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martes, 26 de marzo de 2013

VELOCISTAS Y CORREDORES DE FONDO



Dice Fernández que estuvo el otro día oyendo recitar a escritores y poetas en el Museo Gaya durante el homenaje a Francisco Sánchez Bautista.
—No acabo de entender bien en qué se diferencian los escritores de poesía de los de prosa. Para mí son todos escritores y los admiro por igual, porque soy incapaz de hacer una o con un cañuto. Hablar, lo que haga falta, pero ponerlo por escrito, es otra cosa. No se escribe igual que se habla, ni mucho menos. Un magnífico orador, puede resultar una castaña de mucho cuidado escribiendo, y a la inversa.
—Pues no sabría decirte, querido amigo. Entiendo poco de escritores y menos de poetas, pero a lo que puedo vislumbrar desde mi modesta atalaya de lector, yo diría que el poeta es como el corredor de velocidad, y el escritor de prosa se asemeja más a un corredor de fondo. Me imagino que, sin una inspiración instantánea y furibunda, el poeta difícilmente alumbraría un verso que, por su naturaleza tiende a ser un mensaje condensado, aunque poetas haya que escriban largos memorándum o libros en verso (me viene ahora a las mientes "El viaje del Parnaso", de cuyo autor manchego hemos hablado tantas veces). Otra cosa es que el poeta, igual que hace el buen escritor de novela, repase y vuelva a repasar, corrija y pula su obra una y otra vez. Ya conoces el dicho atribuido a Oscar Wilde: "Ayer corregí un texto y eliminé una coma. Hoy volví a ponerla". Un poema, dicen otros, nunca se acaba, solo se abandona.
—Sin embargo, a lo que columbro, el escritor de prosa -pongamos novelista- requiere para su menester, además de la imaginación imprescindible, un detallado programa con el que ir desarrollando la complejidad de la obra. Creo que escribir una novela es trabajo arduo que requiere mucho más que la sola inspiración (por otra parte imprescindible). Es preciso adquirir -y desarrollar- lo que se llama oficio, un andamiaje complicado sin el cual no es posible construir el edificio de la novela.
—Hay una especie de aliviadero, que es el cuento.
—Hombre, tanto como aliviadero, no, que el cuento es género también de mucho mérito.
—El cual no le quito en absoluto, lo digo por la brevedad.
—En eso te doy la razón, admitiendo que dentro del cuento existan piezas maestras que nada tienen que envidiar a muchos novelones, que entre estos también los hay del tipo ladrillo. Y en lo del cuento como obra maestra, no cito al argentino por estar en la mente de todos.

