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martes, 31 de diciembre de 2013

OJO POR OJO

Una de las primeras leyes que se inventaron en nuestro mundo asirio-mediterráneo, fue la de Hhammurabi, en aquella fértil zona donde apareció nuestra civilización, entre el Tigris y el Éufrates, que llamamos Mesopotamia (Los montes de Armenia, elevados y cubiertos de nieve dan origen a dos ríos profundos y rápidos, el Tigris al este y el Éufrates al oeste, decía El Clío, aquel hermoso libro que me inició en el estudio de la Historia). En su origen, el código fue tallado en una estela de Diorita de dos metros de altura en cuya zona superior se representa al rey Hammurabi delante del dios Shamash, que se supone inspirador del código. Basado en el principio de justicia distributiva derivada de la Ley del Talión, consideraba que el castigo impuesto al delincuente debía ser proporcional al crimen cometido. De origen divino y grabada en piedra, la ley era tan importante que ni el rey estaba autorizado a modificarla. Pongamos un ejemplo de su aplicación: si la casa edificada por un arquitecto se derrumbaba causando la muerte al hijo del propietario (que se supone, además, que había pagado por el proyecto y la construcción), en justa compensación debía sacrificarse al hijo del arquitecto. Nada más justo, ojo por ojo, diente por diente e hijo por hijo. Seguramente, con esa reparación, el dueño de la casa habría de encontrar la paz para siempre. No se sabe si al arquitecto le pasaría lo mismo o si se arriesgaría a nuevas construcciones a menos que le quedaran más hijos para compensar con ellos posibles desaguisados constructivos.
Han pasado más de 3.700 años desde entonces y las cosas han cambiado de forma sustancial. Las leyes de nuestras sociedades modernas contemplan las penas de reclusión bajo otro prisma: que el delincuente debe pasar por un periodo de privación de libertad encaminado a una posible reinserción social, además de cumplir la pena a que le condenó la justicia. Pasado ese periodo, el penado volverá a disfrutar de su libertad con los mismos derechos civiles que Ud. o yo.
Pero el asunto se complica cuando el asesinato es múltiple y la pena se incrementa por cada uno de los decesos causados. Diez muertos, a treinta años por cadáver, pongamos por caso, hacen un total de trescientos años, que es a la pena a la que el tribunal puede condenar al asesino. Pero hete aquí que el código penal vigente en la época exigía que ninguna persona pudiera cumplir más de veinte (o treinta, según los casos)  años de prisión, atenuados por los beneficios penitenciarios que le fueran de aplicación. Se da el caso entonces que ese asesino, una vez cumplida su pena (si tiene edad para ello), se encuentra en la calle del mismo pueblo que los familiares a cuyos parientes cercenó la vida. Con los mismos derechos y obligaciones que ellos tienen. Irá a comprar el pan a la misma panadería, entrará en el mismo estanco, suponiendo que sea fumador, y se tomará los chiquitos en los mismos bares que los familiares de sus víctimas, codo con codo, quizás con mirada arrogante y desafiadora si es que no se ha arrepentido de sus desmanes.
Es una paradoja difícil de entender y aun más de asimilar por aquellos que, a manos de esos facinerosos perdieron deudos y amigos, pero absolutamente legal. Luego vienen la doctrina Parot y esas cosas que cada uno entiende a su manera.


Y yo me pregunto: ¿No será que aún no estamos preparados para trascender el Código de Hammurabi?
Este artículo se publicó en VEGAMEDIA PRESS el 29.12.2013                                                                 

martes, 24 de diciembre de 2013

SENSACIONES



Ya sé que es solo una sensación vaga, imprecisa, sin fundamento, pero a veces me dejo llevar por ella y mi estado de ánimo se inclina peligrosamente a la zozobra en el proceloso mar de los delirios imaginados.
Desde hace un tiempo –ya demasiado- a esta parte, me parece que todo a mi alrededor se va volviendo cutre, miserable, minúsculo, como si me hubiera sumergido de improviso en una obra de Jonathan Swift.  
Los niños y las niñas vuelven a estar separados en los colegios, como en mi infancia, y lo que es más grave, subvencionados por el Estado. Tenemos un rey anciano y achacoso que arrastra penosamente su humanidad intentando hacer buena letra para enmendar trapacerías recientes. El príncipe, cuya preparación ha sido minuciosa y completa, se está convirtiendo en un funámbulo pacienzudo que no sabemos si acabará haciendo el ridículo como su primo inglés, esperando heredar después de jubilado. La Constitución se nos ha quedado obsoleta por la desidia inmovilista de unos y otros; ahora no hay quien se atreva a meterle mano porque en tiempo de tribulación no es recomendable hacer mudanza. A la política y al olisque del ladrillo golfistico, han desembarcado buen numero de los chorizos del país como las pirañas acuden a la gallina arrebatada por las aguas del Amazonas. Se han dilapidado los recursos de la nación en gastos faraónicos, en ciudades de las artes compostelanas y en aeropuertos sin pasajeros en cada pueblo de nuestra geografía, incluida mi desdichada región. Las compañías energéticas suben con alevosía impune sus tarifas amparadas por los ex presidentes y pelotas de primer nivel de uno y otro signo que han encontrado en sus brazos cómodos retiros millonarios.
La banca sigue obteniendo beneficios después de los multimillonarios rescates que pagarán nuestros descendientes en los próximos cientos de años; ya no interesa la inversión en industria o servicios, sino la especulación “en los mercados” que proporciona pingües beneficios con poco riesgo. El aumento de la delincuencia propio de tiempos turbulentos, se sustancia con el recorte de los medios al aparato judicial y los movimientos espasmódicos del Código Civil. El Gobierno, en vez de gestionar con eficacia los recursos y apretar el cinturón de sus gastos, acude a la simplificación de recortar en sanidad, investigación, enseñanza y pensiones, aún a sabiendas de que ese es el camino más corto para hacer retroceder el país a tiempos pre-constitucionales. La curia medieval, con su Torquemada al frente, sigue dando la vara en el vano intento de aplicar a la universalidad de la ciudadanía sus antediluvianos preceptos monjiles. Entre tanto desastre, la única solución que les cabe a nuestras mentes pensantes son proyectos ilusorios como Eurovegas o Paramount –olvidados ya los ridículos Murcia no typical que costaron una fortuna- con los que hacerle el caldo gordo a mafiosos internacionales que les acaben de llenar el cazo ya rebosante. Y si hay que cambiar las leyes, se les cambian a su medida, por algo somos un país de pandereta.
*
Ya digo, es solo una sensación vaga, imprecisa, sin fundamento, pero a veces me dejo llevar por ella y mi estado de ánimo se inclina peligrosamente a la zozobra en el proceloso mar de los delirios imaginados.

