol.
Un amigo médico me da noticia del triste final de una de sus pacientes. Afectada de una enfermedad terminal y sin encontrar la ayuda necesaria para acabar con un sufrimiento que no se sentía capaz de resistir por más tiempo, le puso fin arrojándose por una ventana.
Me ha recordado este asunto el artículo, que sobre el mismo tema, publiqué en una revista en marzo de 2008. Como podrá apreciar el sufrido lector, las cosas han cambiado poco desde entonces.
*
El caso de Eluana, la muchacha italiana desconectada por fin de los aparatos que la habían mantenido en una pseudo-vida durante 17 años, ha vuelto a desencadenar la polémica sobre un tema de tanta sensibilidad e importancia como para mantener radicalmente dividida a la sociedad de muchos países.
Me recuerda este, el caso de Ramón Sampedro, un gallego tetrapléjico atado durante muchos años a una cama, defensor a ultranza de la eutanasia, a la que por fin pudo acceder de forma un tanto rocambolesca, con la ayuda de amigos. La justicia cubrió con un piadoso manto las posibles responsabilidades y el caso permanece vivo en una estupenda película protagonizada por Javier Bardem.
En aquel momento de fuerte debate televisivo y social, tuve ocasión de presenciar un espacio en el que se contrastaba la postura de Sampedro con la de un sacerdote católico reducido a situación parecida que, sin embargo la afrontaba con presupuestos diametralmente opuestos. El sacerdote, no sé si debido a la fe que profesaba o a otras razones, postulaba (y llevaba a la práctica) su voluntad de continuar su vida, aun reducido a una silla de ruedas que solo podía accionar con la barbilla. Asumía las servidumbres de todo tipo que tal estado comportaba de la forma más activa y participativa posible. Aceptaba con resignación su situación, aún creyéndola injusta.
Ambas posturas me parecieron dignas de respeto y en absoluto antagónicas. Creo que la esencia de la convivencia y su manifestación político-social como modelo, la democracia, consiste en que posiciones diferentes e incluso enfrentadas puedan coexistir y ser compatibles sin necesidad de que una de ellas tenga que laminar a la otra. No creo en la desafortunada frase “El que no está conmigo está contra mí” (Luc.11, 14, 24) y estoy en radical desacuerdo con los que la practican. Creo que los que así piensan son un peligro para la comunidad a la que se creen en la obligación de conducir por los raíles de su creencia, sin más razones que una fe, que nadie cuestiona pero que los demás no tienen por qué asumir. Esta necesidad enfermiza de que todos compartamos las mismas ideas, me trae a la memoria la canción de los monos de Ruyard Kipling en El libro de las Tierras vírgenes, “Nuestra es la verdad, porque somos muchos y todos decimos lo mismo”.
Con todo el respeto que me merecen las instituciones, cuyas normas acato aún en mis desacuerdos puntuales, creo que debería revisarse la legislación de este país de manera que hubieran soluciones para todas las tendencias sin más limitación que el libre albedrio y la conciencia de cada uno, siempre que no se invada la libertad de los demás.
Que yo sepa, nadie ha propuesto jamás que opciones como la eutanasia, el aborto, los anticonceptivos, el matrimonio homosexual, etc. sean obligatorias para nadie.
La creencia es absolutamente respetable... para aquellos que la profesan. Los demás  tienen el mismo derecho que ellos a pensar y practicar –insisto en la libertad de todos-, lo que les parezca más oportuno.

Revista “La Calle”. Santomera, Marzo 2008.


        


Related Posts Plugin for WordPress, Blogger... http://programalaesfera.blogspot.com.es/2012/07/el-ventanuco.html?spref=fb