martes, 19 de marzo de 2013

DIOSES Y ESTATUAS


Ha vuelto Fernández de un viaje a Egipto patrocinado por alguna de esas organizaciones que se dedican a difundir la cultura entre las poblaciones llamadas de forma eufemística “tercera edad” o “mayores”, como si nos diera vergüenza reconocer que hemos llegado a lo que toda la vida ha sido la vejez, la digna, merecida e inevitable vejez. Es una recomendable práctica no confundir el culo con las temporas.
Venía el hombre impresionado por la cantidad de monumentos que todavía se tienen en pie, a pesar de la desidia de los egipcios, debida más a la falta de recursos y a desdichados regímenes políticos que a su voluntad. Le había asombrado la rica vida cultural que debió florecer a lo largo de los más de 3.000 años que duró la historia del país desde que se fundaron los primeros nomos hasta que Alejandro Magno lo invadiera en 332 aC. Ptolomeo Soter, uno de los generales que se repartieron el imperio a su muerte, se hizo reconocer como faraón en 305 aC., imponiendo el panteón griego que sincretizaría con los dioses egipcios como más tarde lo harían los romanos con ambos. Se da el curioso fenómeno de que una gran cantidad de momias que se conservan en el museo del Cairo son de época romana, como muestran las pinturas que las adornan. Los rostros de los difuntos aparecen en la parte externa del envoltorio a modo de prístinos DNI.
Lo que más había impresionado al Fernández filósofo rural, era la importancia que la religión había tenido para aquellas gentes. Incluso las estatuas de los faraones más importantes como Ramsés II, Seti I, Amenofis III,o las pirámides de Sakkarah o de Guiza, estaban construidas en función de una idea religiosa. Lo que se pretende es desvelar el misterio del más allá, cuestión que ha preocupado al hombre desde que adquirió conciencia de sí mismo en las tupidas selvas de Tanzania.
Las castas sacerdotales monopolizaron pronto el culto a las divinidades de cada momento y el faraón, que las encarnaba en la tierra antes de transmutarse en dios, acababa convirtiéndose en una correa de transmisión que le contaba al pueblo lo que convenía a los sacerdotes. En Kom-Ombo había visto, además del dios-cocodrilo Sobek artísticamente momificado, el nilometro, un pozo construido al lado del río con el que los sacerdotes podían predecir la fecha exacta de la crecida anual. Cuando las aguas comenzaban a subir, “ordenaban” al rio que creciera y las gentes, asombradas del poder de los sacerdotes, creían a pies juntillas que actuaban en estrecho contacto con los dioses.
Pero lo que más le ha impresionado, según contaba, era el conjunto de Karnak, construido por el famoso arquitecto Senenmut, en época de Tutmosis I (1530-1520 aC.) y el templo a cuyo interior solo podían acceder los sacerdotes y el faraón. En lo más recóndito del interior se encuentra el tabernáculo del dios. En la ceremonia del “despertar”, se abrían las puertas del recinto, se accedía a la estatua sagrada a la que se lavaba y perfumaba con esencias aromáticas, se envolvía en vendas de lino y se le repintaban los ojos y la boca. Los sacerdotes interpretaban sus deseos y estos le eran trasmitidos al faraón para que tomara sus decisiones de gobierno de acuerdo a la voluntad del dios.
Concluía Fernández que los sacerdotes eran los que menos razones tenían para creer en los dioses, unas criaturas inanimadas construidas a su imagen y semejanza. Aquellas, que fueron verdades incontrovertibles para millones de personas durante miles de años (bastantes más de los que llevamos desde el principio de nuestra Era) se revelaron, cuando llegaron pueblos más potentes con dioses más recios, creencias absolutamente falsas. Menos mal que nosotros tuvimos la suerte de descubrir otras que sí eran ciertas, claro que cada una con sus dioses, diferentes y enemigos entre sí. Todos verdaderos y omnipotentes, sin la menor duda.

martes, 12 de marzo de 2013

UN DÍA EN LA BASTIDA


 Tuve la suerte, hace unos días, de visitar La Bastida de Totana, un yacimiento arqueológico de enorme importancia. Pertenece a la llamada Cultura del Argar que abarca la zona geográfica del sudeste (provincias de Alicante, Albacete, Murcia, Jaén, y Granada) y un espacio temporal entre 2200 y 1100 aC.)
La iniciativa que reunió a más de un centenar de personas de Santomera, fue promovida por el IES Julián Andujar y el Club Quijar de la Vieja y coordinado por el profesor Blas Rubio, a quien desde aquí manifiesto el agradecimiento de todos los que nos regalamos con un baño de cultura. Dirigieron la visita y las charlas y excursiones anteriores a ella, los doctores Vicente Llull, Rafael Mico y Lourdes Andugar, de la Universidad Autónoma de Barcelona, implicados ahora en los estudios y excavaciones que se iniciaron hace ya 150 años.
Resulta impresionante el conjunto defensivo del yacimiento. De los restos aparecidos, los arqueólogos que de eso entienden, son capaces de extractar consecuencias que para el ojo poco avezado pasarían desapercibidas.
Una de las cosas más interesantes (por cuanto supone el conocimiento de las formas de vida y la organización social de unos antepasados poco lejanos en la relatividad del tiempo) es la estructura social del grupo y su relación con el resto de comunidades que habitaban la zona.
Eran sociedades temerosas del ataque de otras, como demuestran los enormes bastiones levantados en una época en la que solo se podía contar con esfuerzo humano: doble línea de murallas, torres defensivas colocadas al borde de un barranco, poternas desde las cuales se podían realizar ataques de flanco, una enorme cisterna capaz de almacenar medio millón de litros de agua, etc.
Deducen también los expertos que existía una gran diferencia de clases. Solo los que ocupaban la cima de la pirámide social tenían derecho a enterramiento, como atestigua el escaso número de tumbas halladas en proporción a la población que los datos arqueológicos permiten suponer. El resto de los difuntos seria abandonado a los carroñeros, quien sabe si arrojados al río o enterrados en tumbas anónimas imposibles de localizar hoy. Era una sociedad con muchos esclavos o siervos y pocos ricos y/o poderosos que los dirigían. Estos últimos trabajaban poco o nada. Sus restos muestran un estado de salud envidiable y una alimentación equilibrada. El resto, se apañaban como podían y, probablemente morían a una edad mucho más temprana.
Las armas de bronce (alabardas y puñales primero, espadas al final de la época) estaban en manos de los poderosos que las utilizaban para la defensa de los ataques exteriores y para el control de los posibles descontentos interiores.
La ciudad, que llegó a contar con más de un millar de habitantes, fue abandonada, hacia el año 1100 aC. Puede que por haber esquilmado los recursos del entorno, por exceso demográfico, por ataques exteriores, o por una mezcla en proporciones variables de todas esas circunstancias.
*
Al regreso de la visita, en el silencio del coche que nos traía de vuelta, alguno no pudo evitar preguntarse ¿Hemos sido capaces de cambiar algo realmente importante desde entonces?

