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martes, 24 de febrero de 2015

TERTULIANOS Y ELECCIONES

Los vientos de elecciones han llegado a la tertulia con el tiempo desapacible de borrascas que cada noche nos anuncia la tele. Los políticos aprestan sus armas, bizman las heridas de los últimos casos de corrupción y se aprestan a lanzarse a la arena, unos para morir matando, otros con la pretensión de colocar sobre sus sienes por primera vez la corona de laurel.
—Llegó la hora de expresarnos democráticamente y mandar a estos indeseables a donde les corresponde estar: en la cárcel o en el olvido -arranca el Cacaseno que viene caliente de escuchar a uno de sus líderes en la tertulia mañanera.
—Ya estamos con las generalizaciones, tú a lo mismo, cortar cabezas y tabla rasa, responde Juan de la Cirila.
—Es que los de siempre parece que están muertos, se han quedado obsoletos, unos y otros, siguen enviándonos los mismos mensajes de toda la vida: que si los corruptos no son de su partido, que son casos aislados, unos sinvergüenzas que pasaban por allí…
—Y se quedaron treinta años llenándose los bolsillos y llenándoselos a los demás para que callaran…
—Que si van a hacer una ley de transparencia..
—A buenas horas, mangas verdes
—Que si los malos son los otros…
—En eso ultimo si te doy la razón –irrumpe Mateo en el dialogo- estoy harto de que los unos me hablen de lo malos que son los otros y de las chapuzas que han hecho. Deben creer que somos tontos de más. Yo quiero que me presenten un programa serio…
—Para luego no cumplirlo
—Esa es otra, Cacaseno, en nosotros está saber a cual hemos de creer y cual nos ha defraudado. Iba a decir que por eso me gusta el muchachico ese catalán, que no se mete ni con unos ni con otros y habla solo de lo que su partido quiere hacer. Me parece más prudente y más elegante que los otros emergentes, aunque tampoco me fío, parece que son algo opacos.
—Pues yo creo que no es momento de aventuras, tal y como está el patio, con los millones de parados que hay, los separatistas dando guerra y los griegos a punto de tomar las de Villadiego.

—Juan, no me vengas con lo de la estabilidad, que los tuyos ya no tienen imaginación para recurrir más que al miedo. Que sepas que la gente ya lo ha perdido y que se va dando cuenta de que se ha convertido en un partido, carca, corrupto y en descomposición.
—¡Pos anda que el coletas!
—El fenómeno coletas se ha producido por culpa de los vuestros, de los tuyos y de los de enfrente, que habéis dado lugar a esta situación. El vapor de una olla cerrada, tiene que salir por algún sitio.
—Haya calma, muchachos, recuperemos nuestro espíritu ecuánime y democrático.
—No te pongas fino, Fernández, que cuando empiezas así es para soltar alguna de las tuyas ¿a que sí, Mateo?
—A mi no me metáis en líos que me sienta mal el carajillo. Yo lo que digo es que si los dos grandes partidos siguen empeñados en mantener campañas del mismo corte que siempre, con mensajes obsoletos, tirando piedras al aire cuando ambos tienen el techo de cristal, mal asunto. Los votantes ya somos mayores de edad, sabemos quién ha hecho las cosas mal, y ahora lo que necesitamos son mensajes de futuro que nos ilusionen después de la mala época que hemos pasado y que vamos a seguir pasando. Se les está escapando el agua entre los dedos de la mano abierta.




martes, 10 de febrero de 2015

POLÍTICOS Y GOLONDRINAS

Igual que las golondrinas anuncian la primavera, la aceleración de las obras emprendidas o por emprender, las medidas prometidas y nunca acometidas, las subvenciones atrasadas y las promesas incumplidas, se reactivan con un ímpetu nunca visto que anuncian próximas elecciones. La condición política, poco proclive al rubor, anuncia sin empacho la próxima realización de todas esas medidas intentando convencernos –sin demasiado éxito- de que esa es la tónica normal de su mandato. “Hemos de trabajar”, “estamos trabajando”, “no paramos de trabajar”, nos anuncian a bombo y platillo, como si esa no fuera la actividad cotidiana de los que tenemos la suerte de poder ejercerla y la que se les exige a ellos de oficio, la cosa más natural del mundo.
“Garre tira la casa por la ventana”, anunciaba Manuel Buitrago en el periódico hace pocos días. Y enumeraba el paquete de medidas anunciadas por nuestro presidente comunitario en un intento –supongo- de anestesiar el descontento secular que el largo –extraordinario- dominio de un partido hegemónico en esta región ha engendrado: 402.000€ para la ITV. de los edificios; 400€ para los profesores de idiomas; 8,6 M.€ para rehabilitación de viviendas; 50 M.€ para devolver la paga extra a los funcionarios, y un largo etc. que ocupa toda una página. Como si esas medidas extraordinarias no hubieran tenido que ser las normales para la buena gobernanza, que es su responsabilidad.