Este artículo se publicó en VEGAMEDIA PRESS en 2013.12.09





martes, 17 de diciembre de 2013

EL AUTOR Y LA OBRA



Produce inevitable asombro comprobar la gran distancia que se establece, en algunos casos, entre la excelencia de la obra y la personalidad y forma de gestionar su vida del autor, muchas veces llena de miserias y tormentos, incluso algunas, abocada a un final trágico.
Personajes tan importantes como Cervantes, de cuya obra de categoría universal podría inferirse una vida llena de equilibrio y éxitos personales, resulta que en la realidad arrastró una existencia mediocre, llena de hechos ramplones y desdichados donde el puterío y los cuernos estuvieron a la orden del día, pasando incluso por la cárcel y el cautiverio en Argel a manos del moro (aunque esto último no le fuera directamente imputable). Ni siquiera el retrato de Juan de Jauregui que hemos aceptado siempre como suyo es seguro que corresponda al personaje. Algo parecido pasó, en otro aspecto del arte, con Vincent Van Gog, este con un final más trágico todavía, que Cervantes al menos murió en su cama y empezando a vislumbrar los albores del éxito.


La lista sería interminable si contemplamos los variados aspectos del arte: la obra va por un lado y el autor por otro que resulta no corresponder en absoluto con lo que parecía razonable de la categoría de aquella. El asunto abarca a grandes músicos o cantantes, como Maikel Jackson, desdichado negro en pos de la blancura; Elvis Presley, repleto de estupefacientes, al que convirtió en su suegro, o Edith Piaf deshecha por las drogas y la paranoia; escritores como Mariano José de Larra, Jose Agustin Goytisolo, Emilio Salgari, Virginia Wolf, Sandor Marai, Yasunari Kawabata, Yukio Misima, Hernest Hemingway, Stefan Zweig, y un interminable etcétera, que acabaron de forma trágica manu personali, después de dejar escrita una abundante producción de categoría universal, u otros que por desagradables, fachas, groseros, pedorros y estrambóticos, como Cela, hacen que uno se concentre en la magnífica categoría de lo escrito sepultando en el más negro de los olvidos al esperpéntico autor. Algunos actores de cine, como Jony Vismuller, acabaron devorados por el personaje, convertido en alter ego dominante al final de su vida, como el Norman Bates de la película Psicosis.


*
La moraleja, si alguna hubiera, podría ser la dificultad inherente a todo ser humano para mantener un cierto equilibrio entre las múltiples facetas de la vida. De la misma forma que el ejercicio desmesurado de un miembro hace que este se desequilibre con respecto a los demás, así también, el cultivo desorbitado de una sola disciplina hace que el resto de la personalidad adolezca de cierto retraso respecto a ella.
Postulaban los hombres del Renacimiento la conveniencia de una formación holística en las ramas del conocimiento, y puede que no estuvieran exentos de razón, a la vista de las grandes obras que nos legaron y de lo que nuestros sistemas educativos, con especialidades exclusivas, desarrolladas de una forma obsesiva, nos ofrecen hoy día.




                     


martes, 10 de diciembre de 2013

SEÑOR PRESIDENTE (XIV). En boca cerrada…


Me permito, Señor presidente, renovar mi contacto epistolar con Ud. habida cuenta de las noticias que me han llegado acerca del mucho aprecio que ha hecho de las anteriores. Ello me anima a continuarlas para proporcionarle el apoyo del que últimamente le veo un poco falto; y para animarle, de paso, a que siga con la boca bien cerrada, pues como seguramente le diría a Ud. cuando era chiquillo su abuela –como nos lo han dicho toda las nuestras- “nene, en boca cerrada no entran moscas”, fin de la cita.
Hay quienes se quejan de que da Ud. la callada por respuesta ante los muchos y graves males que afectan a este país que es el suyo (con permiso del Sr. Mas ansioso de su particular reino de Taifas en la parte noreste que no sabemos si acabará siendo media España), pero intuyo que no saben muy bien lo que se dicen. Comprendo, y comparto, plenamente su postura. Ha llegado Ud., como buen estudioso de la Historia a la conclusión de que debe gobernar este país como lo hiciera nuestro brillante rey Felipe II, en cuyos reinos, como es bien sabido, nunca llegó a ponerse el sol. Es fama que el rey tenía dos grandes montones de legajos en su mesa. A la izquierda uno con un letrero que decía “asuntos urgentes a resolver”, a la derecha, otro montón con otro letrero: “asuntos que el tiempo ya ha resuelto”. El astuto monarca había descubierto que su labor fundamental era ir trasladando, con real parsimonia, los legajos del montón de la izquierda a los de la derecha. Su reinado fue feliz y fructífero, el merdé que nos dejo a su muerte ya es harina de otro costal.
Ya le digo, Sr. Presidente, no se deje amilanar por las acerbas críticas que le hacen los malos periodistas en esas encerronas internacionales a las que no tiene Ud. más remedio que someterse. Esas ruedas de prensa son una ignominia, debían hacer como aquí, donde los periodistas no tienen más remedio que enfrentarse a una pantalla de plasma o a unas preguntas pactadas. Bonico estaría que todo un señor presidente aclamado, como se sabe, por una mayoría estruendosa, tuviera que plegarse a las indiscreciones de unos plumillas malintencionados. Al fin y al cabo, los grandes asuntos en los que Ud. se afana intensamente están a punto de dar excelentes resultados. Que quieran ponerles fecha, ya es el colmo. ¿Que el paro juvenil atenaza al cincuenta por cierto de los jóvenes? Paciencia, todo se andará. Acabaran volviéndose al hogar de los abuelos que nunca debieron abandonar o marchándose a trabajar al extranjero, con lo que eso puede repercutir en ventaja para su conocimiento de idiomas y en ayuda para nuestra balanza comercial cuando manden sus magros sueldos para alimentar a los hijos que aquí han dejado. ¿Qué la corrupción nos come, que Fabra se ríe de la justicia, que alcaldes imputados como los de mi región pretenden hacer lo mismo?
¿Qué su antes amigo Barcenas los ha dejado con el culo al aire?, Bagatelas, peor están los otros con los maletines chinos, todo es cuestión de aplazados y diferidos. La gente traga y el tiempo acabará por poner las cosas en su sitio, las niñas volverán a educarse sin la perniciosa presencia de los púberes varones calentejos, la moral católica volverá a enseñorearse de unas costumbres que nunca debieron abandonarla, los pobres se harán dueños del Reino de los Cielos donde morarán eternamente y puede que el país vuelva a ser una Unidad de Destino en lo Universal una vez que el Sr. Mas reciba los cuartos que pretende.


