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martes, 28 de abril de 2015

DEL PERIÓDICO

Dejó el Cacaseno sobre la mesa este recorte:
(el Cacaseno tiene la mala costumbre de recortar, a hurtadillas, los sueltos que le interesan de los periódicos en los bares).
—Ahí lo tienes, Juan, mira lo que dice tu presidente: que no conviene apretarle en lo de las incompatibilidades a los diputados, no vaya a ser que se espanten,  pierdan el interés en apacentar a sus electores y se dediquen a menesteres más productivos.
El Juan de la Cirila se amosca pronto con el Cacaseno.
—No me piques el billete, Cacaseno, te tengo dicho que no es mi presidente. Una cosa es que yo sea de derechas, y otra cosa es que sea acérrimo votante del PP. Te diré, para que lo sepas, que me estoy planteando seriamente no votarlos en las próximas elecciones.
—Otro que se pasa a Ciudadanos. ¿Pero no ves que son los mismos con collar diferente? Y a lo mejor, con el tiempo, derechean más que los otros…
—Yo no he dicho que vaya a votar a Ciudadanos, hay muchas otras opciones, por fortuna. Lo de los dos ‘grandes partidos’ parece que toca a su fin. Ya veremos lo que voto…o lo que no voto.
Fernández, el conciliador, interviene.
—Dejaros de piques. Lo que a mí sí me parece grave es que el presidente de la nación, el presidente de todos…
—El mío, no, salta el Cacaseno.
—El tuyo también, lo votaras o no lo votaras. Decía que me parece grave que el presidente de la nación haga unas manifestaciones como esas, de las que puede inferirse que a los diputados hay que mantenerles ciertas prebendas y dejar que hagan chanchullos o vendan información privilegiada para ‘redondear su sueldo’. Eso sí me parece una opinión que retrata la situación de deterioro moral y ético a la que estamos llegando. Y dicho por el presidente de la nación, patético. Es como invitar a la bajeza moral, legal pero bajeza.
—Te dije hace tiempo, Fernández, que habíamos puesto a las zorras a cuidar de las gallinas…
—Estamos en una democracia –salta el Dr. Mateo- y la voluntad del pueblo es soberana. Los pusimos libremente. Y los hemos seguido votando. En esta región desde 1995, Valcárcel ha sido el presidente de Comunidad más votado, por algo será.
—Sí, pero al pueblo se le manipula con facilidad.
—Eso no es culpa de la democracia, sino nuestra, que somos unos comodones y dejamos el trabajo de la política a otros, cuando ‘El fundamento básico del sistema democrático es la libertad y una característica de la libertad es gobernar y ser gobernado por turno’, como decía el maestro de Estagira.
—Leches Mateo, cuando sacas los latinajos, haces tabla rasa -apostilla Juan de la Cirila mordiéndole a su tostada.




martes, 21 de abril de 2015

LA SOLEDAD DEL MÁNAGER

Para María José, devota cinéfila.
Todos los años, cuando en esta tierra aprieta la calor la gente reacciona, poco más o menos, con los mismos comentarios: ‘este año hace más calor que nunca’, ‘hogaño la temperatura ha subido antes y con tiempo’, ‘nunca, antes, habían hecho estos calores’, etc. Luego, cuando se miran las estadísticas resulta que, grado arriba grado abajo, el asunto es muy parecido al de años anteriores, lo que pasa es que la memoria es frágil y uno recuerda con cierta dificultad los accidentes climáticos de tiempos pasados, aunque no estén todavía muy lejanos en el tiempo.
Lo cierto es que cuando aquí pega el sol, pega de veras y hay días, especialmente si sopla el endemoniado lebeche, que se asan hasta los pájaros y las ranas pasean con la cantimplora en bandolera. Solo las horas que siguen al fresco amanecer son aprovechables para dar mis largos paseos en bicicleta, reparadores por igual del cuerpo y del espíritu.
Los caminos rurales de mi zona, aunque en diferentes condiciones de conservación, y algunos en manifiesto estado de abandono, proporcionan el escenario adecuado para esas expansiones. La soledad, solo interrumpida de tarde en tarde por algún campesino que se dirige a sus tareas, caballero en una motillo cojitranca y asmática, más el silencio arañado suavemente por el son chicharrero de la cadena, son las únicas compañías que el excursionista encuentra a tan tempranas horas. Algún gazapillo, tímido, asustadizo y despistado, sale disparado  de vez en cuando entre las matas que bordean el camino, corriendo en zig-zag delante de la rueda a pique de provocar el atropello.
Esa soledad, buscada con cuidado y disfrutada con la avaricia de lo efímero, me recuerda en cada paseo a la del manager, que aparece en el relato de Vázquez Montalbán en un libro descubierto por casualidad en los años 80 del siglo pasado (dicho así, parece que fuera en la Prehistoria), durante un viaje en el Puente aéreo Madrid-Barcelona del que solo guardo memoria por el feliz hallazgo impreso. El resto de la misión debía carecer de importancia.
El grandísimo escritor que fue Manuel Vázquez Montalbán (hoy, por cierto, bastante olvidado), autor de la serie Carvalho pero también de otras muchas obras interesantes y de mayor calado, fue un descubrimiento que casi me hace caer del avión
como otros cayeron del caballo, deslumbrado por el rayo aparecido en mi vida de improviso. Y desde aquel momento, me convertí en un asiduo lector de sus obras hasta la última publicada (creo que a título póstumo) Milenio Carvalho.
Antes, en 1962, había debutado en las carteleras la película La soledad del corredor de fondo, dirigida por Tony Richardson, protagonizada por Tom Courtenay que encarnaba un personaje (Colin Smith) que, por circunstancias que no son ahora del caso, se ve abocado a la carrera de fondo, disciplina en la que acaba triunfando gracias a su perseverancia en el esfuerzo solitario. Luego, la de Tom Hakns, sobre el mismo tema, que nunca acabó de hacerme gracia.
Obras de tan distinto porte, amén de una descubierta con posterioridad del escritor japonés Haruki Murahami Autoportait de l’auteur en courreur de fond, tienen una temática común: historias concurrentes que han pasado a mis recuerdos seguramente deformadas por la distancia en el tiempo y la distorsión que la memoria introduce, inevitablemente, en nuestros archivos mentales. Sus recuerdos son mis compañeros de viaje mañanero, cuando las calores no han blincado todavía la llamada inversión térmica y el airecillo tenue de la mañana refresca las primeras gotas de sudor provocadas por el pedaleo. Los personajes de estos relatos, que tienen de común la soledad intensamente vivida en medio de una sociedad multitudinaria y agobiante, me siguen cada mañana en la mía, conscientemente buscada al menos durante el rato de las horas frescas, e intensamente disfrutada en su imaginaria compañía.




