Corría
el año 1081 cuando el Cid salió al destierro. El mapa de España estaba tan
liado que no había muchas posibilidades de escoger patrón fuera de la Egida de
Alfonso. Aun no había oficinas de empleo y el asunto, para un parado de su categoría
se presentaba chungo. Parece que se dirigió a los hermanos Ramón Berenguer II y
Berenguer Ramón II pero aquellos tenían la plantilla completa. Rodrigo
entonces, volvió la mirada a los reinos de Taifas. Encontró trabajo en Zaragoza
donde el rey al-Mutamán lo envió a luchar contra su hermano Mundir que
gobernaba Lérida y se habia aliado con Berenguer Ramón II, conde de Barcelona y
con el rey de Aragón, Sancho Ramírez. El Cid repartió estopa sin distinción de clase ni religión y que
en la batalla de Almenar acabó tomando prisionero –ironías de la vida- al mismo
que no lo había querido entre los suyos, Ramón Berenguer II.
Las
cabalgadas, escaramuzas y batallas del Cid en esa época fueron numerosas y
llenas de éxito, acrecentándose su fama y fortuna. Es posible que de una de sus
entradas triunfales en Zaragoza le venga el nombre de Cid (Sidi) con el que lo conocería la Historia.
Mientras
tanto, Alfonso seguía con sus conquistas: en 1084, al-Qadir, rey de Toledo le pidió
ayuda contra un levantamiento que pretendía derrocarle. Alfonso corrió en su
auxilio pero fue meter a la zorra en el gallinero (dicho con todos los
respetos): una vez dentro de la ciudad, decidió quedarse y mandar al ingenuo
al-Qadir a Valencia de vacaciones bajo la protección de Alvar Fañez.
En África, por aquel entonces, había estallado un
movimiento renovador del Islam al que habían dado el nombre de almorávides (de al-morabitum, los que llevan el velo).
Eran seguidores del Coran a pies juntillas y, como todos los movimientos
militares, ignorantes pero de gran eficacia con las armas en la mano. Los reyes
de las taifas del sur – Sevilla, Granada, Almería y Badajoz- decidieron pedir
ayuda contra los reyes cristianos al líder de los almorávides, Yusuf ibn
Tasufín, que desembarcó en 1086 en el puerto de Algeciras al frente de un
numeroso contingente ávido de botín.
Alfonso
VII, cuando tuvo noticia de lo que se le venia encima, abandono el cerco a la
ciudad de Zaragoza que lo ocupaba en aquel instante y se dirigió a matacaballo
hacia el sur para enfrentarse al ejercito confederado de Almorávides y
musulmanes de las taifas. El 23 de Octubre de 1086 sufrió una estrepitosa
derrota en Zalaca, y suerte tuvo de no pasar mayor descalabro cuando salió
huyendo de vuelta a Toledo porque Yusuf, avisado de la muerte de uno de sus
hijos, decidió volver a su tierra sin apurar la victoria.
Alfonso
envió entonces mensajes a todos los príncipes de Europa intentando montar una
cruzada internacional contra la moraima que lo acosaba, pero tuvo escaso eco.
A
pesar de todo algunos caballeros acudieron a la llamada y el astuto rey
aprovechó la ocasión para casar a dos de sus hijas, Urraca y Teresa, con dos
señores cruzados: Raimundo y Enrique de borgoña, emparentando así con la
prestigiosa casa de los borgoñones.
Yusuf
ibn-Tasufin, preparaba su segundo desembarco en la Península …
Como
se verá en la próxima entrega,