Cuente con mi apoyo como siempre, Sr. Presidente, y recuerde a la abuela: “Marianico, en boca cerrada no entran moscas”. 

lunes, 2 de diciembre de 2013

EL VILLANO EN SU RINCÓN

Parezco un hombre opuesto
                                     al cortesano, triste        
                                     por honras y ambiciones,                          
                                    que de tantas pasiones
                                   el corazón y el pensamiento viste,
                                   porque yo sin cuidado
                                  de honor con mi iguales vivo honrado.
                                  (Lope de Vega, EL Villano en su rincón)
Llegó Fernández el lunes a la tertulia con una sonrisa que se le salía de la cara.
Sursum corda, señores. Los quintos corren de mi cuenta.
Lo de sursum corda impresionó a todos los asistentes menos a Juan de la Cirila, que es de mucha misa y ya lo tenía oído.
— ¿A qué se debe rasgo de generosidad tan inusual como extemporáneo? –saltó el Cacaseno que siempre procura estar a la altura de las circunstancias.
—A nada especial, queridos colegas, a la elemental alegría que me produce estar vivo y encontrarme en vuestra distinguida compañía.
(Cuando Fernández se pone fino y convida a cerveza, hay que temer alguna de sus disquisiciones pseudo-eruditas).
—Me encontraba ayer al medio día con mi Antonia a la reconfortante sombra del plantón de morera delante de mi casa que ya conocéis. En la rustica mesa de mármol amarillento, un condumio no por elemental menos consistente: huevos de pava con chorizo a los que había dado el punto justo mientras ella dejaba reposar una satená de patatas en ajo cabañil; media docenas de morcillas de la matanza de mi vecina Eulalia ligeramente doradas en la sartén y un puñado de habicas recién cogidas, para refrescar. Completaban el bodegón una ensalada murciana –tomate de lata, huevo duro, cebolla tierna y olivas de cuquillo- más la imprescindible frasca de vino de la Cañada del Trigo que daba amorosa compañía a los sencillos manjares. Cuando metí la sopa de pan casero a la yema amarilla y soleada como un as de oros, tuve que reprimir el ansia de mascarla a dos carrillos recordando como D. Quijote reprochaba esa fea costumbre a Sancho. Mientras saboreaba aquel primer bocado, dije para mi santiguada:
—“Hombre afortunado puedo considerarme. Ni el papa de Roma  con toda su pompa mitrada puede permitirse una comida como esta, bajo acogedora sombra y en excelente compañía. Como el villano en su rincón, no trocara yo la sencilla paz campesina de que disfruto –Beatus ille- por el boato principesco ni por caceras africanas de las que solo se puede sacar algún hueso roto o unas reales ladillas.”
Eso me dije, e hice en aquel momento firme propósito de compartir, al menos la imagen, con vosotros.
Callaron los contertulios mientras digerían lo del beatus ille que les sonaba mitad a canto gregoriano, mitad a músicas celestiales. Solo el Cacaseno se atrevió a decir:
—Brindo por eso, mientras se llevaba el quinto a la boca después de limpiarle el gollete a la botella con una servilleta de papel. El Cacaseno siempre ha sido un poco asquerosillo para las cosas de comer.
Luego añadió:
—Me has recordado, Fernández, una poesía que aprendí en la escuela:
 Allá muevan feroz guerra
Ciegos reyes
Por un palmo más de tierra
Que yo tengo aquí por mío
Los asistentes, boquiabiertos, guardaron un prudente silencio. Al Cacaseno le gusta emparejar la parva siempre que puede.


lunes, 25 de noviembre de 2013

VALLAS Y CUCHILLAS

 Tuve la fortuna en mis tiempos universitarios de disfrutar el magisterio de estupendos profesores, algunos, excelentes prehistoriadores. Ellos me enseñaron que, hace unos cuantos años la nuestra convivió con otra especie, a la que tiempo después llamamos Neandertales, durante un periodo de diez mil años, mes arriba o abajo. Ya entonces descubrimos que dos eran demasiadas especies para repartirse el mundo-aunque a la sazón era infinito-, de modo que en la pugna por el territorio una de las dos había de sucumbir. Y les tocó a ellos.
De los pocos millares de individuos que sobrevivieron de nuestra especie –Homo Sapiens Sapiens, también llamados Cromañones y de otras variadas maneras- hemos pasado a ser unos diez mil millones, con la estremecedora perspectiva de que somos capaces de duplicar esa cifra cada veinticinco años, mes arriba o abajo. El problema es que la tierra no se estira en la misma medida que las poblaciones crecen, de forma que lo que en principio fuera un planeta deshabitado como el del Pequeño Príncipe, amenaza con convertirse en una superficie alicatada por los edificios y en un mar agostado por la pesca intensiva.
A falta de Neandertales a los que disputar el espacio, ahora nos lo disputamos entre miembros de nuestra especie, haciendo distinción entre blancos, rojos, amarillos o negros. Unos, más afortunados, ocupamos las parcelas fértiles mientras otros se vieron relegados a los desiertos, a las tierras nevadas o a los territorios yermos. Los más desfavorecidos no se resignan a su suerte y quieren compartir nuestras parcelas abundosas. Solución: levantar barreras que impidan tal subversión del orden establecido durante miles de años a base de garrotazo y tente tieso.
Esta medida, que se viene empleando desde tiempos inmemoriales por todas las civilizaciones (recuérdense las enormes murallas erigidas a lo largo de la historia: la china, la marroco-saharaui, la americo-mexicana, etc. -Ver un excelente articulo al respecto del blog “Dactiloteca” http://elbamboso.blogspot.com.es/2013/05/la-caridad-humilla.html), alcanza hoy el virtuosismo de la erigida en la ciudad de Melilla. Tiene por objeto impedir la entrada a los subsaharianos ansiosos por disfrutar de la prosperidad que los encantadores de serpientes les han dicho que existe entre nosotros. Son gentes que solo pueden perder la vida en el intento y la suya apenas tiene valor. Desde luego, no el mismo que la de cualquier individuo del “primer mundo”.
El debate, ahora es si ponemos o no cuchillas en las que puedan dejarse las carnes a tiras si siguen empecinados en su intento; o si dejamos la valla tal como está, de modo que en los asaltos no se produzcan heridas demasiado sangrientas. Así no costará mucho repararlos antes de devolverlos al Teneré donde pueden morir tranquilamente, lejos de miradas importunas.
Soluciones de mayor calado resultarían complicadas para el sistema capitalista en que vivimos y nadie está dispuesto a plantearlas. Estamos demasiado ocupados en mirarnos el ombligo por si hemos engordado en exceso los últimos días para ocuparnos de unos pocos negros desesperados por llevarse algo a la boca.
No es asunto nuestro.

