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martes, 29 de enero de 2013

SEÑOR PRESIDENTE (XII) No maree la perdiz





Señor Presidente:

Ha llegado a mis oídos, por vías que entenderá no divulgue, el mucho aprecio que manifiesta por estos escritos de mi blog, así como el interés con que los sigue, y aún utiliza, en la difícil toma de decisiones a que se ve abocado día sí y día también. Ello me anima a reanudar esta práctica que tenía abandonada desde hace semanas, haciéndole generosa merced de mí caché por el bien del pueblo.

Considérese exonerado, de la obligación de proponernos más códigos éticos ni pactos anticorrupción. A estas alturas de la película, lo que necesitamos el común de los administrados son obras y no entelequias para seguir mareando -no sé si magreando, de paso- a la pobre perdiz. Sean honradas sus señorías, vigilen y denuncien a los que no lo sean y están a su lado; no es tan difícil, si hay estética en la ética. Déjense de zarandajas y de tomarnos el pelo con medidas futuras y comisiones mixtas.

Háganos la merced de apantallar por una temporada a la Sra. Cospedal que miente con la impasibilidad de Buster Keaton. Y, sobre todo, querido Presidente –sin acritud se lo digo- no nos tome más el pelo diciéndonos que su compañero de partido el Sr. Barcenas no tiene nada que ver con el resto de honrados peperos. ¿Qué hacía, pues, en el despacho que disfrutaba en la sede del PP en Genova, a pocos pasos del suyo, disponiendo, con cargo al Partido de chofer y secretaria hasta hace pocas semanas? Como presidente del Gobierno elegido por amplia mayoría (asunto lleno de misterio que los historiadores del futuro tendrán que dilucidar), le tengo grandísimo respeto, pero acabaré perdiéndoselo si Ud. sigue tomándome el mío, como al resto de nuestros conciudadanos.

Y no nos diga que la Constitución es intocable. Han dado un mal ejemplo haciéndole un injerto a traición en fin de semana veraniego. Ese es otro asunto que a la oposición pasará más factura que a Uds. mismos. Creo poco en Uds., pero empiezo a no creer tampoco en ellos.

Si de verdad quiere Ud. recuperar la credibilidad y sanear la vida política, comience tomando el toro por los cuernos y sajando lo que en su partido haya de podrido (que espero sea la pequeña proporción que todos sospechamos), para iniciar una nueva etapa libre de chorizos. Reconozca que hubo una época de dinero negro (normal, por otra parte en la sociedad española del momento; todos recordamos la doble contabilidad habitual en las empresas), y proceda en consecuencia. Averigüe -si no lo sabe ya-, como es posible que un tesorero de su partido, a partir de la nada económica, haya podido amasar una fortuna que, para mas INRI en el partido de los patriotas, se lleva al extranjero ¿No le da cierto tufillo, Sr. Presidente, el solo hecho de depositar las perras, aunque fueran suyas (de él), en un paraíso fiscal?

Y no nos taladre más con la herencia recibida, porque no es de recibo a estas alturas de la tragedia. Si de verdad ignoraban Uds. la debacle económica a la que se enfrentaban, lo honesto hubiera sido no recibirla y volver a convocar elecciones con nuevos pre-supuestos, no incumplir sistemáticamente cada uno de los puntos del programa con el que se presentaron. ¿Quién, de aquí en adelante creerá en el programa electoral de cualquier partido que concurra a las elecciones? Han levantado Uds. la veda para el embuste.

Sea valiente, que es lo que la ciudadanía le demanda, haga promulgar (con su mayoría absoluta) una verdadera ley de trasparencia que haga visible la financiación de los partidos y evite vergüenzas como las mencionadas, para siempre; proponga listas abiertas de una vez, y ataque los problemas de este país, que es para lo que le votamos de forma mayoritaria, muy especialmente el drama del paro que nos tiene ya medio enterrados en la ignominia.

La tragedia, en este momento, no es el gobierno que Ud. preside (siéndolo mucho), sino que la oposición, que tampoco puede permitirse hablar de ciertos temas más que con sordina, es inoperante, y si me aprieta, inexistente.