El mismo periódico describía, con documentada minuciosidad, las polifacéticas actividades de nuestro alcalde murciano, capaz de realizar extraordinarias actividades de alta gama en un prodigio de ubicuidad que haría palidecer a Fr. Martín de Porres. Lo cual no le impide vivir sin tocar durante años sus cuentas corrientes, atendiendo a sus gastos cotidianos con el pequeño estipendio recibido en mano por prestar su donosa figura en algún consejo de administración. Que lo imputen por corrupción es minucia que no le impedirá obtener un acta de diputado que le blinde ante la justicia.
Uno, en su ingenuidad, piensa que es posible que estos señores que han escogido la política como actividad exclusiva de su vida laboral, deben creerse, como los Brahmanes, salidos de la cabeza de la divinidad, con derecho a enriquecerse extrayendo de la teta común lo que a ellos se les antoje, y que los demás, pobrecitos, hemos salido de otras partes menos nobles de Brahama. Es como si vivieran en una galaxia diferente y distante a la de los demás mortales.
Y lo grave del caso es que no son ellos los culpables (de la corrupción y la poca vergüenza sí), sino el resto de los ciudadanos que, con nuestro voto libre, los hemos colocado donde están sin arbitrar los necesarios mecanismos de control. Somos culpables, con el agravante de reiteración.
Por fortuna, no hay mal que cien años dure y, periódicamente, tenemos la ocasión de remover poltronas y prestar nuestro apoyo a nuevos movimientos todavía sin contaminar a los que deberemos instalar los necesarios frenos que la experiencias anteriores nos han mostrado imprescindibles.

En nuestras manos está.

martes, 3 de febrero de 2015

GALGOS O PODENCOS



Como siempre que se tratan temas de religión o de política, la conversación se fue poniendo agria y el tono subiendo en un crescendo que amenazaba la habitual paz de nuestra tertulia vespertina. El tío Cacaseno, republicano de toda la vida, era el que más leña echaba en el asador. Su apasionamiento, que no había decrecido con los años, amenazaba con ponerlo al borde de la apoplejía, la cara roja y las venas del cuello como ramas de olivera, mientras esgrimía ante los presentes, como una daga florentina, un dedo admonitorio retorcido por la artritis. Su blanco eran los partidos de derecha. 
Fernández, el conciliador, terció como siempre, intentando quitar hierro al asunto:
—Tío Cacaseno, no se acalore Ud. que le va a dar algo. Tenemos democracia desde hace ya muchos años y cuando ganan unos (por el margen que sea) tienen todo el derecho a gobernar durante el periodo que se les ha adjudicado, y los demás la obligación de ayudarlos para que lo hagan lo mejor que sepan o puedan. Si son de nuestra cuerda, mejor, pero si no lo son, es lo mismo. Si en nuestro pueblo sale elegido un alcalde de derechas, pongamos por caso, a partir de ese día es el alcalde de todos los vecinos. Él tiene la obligación de gestionar para todos sin distinción, y nosotros el deber de respetarlo. Si no nos gusta su gestión, a las próximas elecciones votamos a otro y en paz.
—No estoy de acuerdo, yo soy de izquierdas de toda la vida. Si el alcalde es de los míos es mi alcalde, y si no, no.
—Pues perdone, que no quiero faltarle, pero diría que es Ud. una miaja cerril y ultramontano.
—No me digas palabra raras, Fernández, que los que habéis estudiado parece que queráis reírse de nosotros.
—No son raras, Cacaseno, están en el diccionario. Lo que quiero decirle es que tendríamos que haber aprendido ya que la democracia consiste, entre otras cosas, en manifestar igual respeto por el oponente político que por nosotros mismos, aceptando el principio universal de que tener una tendencia política o unas posiciones dentro de ella no nos convierte automáticamente en poseedores de la verdad. Debemos aceptar que es posible que los que se oponen a nuestra opinión tienen la misma capacidad que nosotros para estar en lo cierto. Si un equipo municipal lo hace bien, cuida las infraestructuras, instala iluminaciones, mejora el asfaltado, promociona nuestras veredas y caminos como recorridos lúdicos, realiza un buen plan de actividades culturales y de políticas de emigración e igualdad y, en general, se preocupa del bienestar de los administrados, así es percibido por la gente y considero que ese es un buen equipo de gobierno, sea del signo político que sea. Los hemos elegido, por mayoría, para que nos administren bien y cumplan correctamente su cometido.
—Tú me hablas de un mundo ideal en el que cada uno hace lo que tiene que hacer, pero no me digas que en la política nacional eso funciona también, porque no me lo creo.
—Esa es la pena, que los partidos políticos de ámbito nacional han perdido la noción de lo que se les ha encomendado en primer lugar, que es la buena administración de los ciudadanos y, perdido el “oremus”, concentran todos sus esfuerzos en quitar al contrario para ponerse ellos sin muchas garantías de que su gobierno mejore al de los actuales, porque los márgenes de maniobra no son demasiado anchos. En esa batalla cruel y fratricida perdemos todos, los actores principales y los pobres administrados, victimas, unos y otros de esas luchas feroces e irracionales. ¡Cuanto mejor no sería que colaboraran, en la medida de lo posible, para llevarnos a buen puerto! Me recuerdan a la fabula de los dos conejos que, discutiendo si sus perseguidores eran galgos o podencos dan ocasión a que lleguen los perros y se coman a ambos.
—¡Lo que hace el haber leído, Fernández!
                                                                                        





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