Este artículo se publicó en Vegamediapress el 15.11.2013


viernes, 15 de noviembre de 2013

AEROPUERTOS


A ver si nos aclaramos con el Aeropuerto de Corvera, porque el asunto me está haciendo sospechar que soy más tonto de lo que venía admitiendo hasta ahora.
En un periódico de 1935, que el Sr. Valcárcel, -bien conocido por sus dotes de politólogo- mostró en días pasados a los miembros de la Asamblea Regional, se hablaba de instalar un aeropuerto en las cercanías de Corvera. Habrá que suponer, dado el escaso desarrollo de la aviación civil por aquellas épocas que el asunto se trataba de la misma forma con que Julio Verne hablaba de los viajes a la luna.
Sea como fuere, al amparo de los militares de San Javier que eran los únicos, -además de las gaviotas-, capaces de levantar el vuelo por entonces, el 20 de julio de 1964 se abrió al tráfico civil el Aeropuerto de San Javier. Como la gran mayoría de murcianos sabemos por haber hecho uso de sus servicios en alguna ocasión, era un aeropuerto de bolsillo, modesto como correspondía a nuestras necesidades y posibilidades, pero eficaz y rentable, una especie de “aeropuerto de cercanías”. Para empresas más ambiciosas, teníamos casi a igual distancia y mejor comunicación el de Alicante. Antes de que el fraccionamiento regional se pusiera en marcha, no recuerdo que nadie se sintiera disminuido en su orgullo autonómico por tener que ir a embarcar a la comunidad vecina. Aquello de “Murcia sur”, que decía la propaganda de los operadores, era una tontuna como tantas otras y, a mi modesto entender, la misma categoría imprime el haber nacido en Murcia que en Alicante o en Argamasilla de Alba. Lo que siempre echamos de menos es que nuestros dirigentes hubieran tenido la “pesquis” de organizar un buen servicio de lanzaderas que hicieran los viajes al Altet menos penosos. Con muy pocas perras hubiéramos tenido a mano un aeropuerto de primera. Y no me consta que a nadie le pregunten en Alicante a qué Comunidad Autónoma pertenece antes de embarcar.
Pero llegaron las vacas gordas y al socaire de la burbuja, los ladrillos y el afán megalómano de algunos malos políticos, cada alcalde de pueblo quiso tener su aeropuerto. Y Murcia no fue una excepción. Al tiempo que se ampliaba de forma desmedida el de Alicante esperando llegar a los tres millones de visitantes, se proyectó el de Corvera mientras se duplicaba el de San Javier. Tres aeropuertos en un radio de 40 Km.
Naturalmente, el disparate dio sus frutos emponzoñados. Ahora nos encontramos un aeropuerto en San Javier con dos pistas y unas magnificas instalaciones que incluyen una moderna torre de control, valorado todo ello en unos 60 millones de euros, un aeropuerto en Corvera -terminado y sin que se sepa muy bien a quien pertenece por el momento-, que tiene todo el aspecto de ser deficitario para siempre aún en el caso de que San Javier cierre. Y el de Alicante que, a un tiro de piedra, sigue ofreciendo una enorme panoplia de vuelos internacionales.
¿Cuál es la solución para Corvera? ¿De donde van a salir los dos millones de pasajeros al año que se preveían? ¿Es que va a cerrar también Alicante al tiempo que San Javier? Según todas las promesas, Corvera debería estar ya abierto, pero ¿Cuándo será ese día?
El tiempo lo dirá. Voy a hacer un esfuerzo por llegar a verlo, pero no tengo mucha esperanza, la verdad.

Este artículo se publicó en Vegamediapress el 06.11.2013


sábado, 9 de noviembre de 2013

LA TINAJA, DE VUELTA


Han pasado unos meses desde que la tinaja partiera con rumbo ignoto. Arrostró temporales y galernas, subió montañas y recorrió valles, cruzó ríos y se detuvo al borde de mares lejanos, espoleada siempre por el ansia de lo desconocido. Se amadrinó con otras gentes y otras artes, aprendió de todos de todos ellos y se hizo un poco más adulta sin abandonar al niño que nunca terminó de crecer en su interior. Acabó por regresar a los orígenes, quien sabe si más cargada de sabiduría o de desencanto, que no siempre contemplar a la humanidad de cerca resulta satisfactorio.
Durante ese tiempo pleno, me ha parecido de ley dar un respiro a mis abnegados lectores, que lo bueno, si breve, dos veces bueno. Y mis páginas, si atendiéramos a su calidad, habrían de ser más discretas en el número. Quizás también en el contenido, dice el Pepito Grillo que llevo escondido tras la oreja. (Ne quid nimis, recomendaban los antiguos).
Algunos de mis amigos, guiados más por su bondadoso corazón que por mis méritos, me animan a continuar en el tajo. Y no puedo defraudarlos, su opinión es demasiado importante para mí, son mi única riqueza. Así es que aquí estamos de nuevo, con otra temporada al lomo, lo que no sé es si este ha sido positivo para el incremento de mi sabiduría que, según el vulgo, se adquiere mediante el simple trascurso del tiempo. Tengo serias dudas al respecto.
Vaya, para todos los que pasáis por aquí, mi agradecimiento. Y a los que pueda molestar alguna de mis opiniones (que no siempre son prudentes),  mis excusas y mi sincera contrición. Admito, anhelo, algún comentario que me reconduzca a la realidad que a veces puedo apreciar distorsionada.

Bienvenidos de nuevo y un abrazo para todos y cada uno de vosotros, amigos.