A la espera de que –remedando a D. Juan- “medite, por Dios en calma las palabras que aquí van”, reciba, Sr. Presidente, como siempre, un cordial saludo.

martes, 22 de enero de 2013

AMIGAS Y AMIGOS



Amigas y amigos, compañeras y compañeros, vecinas y vecinos, colegas y colegos, visitantas y visitantos de este blog: no creáis que porque me dirijo a vosotras y vosotros especificando de forma machacona y pertinaz el género al que cada uno de ustedes y ustedas pertenecen, ignoro el uso de los generales y universales o del genero epiceno, que hacen referencia a los individuos que componen un todo, inventados en el idioma castellano hace ya muchos años (humanidad, pueblo, multitud, gentío, personas, etc.)

Cuando hablamos del Pitecantropus Erectus, del Sinhantrophus, del Homo Eidelbergensis, Pekinensis, Neantertalensis o del más moderno Sapiens-Sapiens, a cuya especie pertenecemos todos los hombres y mujeres que habitamos La Tierra en la actualidad, a nadie se le ocurre distinguir entre los elementos del género masculino y los del femenino: está claro que cualquiera de esas denominaciones abarca, incluye y aúna a los dos géneros, mujeres y hombres. Lo mismo que cuando hablamos de la humanidad actual. El claro dimorfismo sexual, que existe en numerosas razas, no es más que otra característica especifica que solo distingue a unos de otras en el tamaño y en algunos otros atributos diferenciales.

¡Pero ay! la desdichada deriva histórica llevó a que la diversificación de funciones que tan buenos resultados diera a nuestra especie en su camino evolutivo (la mejor prueba de ello es que nos trajo hasta aquí) adjudicara valores distintos a las funciones de uno y otro género, de forma que las masculinas fueran prestigiosas y las femeninas no. Ítem más que la evolución cultural virara injustamente de forma que las mujeres quedaran relegadas al papel de floreros reproductores, eso sí, llenas de belleza, sensibilidad y armonía para que los poetos y juglares pudieran explayarse en sus versos inflamados al son de la mandolina. En unas culturas, los varones dominantes aprovecharon la coyuntura para relegarlas en gineceos y cubrirlas de velos reduciéndolas a valor de cambio; en otras las mantuvieron en los hogares ocupadas en el cuidado de la prole, los trabajos domésticos y campesinos más duros o recluyéndolas, con vistas a su salvación eterna, en monasterios y abadías, también cubiertas de tocas y sayales que preservaran su virtud para el más allá.

En  tiempos modernos, con toda razón, las mujeres, hartas de estos papeles que les habían adjudicado sin consultarles, decidieron cambiar las tornas y reivindicar los mismos papeles, en las mismas circunstancias que los hombres. Se produjo la inversión pendular, llegó el discurso político y  comenzó la carrera partidaria y obsesiva por evitar el lenguaje que pudiera contener la más mínima connotación sexista. Ya no era suficiente referirse al género humano, sino a los hombres y mujeres de forma tan explícita que propiciaba caer en el peligroso ridículo del lendakari Ardanza cuando, en un acto público de su partido, se refería a “los difunos y difuntas”, dando un alambicado giro semántico para que no se olvide citar al género femenino, ni siquiera una vez hermanado para siempre con el otro en la paz de los sepulcros.

Todo pasará y esta moda quizás más rápidamente por lo que de ridícula tiene. Hablaremos entonces de personas, gentes o habitantes de tal o cual sitio, entendiendo con claridad meridiana que hombres y mujeres somos las dos partes de un conjunto con claras diferencias físicas y con evidente igualdad de derechos en cualquier ámbito social.