martes, 14 de abril de 2015

UNA DE CINE-POLITICA


A mi amigo Antonio Campillo, maestro cinéfilo, entre otras artes.
 Recuerdo cuando hace ya años, los jovenzuelos ávidos de las escasas emociones que podía  proporcionarnos el fin de semana, teníamos que conformarnos con largas sesiones de cine en technicolor. Eran, casi siempre, películas de vaqueros o romanos, intrascendentes historias nada atentatorias contra el sexto mandamiento. La iglesia católica, guardiana permanente de nuestra delicada moral era a las únicas que no les metía la tijera, y el Régimen, siempre protector de su institución hermana, autorizaba los cortes previniendo las perversas asechanzas judeo-masónicas.
Aquella censura, produce ahora una hilaridad incrédula a los pocos jóvenes que se toman la molestia de escuchar las batallitas de los fósiles que los antecedieron en el uso del espacio. Yo les aseguro que marcó de forma casi indeleble los primeros años de muchos de nosotros.
Un servidor quiso ser, sucesivamente, John Wayne, en ‘La diligencia’ conducida por John Ford, Clark Gable en ‘Lo que el viento se llevó’ y Kirk Douglas en ‘Espartaco’. Mi último héroe, que probablemente me acompañe al más allá, fue Clint Eastwood, al que adopté en ‘La muerte tenía un precio’, he seguido hasta ‘El gran Torino’ y no he abandonado todavía.
Todos ellos eran hombres fornidos, además de atractivos, y repartían unas castañas (síntoma inequívoco de envidiable virilidad) que dejaban fuera de combate a los numerosos villanos con los que, dada su azarosa vida, tarde o temprano se encontraban. Últimamente me he decantado por la suave inteligencia de Atticus Finch, y es probable que nunca mate a un ruiseñor.
Pero había uno de aquellos héroes (y a esto viene la historia), que a pesar de su incuestionable belleza rubia, siempre repeinado y compuesto, aun en los momentos más difíciles de los inolvidables ‘Horizontes de grandeza’, no daba la talla (física) de los anteriores. Era bajito, hasta para aquella época en que aún no se había producido el estirón de las poblaciones, que ha llenado nuestras ciudades de larguiruchos dos palmos más altos que nosotros y con pies como canoas. La carrera cinematográfica de aquel bajito, Alan Ladd, fue una dura competición para que no se notara lo exiguo de su estatura al lado de sus compañeros de reparto. Sus películas (que ahora repasamos con mirada quizás excesivamente crítica), constituyen un alambicado compendio de trucos y montajes para que no se percibiera esa diferencia. En muchas escenas aparecía sentado y en otras, de pie cuando los demás estaban sentados, y en cuanto la ocasión lo permitía, a caballo.
Se escogía con cuidado a sus compañeros/as de reparto en función de una estatura que no sobrepasara la suya, y cuando todos los trucos fallaban o se hacía difíciles de aplicar, la cámara recurría a movimientos extraños de manera que se le enfocara siempre desde abajo (contrapicado, dice mi amigo Antonio), dando cierta impresión de gigantismo.
Me vienen ahora a la memoria aquellos recuerdos de infancia, llena de una feliz austeridad que entonces no percibíamos, al contemplar, con manifiesto desánimo, las vergonzosas estaturas de una importante minoría de nuestros políticos, sean de la cuerda o tendencia que sean. Como Alan Laddens redivivos, la mayor y principal tarea de su cometido profesional (al que han logrado encaramarse sin escatimar medios ni procedimientos) consiste en procurar que no se perciba su escasa estatura rodeándose de gentes más cortas que ellos todavía. Y así, viene a suceder que la categoría de muchos de nuestros dirigentes (miembros y miembras) ha entrado en un proceso de enanismo intelectual, como pasaba en ‘El hombre menguante’. Lo vergonzosamente triste, por inmoral, es que se retiran, después de pocos años de oficio, con el riñón bien cubierto. Aguantan el chaparrón de las críticas con impertérrita sonrisa, cuando no en olor de multitudes. Sus menudos seguidores, en un desconcertante ejercicio de enanismo político, parecen considerarlos más cuanto mayor es el flagelo de la corrupción con que los han estafado.
Así nos va.







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