martes, 21 de mayo de 2013

CIN-COS CABALLEROS

Para Pepe, Eduardo, Manrique, Juan y Miguel.
 Los encontré (¿o los soñé?) caminando unidos por la vasta extensión del país que no existe. Yo tampoco estaba allí la tarde en que llegaron cabalgando potros de niebla. Nunca supe sus nombres, si es que los tenían, no hacia falta llamarles de ninguna forma porque jamás contestaban si no a sus propias preguntas, por eso les llamé primero, segundo, tercero, cuarto y quinto caballeros. No llegaron juntos, sino uno tras otro, desde todos los puntos cardinales, como si hubieran concertado una cita inevitable en el país invisible
El primero era placido y bonancible, puede que viniera de oriente. Aglutinaba sin esfuerzo voluntades, concitaba acuerdos en los que todas las partes se sentían ganadoras y dejaba tras de si un rastro de suspiros femeninos. Traía en la faltriquera un ábaco que muchos sabios habían empleado para calcular el espesor de la Muralla China. En él se contenía la sabiduría del universo y las miles de lenguas que se hablan en la Constelación de Orión.
En la cabeza del segundo cabían el código de Hammurabi, las obras completas de Marcel Proust, el BOE de los últimos veinte años y algunos sonetos que nunca llegó a publicar Lope de Vega. Tenía para todos la palabra justa y el ademán sereno de quien es capaz de conciliar evitando la disputa; puede que viniera de América. Un pastor griego pariente de la Rata Papirívora me dijo que lo había visto en sueños fumando la pipa de la paz en un tipi Cherokee, pero el griego se había bebido dos botellas de vino de pasas y estaba fumándose una chicha con los ojos entornados por el humo placentero, así es que no le creí.
El tercero desbordaba humanidad y llenaba con su presencia cualquier lugar en el que apareciera. Algunos decían que llegó desde las tundras de Anatolia a la cabeza de numerosas yurtas que se detuvieron a las puertas de Roma. Otros, que en su juventud había sido domador de magnolias saltarinas que le habían dejado sus hojas azules impresas en la piel. Muchos le envidiaban su fama de matar con dos espadas. Tampoco puede averiguar su verdadero origen, porque solo respondía con arias de opera a cualquier pregunta.
El cuarto jinete era el guardián de los secretos ignorados. El que todo lo sabe y todo lo calla. El que solo habla con los hermosos ojos azules que a veces se nublan de tristeza. Criaba plantas espinosas a las que hacia atravesar un aro en llamas para caer en un balde de agua donde morían asfixiadas, pero él derramaba aquella sangre verde en el suelo y las plantas brotaban de nuevo cada amanecer. Un mirlo blanco me susurró al oído que lo había visto leer varias veces todos los libros de la biblioteca de Alejandría antes de pegarle fuego.
El quinto era un Mercurio de blanca sonrisa y ademán presto al servicio de los dioses que le habían precedido. Eolo lo había protegido rescatándolo de un naufragio cerca de las costas patagonas para dejarlo a salvo al otro lado del mar. Contaba que en la pampa se había encontrado con el Ocumán una noche de ventisca. Puede que fuera cierto, porque algunos días de viento regatero, desde la borda de un chinchorro llenaba con su grito la placida quietud del mar pequeño. Quizás su voz llegaba hasta la tundra lejana donde hacia saltar lagrimas a la bestia con aspecto de oso, pobladora de falsas leyendas que nunca se escribieron.
Los cinco jinetes llegaron desde el universo de los cuentos nunca escritos para disputarse una cabra en el juego tártaro a caballo, pero olvidaron la cabra y acabaron bebiéndose dos barriles de hidromiel en cuernos vikingos.
Luego, desaparecieron y se quedaron para siempre.

martes, 14 de mayo de 2013

MOROS Y CRISTIANOS (V). Reflexión final.


 Algunos de mis lectores -a los que de todo corazón agradezco su aplicado interés-, se habrán preguntado a que viene este insólito afán por afligirles con relatos de las guerras pretéritas sufridas por nuestros antepasados.
“Poco tienen que ver esas historias –se dirán- con estos tiempos en que disfrutamos de benéfica paz. Allá se valieran con sus guerras entre moros y cristianos o cristianos entre si o moros entre unos y otros en la época que nos has contado”.
Debo responder a los que así argumenten que ha sido mi intención alumbrar una reflexión sobre lo poco cambiante que resulta la naturaleza humana, no ya desde tiempos tan cercanos en el tiempo como los que en capítulos anteriores se han visto, sino desde el principio mismo de la humanidad. Es la del hombre, por desdicha, una historia de luchas y matanzas. Dentro de unos miles de años (si es que esto no ha pegado un trueno para entonces), los arqueólogos estudiaran nuestra especie por el desarrollo de las armas que la han acompañado. Quizás se asombren de la compleja proliferación que han experimentado desde que el primero de nosotros descabezó a otro con una quijada de burro. Es probable que no averiguaran nunca si, desde los tiempos más oscuros, las armas desarrollaron las guerras o fue al revés. El caso es que fue.
Un amigo mío, historiador, mantenía la teoría de que en cualquier periodo de nuestra evolución que diéramos un “corte histórico”, podríamos definir perfectamente ese periodo por las guerras en que encontráramos inmersos a los habitantes del planeta.
Considerándolo un tremendista, me apliqué a comprobar su teoría con el solapado propósito de desmontar la gratuita maldad que atribuía al genero humano, pero les aseguro que no pude encontrar ningún momento de los muchos que analicé que se encontrara exento se guerras y exterminios, por unos motivos o por otros. Por razones territoriales casi siempre o por otras –religiosas, económicas o tribales- que enmascaraban la primera.
Un observador optimista se antevería a decir que en los tiempos modernos y civilizados en que vivimos eso se ha desterrado. Vana impresión: contémplese el numero de guerras que laten en estos momentos a lo largo del planeta y el inmenso arsenal armamentístico con que todas las naciones (quizás con una o dos excepciones) se apresuran a proveerse, no se sabe en vísperas de qué confrontación capaz de acabar con el genero humano y los otros adyacentes. Lo de si vis pacem para bellum, me parece una de las tonterías mas grandes que he oído en mi vida, algo así como los postulados de la Sociedad Nacional del Rifle en Norteamérica.
A las guerras y los ejércitos que las sustentan, se dedican abundantes recursos que bastarían para erradicar el hambre y la miseria que afligen a gran parte de la humanidad. Lo cual, mis buenos amigos, no es que me parezca bueno ni malo, me parece, sencillamente, idiota. Estamos recorriendo un camino hacia ningún sitio, y hay muchas probabilidades de que acabe en  la tragedia que merece nuestra estupidez.


Esa era la reflexión.

martes, 7 de mayo de 2013

MOROS Y CRISTIANOS (IV). El Cid en Valencia.


En 1088 Yusuf ibn-Tasufin cruzó por segunda vez el estrecho dispuesto a dar la batalla a los reinos cristianos y a las taifas corrompidas por la molicie. Llegó hasta la fortaleza de Aledo, en Murcia, pero allí se le acabó el fuelle y fue derrotado por las tropas cristianas. Alfonso había solicitado el auxilio del Campeador para la batalla de Aledo, pero este –sin que se sepan bien las razones, que no se las comunicó a nadie conocido-, emprendió el camino de Murcia, pero no llegó a tiempo para apoyarlo. Alfonso montó en cólera y lo desterró por segunda vez, esta con mayor rigor que la primera, pues le confiscó todos sus bienes. A partir de ese momento, el Cid se consideró legitimado par emprender sus aventuras y conquistas no en nombre del rey, si no en el suyo propio.
Decidido a guerrear en las ricas tierras de Valencia, se estableció en Burriana, amenazando las posesiones del rey de la tarifa de Lérida, al-Mundir. Este se alió con Ramón Berenguer II de Barcelona que vino en su auxilio, atacando ambos al Cid en el verano de 1090. En Tevar los derrotó el Cid, haciendo prisionero de nuevo a Ramón Berenguer que, escarmentado, decidió abandonar para siempre sus intereses en el Levante peninsular.
La amenaza almorávide se cernía sobre moros y cristianos por igual. Yusuf ibn-Tasufin ansiaba construir otro imperio a este lado del estrecho para purificarlo con su renovada fe. Rodrigo, que ya había saqueado las tierras riojanas y recibía parias de muchas taifas, ante la amenaza almorávide, decidió conquistar la ciudad de Valencia para establecer un señorío hereditario no sometido a ningún rey, ni cristiano ni moro.  Después de un duro cerco, tomó posesión de la ciudad en junio de 1094, titulándose “Príncipe Rodrigo el campeador”.
A los almorávides les sentó muy mal la perdida de Valencia. Un sobrino de Ibn Tasufin, Abu Abdalá ibn Tasufín, quiso recuperarla, pero fue derrotado. Al año siguiente lo intentó de nuevo, pero fue de nuevo vencido por el Cid, que se había aliado para la ocasión con el rey de Aragón, Pedro I.
Ese mismo año, el Cid envió a su único hijo, Diego Rodríguez, a luchar junto a Alfonso VII contra los almorávides, pero fueron derrotados en la batalla de Consuegra y el muchacho perdió la vida.
El Cid, después de conquistar la importante y amurallada ciudad de Sagunto, reinó en todo lo que habia sido la taifa de Balansiya como Princeps y soberano autónomo, hasta el año 1099 en que murió. Su esposa, Jimena consiguió mantener la ciudad a salvo de los ataques musulmanes hasta el año 1102 en que se vio obligada a abandonarla.
Los restos del Cid y de su esposa, después de dar varios tumbos desde S. Pedro de Cardeña, primer enterramiento del Cid, pasando por un mausoleo a orillas del río Arlanzón y por la Capilla de la casa Consistorial de Burgos, reposan, desde 1921, en el crucero de la Catedral de Burgos.