Tengo la sensación de que las generaciones que nos sucedan recordaran esta época de minuciosa distinción semántica sexual, tan superficial como poco efectiva, de la misma forma que nosotros podemos recordar el último auto de fe presenciado por Felipe II en Valladolid en el año del señor de 1559, pongo por caso.

martes, 15 de enero de 2013

REINOS DE TAIFAS



Un acertado comentario (como todos los suyos) de Fulva Lux, me ha sugerido esta entrada, que le dedico con la humildad del alumno poco aventajado.
Estudiamos, de pequeños, que hacia el año 711, los malvados moros guiados por unos cuantos árabes envidiosos de lo bien que se vivía en este país (que entonces era visigodo después de haber sido romano), cruzaron el estrecho, se extendieron por la Península y llegaron a tierras francesas hasta que Carlos Martel les dio la vuelta en Poitiers iniciando un reflujo que duraría muchos siglos. Pero en el ínterin, desarrollaron una cultura en lo que llamaron (y llaman todavía) al-Andalus, de una brillantez nunca alcanzada hasta entonces. Establecieron un emirato dependiente de Damasco, donde habitaba el Jalifa y Comendador de los creyentes de la muy reputada familia de los Omeya. Pero otra familia, la de los Abasíes que les había tomado algo de ojeriza, decidió sustituirlos por el somero procedimiento de darles matarile, en el año 756. Escapó solo uno de los Omeya, llamado Abderrahamen, que se instaló en al-Andalus, propiciando así que un descendiente suyo constituyera en estas tierras el Califato de Córdoba un par de siglos después. Fue esa una época brillante desde el punto de vista cultural, aunque llena de conflictos larvados entre comunidades tan diversas (muladíes, mozárabes, romano-visigodos, judíos, etc.) que dieron lugar a guerras intestinas (fitna) durante veintidós años. En 1031, cayó el califato de Córdoba y se adoptó un sistema que cuadraba muy bien con el emergente espíritu libertario de los aborígenes españoles: los reinos de taifas (muluk al-Tawaif). Todas las grandes familias árabes, bereberes, mozárabes, muladíes o eslavos, se constituyeron en estados independientes que reproducían el central, ya extinguido, a escala doméstica. En principio fueron veinte, pero llegaron a haber más de treinta y dos, algunas de tamaño más que reducido. Poco a poco las mayores fueron absorbiendo a las pequeñas. Los reyezuelos locales, en su ambición de reproducir el fasto de los califas (de aquellos tiempos data, probablemente, la famosa frase “quiero ser califa en lugar del califa” del visir Iznogud), 

se rodearon de los mejores eruditos de la época tanto musulmanes como cristianos y judíos. Paradójicamente, durante el tiempo de las taifas se desarrolló como en ninguna otra época la cultura andalusí adquiriendo características propias que la distinguían netamente del resto del Islam. Es la época del nacimiento de un movimiento filosófico característico de al-Andalus donde florecían las matemáticas la astronomía y la poesía. La arquitectura desarrolló el estilo manierista que influiría posteriormente en el arte magrebí de almorávides y almohades. Surgieron relevantes figuras en el campo del saber, y, en una constante emulación de los lujos orientales, se construyeron suntuosos palacios, almunias y mezquitas, y se celebraron las fiestas más comentadas, fastuosas y extravagantes de la cuenca mediterránea. Naturalmente, la economía se fue al traste.

No era posible enfrentarse a la presión de los guerreros cristianos del norte con aquel desbarajuste de reinos, así que empezaron a contratar mercenarios que luchaban en uno u otro bando según de donde fluyera el oro, o comprando la paz a base de impuestos (parias) que pagaban a los reyes cristianos. (Uno de los más famosos mercenarios de la época fue el llamado Cide Campeador, Rodrigo Díaz de Vivar). Los estados se endeudaron hasta los corvejones.

El asunto acabó como el rosario de la aurora: el rey de Sevilla al-Mutamid, llamó en su ayuda al de los almorávides de Yusuf Ibn Tasfin (cuya tumba, venerada como la de un santo, puede visitar cualquiera que tenga interés en Marrakech). Yusuf cruzó el Estrecho, derrotó a Alfonso VI de León y Castilla en Zalaca y, como no estaba para tonterías, decidió conquistar el resto de taifas e imponer el puritanismo religioso que pretendía (como todos los fundamentalismos) salvar al personal, aún a su pesar. Ahí se acabó, por el momento, el espíritu hedonista y liberal del pueblo andalusí.