martes, 5 de marzo de 2013

COMIENZA EL DIA


A todas las madres que en el mundo han sido. 

La madre salta de la cama con las primeras luces. Aterida de frío, con los huesos aún entumecidos, se llega hasta la cocina y enciende el fuego con las cuatro astillas que dejó preparadas anoche. El calorcillo de la débil llama reconforta sus dedos empedrados de sabañones. Coloca una olla al fuego, que ya crepita. Cuando el agua esté caliente le echará un puñado de achicoria y unas cucharadas de miel. Ese líquido caliente reconfortará las tripas del marido y los hijos que ya empiezan a rebullir en las oscuras habitaciones.
En una pequeña alhacena reposan, cubiertos por una retalera blanca, los redondos panes que amasó el sábado. Saca uno, corta largas rebanadas de un dedo de espesor y las va colocando en el cestillo que ocupa el centro de la mesa. Luego descuelga una ristra de blancos que penden de una caña atada a las vigas. Ya están un poco resecos –este año aún no se ha hecho la matanza- pero son buen companaje para el pan sabroso y denso.
El padre atraviesa presuroso la cocina, que da a la cuadra, y le echa el primer pienso a las dos mulas que lo aguardan inquietas. Los hijos comienzan a aparecer con las caras aún húmedas de los manotazos de agua que se echaron en la zafa común.
Toman asiento en silencio y comienzan a comer con apetito. La madre vuelca el líquido negruzco y oloroso de la olla en los tazones. La chica desmigaja una rebanada de pan y va echando barquitos. Luego hunde la cuchara en las sopas y se las lleva a la boca soplándolas con precaución. El chico deja el tazón para el final. Coge un blanco, lo coloca sobre el pan y va cortando trozos con su navaja de cachas resobadas. Mastica lentamente, saboreando cada bocado. La madre, sin llegar a sentarse, mascujea un trozo de pan que ha calentado en la lumbre antes de echarle un hilo de aceite y un espolvoreo de pimentón.
Acaban el desayuno en silencio. El padre se acerca después de aparejar las mulas que devoran su pienso con aplicación. Se bebe el tazón de un trago y añade su rebanada de pan y un blanco al recado que la madre les ha preparado, en un cestillo de esparto, para la media mañana. Tiene prisa, en este tiempo los días son cortos.
Padre e hijo salen hacia el campo. La madre y la muchacha recogen la mesa.
La chica sale enseguida, con el barreño de la ropa apoyado en la cadera, camino de la acequia. La madre se dispone a empinar la olla con unas patatas y el medio pollo que cuelga, al fresco, en un clavo del porche. Los hombres llegarán al medio día con un hambre de lobo. Si el chico se queda con gana le freirá un par de huevos y que sope todo el pan que quiera.
Nota que hoy le duelen los riñones más que otros días. No puede ser la regla, que se le retiró el año pasado. A lo mejor es este tiempo húmedo que se ha metido ya en el mes de octubre. Cada año nota más los cambios de temporada. O será que se está haciendo vieja. No quiere ni pensarlo. El marido y los hijos la necesitan todavía.
Sale al patio y suelta las gallinas. Antes, las coge una a una y les tantea el culo. A las que tienen huevo les echa un puñado de grano. Las demás, que se busquen la vida por los alrededores. Ella las vigilará de tanto en tanto, por si sale la zorra.
El sol va calentando. Comienza un nuevo día, como ayer, como mañana. 

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