martes, 30 de abril de 2013

MOROS Y CRISTIANOS (III). El Cid cabalga.


Corría el año 1081 cuando el Cid salió al destierro. El mapa de España estaba tan liado que no había muchas posibilidades de escoger patrón fuera de la Egida de Alfonso. Aun no había oficinas de empleo y el asunto, para un parado de su categoría se presentaba chungo. Parece que se dirigió a los hermanos Ramón Berenguer II y Berenguer Ramón II pero aquellos tenían la plantilla completa. Rodrigo entonces, volvió la mirada a los reinos de Taifas. Encontró trabajo en Zaragoza donde el rey al-Mutamán lo envió a luchar contra su hermano Mundir que gobernaba Lérida y se habia aliado con Berenguer Ramón II, conde de Barcelona y con el rey de Aragón, Sancho Ramírez. El Cid repartió estopa sin distinción de clase ni religión y que en la batalla de Almenar acabó tomando prisionero –ironías de la vida- al mismo que no lo había querido entre los suyos, Ramón Berenguer II.
Las cabalgadas, escaramuzas y batallas del Cid en esa época fueron numerosas y llenas de éxito, acrecentándose su fama y fortuna. Es posible que de una de sus entradas triunfales en Zaragoza le venga el nombre de Cid (Sidi) con el que lo conocería la Historia.
Mientras tanto, Alfonso seguía con sus conquistas: en 1084, al-Qadir, rey de Toledo le pidió ayuda contra un levantamiento que pretendía derrocarle. Alfonso corrió en su auxilio pero fue meter a la zorra en el gallinero (dicho con todos los respetos): una vez dentro de la ciudad, decidió quedarse y mandar al ingenuo al-Qadir a Valencia de vacaciones bajo la protección de Alvar Fañez.
En África, por aquel entonces, había estallado un movimiento renovador del Islam al que habían dado el nombre de almorávides (de al-morabitum, los que llevan el velo). Eran seguidores del Coran a pies juntillas y, como todos los movimientos militares, ignorantes pero de gran eficacia con las armas en la mano. Los reyes de las taifas del sur – Sevilla, Granada, Almería y Badajoz- decidieron pedir ayuda contra los reyes cristianos al líder de los almorávides, Yusuf ibn Tasufín, que desembarcó en 1086 en el puerto de Algeciras al frente de un numeroso contingente ávido de botín.
Alfonso VII, cuando tuvo noticia de lo que se le venia encima, abandono el cerco a la ciudad de Zaragoza que lo ocupaba en aquel instante y se dirigió a matacaballo hacia el sur para enfrentarse al ejercito confederado de Almorávides y musulmanes de las taifas. El 23 de Octubre de 1086 sufrió una estrepitosa derrota en Zalaca, y suerte tuvo de no pasar mayor descalabro cuando salió huyendo de vuelta a Toledo porque Yusuf, avisado de la muerte de uno de sus hijos, decidió volver a su tierra sin apurar la victoria.
Alfonso envió entonces mensajes a todos los príncipes de Europa intentando montar una cruzada internacional contra la moraima que lo acosaba, pero tuvo escaso eco.
A pesar de todo algunos caballeros acudieron a la llamada y el astuto rey aprovechó la ocasión para casar a dos de sus hijas, Urraca y Teresa, con dos señores cruzados: Raimundo y Enrique de borgoña, emparentando así con la prestigiosa casa de los borgoñones.
Yusuf ibn-Tasufin, preparaba su segundo desembarco en la Península

Como se verá en la próxima entrega,

martes, 23 de abril de 2013

MOROS Y CRISTIANOS (II). Traiciones y emboscadas.


En el asedio de Zamora, el rey Sancho de Castilla, llamado El Fuerte, halló la muerte. Dice la leyenda que a manos de un traidor llamado Bellido Dolfos. Los historiadores que solo se fían de fuentes seguras, opinan que hay poco de verdad en esa leyenda; tan poco como en el hecho de que Rodrigo Díaz de Vivar, a la sazón escudero distinguido de Sancho, hiciera jurar a Alfonso que no había tenido parte en la muerte de su hermano, ni de que el destierro del Cid se produjera en ese momento, como ya se vio en la entrega anterior. La historia que nos cuentan, a veces, parece un poco falluta.
El tercero en discordia entre los hermanos, García, aprovechó la confusión del momento para recuperar su trono gallego, pero en 1073, el taimado Alfonso lo atrajo con engaños a una reunión en el Castillo de Luna. Allí lo dejó, aherrojado, hasta su muerte en el año 1090. Poco después, Alfonso se anexionaría los territorios de Álava, Vizcaya, Guipuzcoa y La Bureba, adoptando en 1077 el titulo de Imperator totius Hispaniae, lo que quizás resultaba un tanto presuntuoso si tenemos en cuenta que media España estaba en manos de las taifas musulmanas.
Precisamente para enmendar esa situación, Alfonso inició una serie de campañas encaminadas a presionar a los moros logrando que, ante la amenaza de guerra, las taifas, que eran más bien acomodaticias, se avinieran a pagar tributos (parias) con tal de que las dejaran en paz. Algo parecido a lo que años más tarde pondría en práctica la mafia siciliana con notable éxito.
Por esta época encontramos a Rodrigo Díaz de Vivar a partir un piñón con el rey Alfonso, una vez pasados ya los episodios guerreros de Zamora y Galicia en los que probablemente se había ganado el nombre de “campeador”, el que combate a campo abierto. Tan buenas relaciones tenia con el rey que este le arregla, en 1074, el matrimonio con Jimena Díaz, noble bisnieta de Alfonso V de León. Con ella tendría Rodrigo tres hijos: Diego, María y Cristina.
Las taifas de Sevilla y Granada, gobernadas por los reyezuelos al-Mutamid y Abdalá ibn Buluggin respectivamente, estaban mas entretenidas en pelearse entre si que en luchar contra los cristianos. Ambas gozaban de la protección de Alfonso, que envió al Cid a defender al-Mutamid del ataque de Abdalá, al que reforzaban las importantes mesnadas de un noble castellano, García Ordóñez. El Cid venció a los enemigos de al-Mutamid en la Batalla de Cabra e hizo prisionero a García Ordóñez. Probablemente en ese lío de todos contra todos, moros y cristianos en un totum revolutum, se inserta el descontento del rey Alfonso con el Cid, que, ya metido en harina, se había dedicado a saquear en beneficio propio la zona oriental de la taifa de Toledo. Taifa que también pagaba onerosas parias al rey para evitar precisamente esos desmanes y cuyo rey al-Qadir se le quejó a Alfonso amargamente. “Tanto pagar protección para qué”, dicen que le dijo.
En vista de que el caballero campeador se le había desmandado más de la cuenta, el rey lo desterró por tiempo indefinido. Y fue entonces cuando al destierro con doce de los suyos –polvo, sudor y hierro- el Cid cabalga.