Luego vinieron los almohades y los nazaríes residuales hasta que su último rey, el lagrimoso Boabdil, dio por terminada la aventura árabe en España y comenzó lo del yugo y las flechas para terminar en las autonomías tras la época oscura del exiguo  general.

*

No sé porqué, recordar los reinos de taifas me produce la sensación de que la historia se repite (con las naturales variantes), que muchos de los acontecimientos a los que asistimos son un deja vu, y que aprendemos poco o nada del pasado.

martes, 8 de enero de 2013

ROUCO ¿POR QUÉ NO TE CALLAS?

Nos ha deleitado el Sr. Rouco en días pasados, aprovechando efemérides religiosas propias de estas fechas, con un encendido mensaje a la magna concentración de seguidores reunidos en la plaza de Colón de Madrid. Allí, además de a sus devotos seguidores, se ha permitido darnos lecciones al resto de los ciudadanos sobre los imperativos morales que su confesión postula para que nos mantengamos en el camino de bondad que ha de conducirnos a la venturosa vida eterna, una vez periclitada la presente.
Como ciudadano libre de este desdichado país que sigue siendo el mío, después de felicitar al Sr. Rouco por su éxito de público, me gustaría hacerle algunas precisiones que, dado su carácter dialogador y democrático, estoy seguro no han de caer en saco roto:
Quisiera recordarle, en primer lugar, que las creencias en general y las religiones en particular -entre las cuales, la que él profesa  es una más- son una opción a las que los humanos tenemos acceso para imaginar un hipotético futuro del que, hasta la presente, no tenemos garantía alguna de que exista. Por fortuna, la fantasía es una de las herramientas más potentes con las que la naturaleza nos ha dotado y, a lomos de sus elucubraciones, podemos llegar a los más alejados puntos de mundos desconocidos para imaginarnos, allí, una vida de eterna contemplación o de generosas huríes como otros ofrecen (en caso de duda, escogería esta última, por parecerme más tentadora).
Es encomiable el afán del Sr. Rouco en repartir a diestro y siniestro normas y preceptos para encaminar a todo vicho viviente hacia esa bienaventuranza eterna, pero empieza a resbalarse y a faltarnos al respeto a los que no comulgamos con sus creencias, cuando se permite adoctrinarnos -sin que nadie se lo haya pedido- y amenazarnos con los infantiles castigos de un infierno en el que no creemos. Yo no me atrevería jamás -y tengo el mismo derecho que él- a recomendarle que se adhiriera a mis creencias (suponiendo que tuviera alguna), y menos a reprocharle, con la vehemencia y rotundidad que él lo hace, que siguiera por el camino que lleva, que yo considero equivocado.
Por si fuera poco, este señor se permite poner en tela de juicio normas legales que el Estado dicta para todos los ciudadanos, sin que nadie, haciendo gala de una educación más exquisita que la mostrada por él, se atreva a mandarlo a hacer puñetas, por no nombrar otro lugar al que no debe uno referirse sin pedir perdón de antemano.
Creo que nos estamos pasando de conservadores y educados permitiendo que pontífices de confesiones religiosas, sean las que fueren, aprovechando la credulidad de las gentes se permitan, en ceremonias fastuosas que recuerdan las pantomimas de los faraones egipcios, dar lecciones de vida al común de las poblaciones. Prediquen señores, con toda la vehemencia que sus gargantas les permitan, las verdades incontrovertibles en que creen para los que sigan sus normas religiosas, pero respeten (como el resto de los ciudadanos a Uds.) las ideas y los hechos de los que tenemos otra opción diferente a la suya, o ninguna.
Y sobre todo, no se atrevan a poner en solfa las leyes civiles que, en uso de la libertad democrática, nos hemos concedido las gentes libres de pensamiento, si no quieren que, con el mismo o superior derecho, cuestionemos las suyas y acabemos (violentando nuestras más exquisitas normas de conducta), mandándolos, in aeternum, al lugar referido más arriba.
De una puñetera vez, Sr. Rouco, ¿por qué no te callas?

