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martes, 4 de marzo de 2014

ESTADO DE LA NACIÓN: UNA DE LAS DOS ESPAÑAS

No parece que hayamos avanzado mucho desde que el poeta, exiliado forzoso al final de su vida, hiciera ese acertado y triste comentario.
Los dos gallos se han plantado, cada uno en su rincón y desde lugar seguro han alzado cantos estridentes procurando amilanar al contrario. Los seguidores de uno y otro, provistos de orejeras que solo permiten ver uno de los colores del espectro político, los han jaleado convenientemente cuando la pausa oratoria lo sugería. Con arreglo a la vieja y eficaz norma política: pregunta lo que quieras que contestaré lo que me dé la gana, han desembuchado machaconamente durante largas horas los discursos que traían aprendidos, respondiendo a preguntas sobre la marcha con frases en conserva. El alarde parlamentario que en otras épocas consistió en hacer gala de oratoria, elegancia y agudeza, se ha trocado en un ejercicio elefantiásico que emula las soporíferas sesiones con las que Castro afligía a sus pacientes vecinos. No hay quien resista una de estas exposiciones, menos quien la entienda y muy pocos los que sean capaces de dilucidar entre la avalancha de cifras contrapuestas, de inexactitudes y de silencios sobre cuestiones que el ciudadano creía fundamentales, cuál es la verdad o por lo menos cuál de los gallos estentóreos se aproxima más a ella.







Luego salen a la palestra los pollos de menor entidad y también arremeten. Para el titular del gallinero, curtido ya, con espolones afilados a modo de concertinas y con un revés que McEnroe hubiera envidiado en sus mejores tiempos, son pan comido.
Y el ciudadano medio, agobiado por su situación personal; por la de sus hijos reducidos a la inoperancia o forzados al exilio; por la de sus mayores cada vez más desatendidos y temerosos ante un futuro que creían tener asegurado; por la de sus vecinos, algunos de los cuales está todavía peor que él, entra en un bucle de melancolía al que no le adivina salida. Se ha prometido muchas veces no acudir nunca más a las urnas, pero sabe que esa tampoco es una buena solución. Acepta que es animal político y percibe con claridad que el desafecto por la participación ciudadana no es una recomendación deseable. Es consciente de que su dejadez ha propiciado el que a la política no hayan acudido los mejores ni, en muchos casos los más honrados. Él también tiene su parte de culpa, lo asume pero no sabe como remediarlo.
No es cierto que todos los políticos sean iguales, ni todos los partidos tampoco. Oye  el españolito a unos y a otros decir que las soluciones a la crisis que ellos proponen son las mejores, pero siente que las grandes mejoras macroeconómicas se han hecho sobre la base de empobrecer a la población (no a los dirigentes), recortar sus derechos y volver a las mujeres a la tutela de la que hace muchos años se habían liberado; que la banca sigue con sus pingües beneficios sin que el capital imprescindible para nuevos o viejos emprendedores fluya; que la competitividad que en este país ha sido el índice de referencia con Europa, ha subido gracias a los bajos salarios, como en China; que la sanidad y la educación se deterioran a ojos vistas; que debemos, a partir de ahora, inhibirnos de los crímenes internacionales…

El españolito se encuentra en medio de las dos Españas y no sabe a cual pertenece.

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