Pero aún quedaba mucha madeja por desliar. Paciencia.
Ah! Y feliz día del libro!

martes, 16 de abril de 2013

MOROS Y CRISTIANOS (I). Los reyes peleones


Esta  serie sobre acontecimientos de nuestra Historia de España, está dedicada a mi buen amigo José Luis Muñóz Díaz que, desde tierras catalanas sigue este Blog y, de vez en cuando, me cede alguna de sus valiosas ideas a titulo gracioso.


El ciego sol la sed y la fatiga
Por la terrible estepa castellana
Al destierro con doce de los suyos
-polvo, sudor y hierro- El Cid cabalga

Dice Machado que salió el Cid de Burgos después de hacerle jurar en Sta. Gadea a Alfonso VI que no había tenido parte en la muerte de su hermano Sancho. No todos los historiadores están de acuerdo que tal juramento tuviera lugar. Al parecer, la primera referencia literaria que hay sobre el dudoso acontecimiento es de 1236. De cómo suceden los hechos a como son recogidos en la posteridad, suele existir un largo camino que los estudiosos se empeñan (con frecuencia vanamente) en recorrer de nuevo.
Sea como fuere, la supuesta jura de Sta. Gadea habría tenido lugar en el año 1072 y el destierro (primero) del Cid, que por entonces era solo Rodericus, no se produciría hasta el año 1081. Algo pasaría en ese periodo de diez años, así es que vayamos al principio:
Fernando I de León, en el año 1066 convocó una Cura Regia, a la que expuso su voluntad de repartir sus reinos entre los hijos igual que cualquier amantísimo padre, llegado el momento, reparte sus enseres más preciados. Al primogénito, Sancho, le concedió el Reino de Castilla, creado para él, y las parias o impuestos sobre el reino taifa de Zaragoza. A Alfonso le correspondió la principal corona, el reino de León, y los derechos sobre la taifa de Toledo. A su hermano menor, García, le adjudicó el reino de Galicia y los derechos sobre las taifas de Sevilla y Badajoz. A su hija Urraca le dio la ciudad de Zamora y a la otra hija, Elvira, la de Toro.
Cualquiera diría que aquel reparto efectuado por la voluntad regia habría de ser aceptado y respetado en todos sus extremos, pero al parecer los muchachos eran más díscolos de lo que su padre había previsto. Cuando Alfonso fue coronado rey en León, como era su derecho, su hermano Sancho no aceptó el nombramiento, considerando que, como primogénito, debía ser el heredero de todo el imperio paterno. Desafió a Alfonso a un juicio de Dios en el que el vencedor se alzaría con todo. Sancho vence, pero Alfonso no se conforma con la derrota y convence a su hermano para que no se hagan daño entre si, poniendo los ojos al unísono en el reino de Galicia. Dicho y hecho. Los aliados se vuelven contra García, al que derrotan en Santarem y se lo mandan, para que lo conserve a buen recaudo, a al-Mutamid de Sevilla, con el que mantenían, en ese momento, buenas relaciones.
El concierto entre los dos ambiciosos dura poco. En 1072 se produce una nueva batalla en Golpejera y Sancho sale vencedor. Alfonso es tonsurado[1] y recluido en el monasterio de Sahagún, pero con la ayuda de su hermana Urraca convence al abad del monasterio de que lo deje escapar y se refugia en la taifa de Toledo de la que es rey su vasallo al-Mamún.
Sancho monta en cólera contra su hermana Urraca y pone cerco a Zamora, su ciudad. En el asedio, encontrará la muerte.
Pero no adelantemos acontecimientos, eso se verá en el próximo número.       



[1] La tonsura, desde tiempos visigodos, llevaba aparejada el ingreso en la vida religiosa y, consecuentemente, la incapacidad para reinar.

martes, 9 de abril de 2013

ABUELA, QUIERO SER POETA


 A Rocío y José Manuel, mis compañeros de mesa en el Zalaca.

Longtemps, longtemps, longtemps
Après que les poètes ont disparu
Leurs chansons courent encore dans les rues…
(
Hace mucho tiempo,
Después de que los poetas desaparecieran
Sus canciones suenan aún por las calles)
(Traducción completamente libre)
 
Era yo un mozuelo imberbe cuando escuché por primera vez esa canción. Y me impresionó. Quise ser poeta de inmediato. Me pareció que no debía ser muy dificultoso escribir dulces palabras de melodioso sonido como las de aquel señor –aún no sabía que se llamaba Charles Trenet-, capaces de emocionar a la gente.
Me puse a la faena. Provisto de un cuaderno ad hoc –que no era gris- di en cantarle a una imaginaria enamorada (nada original, la vecinita del segundo), a la luna, a los árboles, a los arroyos, a las puestas de sol, y a todo lo que se cruzara en mi camino. Como entonces no estaba de moda todavía la poesía sincopada sin rima, sin métrica, y con frecuencia sin nada, me di a rimar con singular donaire amor con terror, furor y rumor, sin olvidarme de estertor y  tambor, aunque estos me resultaban más difíciles de colocar. Luego probé con una, tuna, luna, bruna, pruna y otras lindezas por el estilo. Aquello marchaba. En cuanto a la métrica, ensayé con los cuartetos, los tercetos encadenados, las quintillas, las décimas y hasta me atreví con el soneto. Logré pergeñar uno cuyo significado no he logrado desentrañar todavía.

Mediado el cuaderno (que afortunadamente no tenia muchas hojas) tuve que encontrar al critico adecuado para aquellas maravillas y lo encontré en mi paciente abuela. La mujer, victima de una parálisis infantil que la retenía en su enorme sillón, era incapaz de salir de estampida cada vez que yo iniciaba la lectura, como seguramente hubiera querido. Presa del cariño que me profesaba, me animó a seguir por aquel camino recién descubierto, augurándome toda clase de éxitos, sospecho que para salir del paso y quitarse de encima al pelmazo.