martes, 1 de enero de 2013

GALLINAS Y ZORRAS

 Con mis mejores deseos para el 2013.
Anda la SGAE -Ramoncín incluido- revolucionada estos dias por el descenso espectacular -nunca mejor dicho- de asistentes a las representaciones de espectáculos de toda clase y condicion, postulando que el desproporcionado aumento del IVA es el causante de tal retracción. Aducen los que de ello entienden que, en ningun país de la UE se ha gravado con un IVA tan exagerado a los eventos culturales, que es en el único caso en que no se han seguido las directrices con que Brusemerkel nos fustiga a diario y que la subida responde a motivos exclusivamente ideológicos y no a razones recaudatorias como está demostrando la baja afluencia de público que redunda en una disminución drástica de lo percibido por el Estado.
Uno, que entiende entre poco y nada de asuntos de este calibre, pero que por sufrirlos en sus maltrechas carnes se considera legitimado para opinar sobre ellos, siente indignación y pena, pero ningún asombro. Hace ya un año que pusimos a la zorra (con todo el respeto para ese jopudo y astuto animal) a cuidar de las gallinas y ahora nos asombramos de que se las vaya comiendo una a una. La zorra no ha engañado a nadie, todos conociamos (o debiamos conocer) su aficióon por esos orondos volátiles antes de meterla en el gallinero. Esta derecha derechona, que decía el colega andalúz, ultramontana y con caspa de siglos que se ha adueñado de la cúpula del PP, es una desdicha para todos: para el país al que estan haciendo retroceder, en terminos de conquistas sociales, muchos años que probablemente no se recuperen nunca (para entonces habremos caído una buena parte de la poblacion actual); y para el propio PP, que en vez de evolucionar hacia un partido de derecha europeo y moderno, se dirige a la caverna más oscura de la que tambien tardará años  (si no siglos) en salir.
Pero decía más arriba no sentir asombro alguno ante la situacion actual del poder respecto de la cultura porque repasando un poco la historia como me aconsejaron mis buenos mentores siempre que les mostraba mis tribulaciones ante los acontecimientos adversos, observo que, a lo largo de la cronica de la humanidad, las clases dirigentes (oligarquías les llaman ahora) han tenido un especial interés en mantener cualquier tipo de conocimiento bajo su control. El pueblo, cuanto más ignorante y crédulo, más facil de manejar. Esta es una constante que, por conocida y experimentada, tenemos ya sepultada en el fondo del baúl del olvido. Recuerdense las diferentes religiones, las satrapías de las que aún quedan algunas muestras cercanas, etc.
El pueblo hoy, como en los lejanos tiempos romanos, se contenta con unas hogazas de pan y espectaculos aturdidores de luz y sonido. Hemos postulado la cultura sin esfuerzo y eso es una utopía, irreal  y falaz como todas ellas. Se está haciendo tarde para reconocer a los desconcertados jovenes que los hemos engañado, que no hay logro sin el esfuerzo proporcional, que los hemos impulsado a vivir por encima de sus posibilidades onnubilando su poder de critica y analisis, haciendoles el caldo gordo a los que pretendian instalarse en el poder para poder manejar los caudales publicos en su beneficio personal, a falta de otras condiciones que les permitieran integrarse en la sociedad de forma más honorable y cabal. A nuestros jovenes les dejaremos, por primera vez en la historia, un mundo peor que el que nosotros heredamos.
Esto pinta mal, muy mal, porque ya no estamos en tiempos de revoluciones ni quedan palacios de invierno por tomar, y una revolución fundamental (la que postulaba mi maestro Krisnamurti) desde dentro de cada uno de nosotros, es tarea árdua para la que no sé si estamos preparados por el momento.
Las gallinas lo tenemos crudo, por no decir jodído.

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