Nunca lo hiciera, porque me apliqué con tal denuedo al oficio que pronto rellené de engendros infumables dos o tres cuadernos como el primero.
Pasó el tiempo, llegó el amor por la vía normal, olvidé aquellos cuadernos, curó por lo suyo la enfermedad juvenil de la poesía y, cuando muchos años después volví a dar con los cuadernos en una mudanza, los arrinconé en una leja inaccesible de mi biblioteca. Allí yacen, como ese cabo de lápiz que uno no se decide a tirar, sin que nunca me haya atrevido a abrirlos. A la espera de que un día los entregue como pasto a las llamas, que debe ser su natural fin.
*
A veces, alguno de mis buenos amigos me invita a un recital de jóvenes promesas que nos deleitan con sus últimas creaciones en el mundo del verso. Y  no puedo evitar acordarme de cuando estuve a punto de ser poeta.




martes, 2 de abril de 2013

PECADO Y DELITO


Desde el Neolítico, las religiones han sido para el tronco humano como las hojas para los arboles caducifolios: aparecen, cumplen su cometido y desaparecen barridas por los vendavales del tiempo. Así pasó con los mesopotámicos, los persas, los egipcios, los griegos, los romanos, etc. (por centrar la mirada solamente en nuestro familiar lago mediterráneo).
Y todas las religiones, pasadas y actuales han tenido algunos objetivos en común: convencer a sus adeptos de que hay un mundo de bienaventuranza en otra dimensión al cual tendrán acceso aquellos que se dejen guiar por la casta sacerdotal del momento, siguiendo a rajatabla sus indicaciones que incluyen un comportamiento que evite el pecado, definido por cada religión de acuerdo con sus postulados.
Entre estos, se encuentra aclarar qué es lo bueno y lo malo y a esto último clasificarlo como pecado, creando la sensación de culpa imprescindible para el buen gobierno de la grey. Como objetivo último y más importante de cada estructura sacerdotal se encuentra alcanzar el poder sobre las almas, y de paso sobre los cuerpos. Se pretende que la sociedad civil acepte en bloque todos los preceptos de la organización religiosa, de forma que el pecado sea asimilado al delito, con lo cual, este será punible de oficio por el brazo secular, tal como recordamos de tiempos inquisitoriales, no tan lejanos, en nuestro país.
Y esto es una confusión que nos ha sumido desde siempre en el desastroso estado de mezcolanza ideológica que todavía arrastramos; la iglesia católica (una más entre tantas verdaderas) ha mantenido como objetivo prioritario extender sus tentáculos dentro del sistema de gobierno de forma que el personal confunda mandamiento religioso con la imposición civil. Este disparate que sufrimos desde hace tantos años merece una reflexión permanente manifestando con toda claridad que la creencia religiosa es una cosa a la que están obligados los que, voluntariamente se entreguen a ella y otra es la norma civil, que obliga e implica de forma universal a los ciudadanos del país. Si la ley civil, promulgada con todas las garantías proporcionadas por el estado de derecho, legisla en la materia que considere oportuna, ninguna ley religiosa, por mucho origen o iluminación divina que se arrogue, es bastante para cuestionarla. La religión, cualquiera de que se trate, tiene plena vigencia y autoridad para aquellos que creen en ella, la practican con todo el ardor que consideren oportuno y a ellos solamente extiende su autoridad e imposiciones. Al resto de los ciudadanos, tiene la obligación inexcusable de dejarnos en paz, sometidos al imperio de la ley civil, que ya es bastante.
No son sinónimos pecado y delito. Pueden ser considerados como pecado para esta o aquella religión hechos como el concubinato, el aborto, el matrimonio homosexual, la ingesta de cerdo, alcohol, u otros productos que para la ley civil no constituyen delito ni siquiera infracción y que para otras gentes resultan incluso saludables. Y los creyentes de la religión de que se trate, tienen absoluta libertad para abstenerse de ellos mientras los no creyentes hacen lo que les parezca más oportuno.
Y los unos y los otros, tenemos la obligación de respetar las posturas ajenas sin que ello tenga por qué comportar la menor sombra de enfrentamiento o rechazo.





martes, 26 de marzo de 2013

VELOCISTAS Y CORREDORES DE FONDO



Dice Fernández que estuvo el otro día oyendo recitar a escritores y poetas en el Museo Gaya durante el homenaje a Francisco Sánchez Bautista.
—No acabo de entender bien en qué se diferencian los escritores de poesía de los de prosa. Para mí son todos escritores y los admiro por igual, porque soy incapaz de hacer una o con un cañuto. Hablar, lo que haga falta, pero ponerlo por escrito, es otra cosa. No se escribe igual que se habla, ni mucho menos. Un magnífico orador, puede resultar una castaña de mucho cuidado escribiendo, y a la inversa.
—Pues no sabría decirte, querido amigo. Entiendo poco de escritores y menos de poetas, pero a lo que puedo vislumbrar desde mi modesta atalaya de lector, yo diría que el poeta es como el corredor de velocidad, y el escritor de prosa se asemeja más a un corredor de fondo. Me imagino que, sin una inspiración instantánea y furibunda, el poeta difícilmente alumbraría un verso que, por su naturaleza tiende a ser un mensaje condensado, aunque poetas haya que escriban largos memorándum o libros en verso (me viene ahora a las mientes "El viaje del Parnaso", de cuyo autor manchego hemos hablado tantas veces). Otra cosa es que el poeta, igual que hace el buen escritor de novela, repase y vuelva a repasar, corrija y pula su obra una y otra vez. Ya conoces el dicho atribuido a Oscar Wilde: "Ayer corregí un texto y eliminé una coma. Hoy volví a ponerla". Un poema, dicen otros, nunca se acaba, solo se abandona.
—Sin embargo, a lo que columbro, el escritor de prosa -pongamos novelista- requiere para su menester, además de la imaginación imprescindible, un detallado programa con el que ir desarrollando la complejidad de la obra. Creo que escribir una novela es trabajo arduo que requiere mucho más que la sola inspiración (por otra parte imprescindible). Es preciso adquirir -y desarrollar- lo que se llama oficio, un andamiaje complicado sin el cual no es posible construir el edificio de la novela.
—Hay una especie de aliviadero, que es el cuento.
—Hombre, tanto como aliviadero, no, que el cuento es género también de mucho mérito.
—El cual no le quito en absoluto, lo digo por la brevedad.
—En eso te doy la razón, admitiendo que dentro del cuento existan piezas maestras que nada tienen que envidiar a muchos novelones, que entre estos también los hay del tipo ladrillo. Y en lo del cuento como obra maestra, no cito al argentino por estar en la mente de todos.

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