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martes, 21 de abril de 2015

LA SOLEDAD DEL MÁNAGER

Para María José, devota cinéfila.
Todos los años, cuando en esta tierra aprieta la calor la gente reacciona, poco más o menos, con los mismos comentarios: ‘este año hace más calor que nunca’, ‘hogaño la temperatura ha subido antes y con tiempo’, ‘nunca, antes, habían hecho estos calores’, etc. Luego, cuando se miran las estadísticas resulta que, grado arriba grado abajo, el asunto es muy parecido al de años anteriores, lo que pasa es que la memoria es frágil y uno recuerda con cierta dificultad los accidentes climáticos de tiempos pasados, aunque no estén todavía muy lejanos en el tiempo.
Lo cierto es que cuando aquí pega el sol, pega de veras y hay días, especialmente si sopla el endemoniado lebeche, que se asan hasta los pájaros y las ranas pasean con la cantimplora en bandolera. Solo las horas que siguen al fresco amanecer son aprovechables para dar mis largos paseos en bicicleta, reparadores por igual del cuerpo y del espíritu.
Los caminos rurales de mi zona, aunque en diferentes condiciones de conservación, y algunos en manifiesto estado de abandono, proporcionan el escenario adecuado para esas expansiones. La soledad, solo interrumpida de tarde en tarde por algún campesino que se dirige a sus tareas, caballero en una motillo cojitranca y asmática, más el silencio arañado suavemente por el son chicharrero de la cadena, son las únicas compañías que el excursionista encuentra a tan tempranas horas. Algún gazapillo, tímido, asustadizo y despistado, sale disparado  de vez en cuando entre las matas que bordean el camino, corriendo en zig-zag delante de la rueda a pique de provocar el atropello.
Esa soledad, buscada con cuidado y disfrutada con la avaricia de lo efímero, me recuerda en cada paseo a la del manager, que aparece en el relato de Vázquez Montalbán en un libro descubierto por casualidad en los años 80 del siglo pasado (dicho así, parece que fuera en la Prehistoria), durante un viaje en el Puente aéreo Madrid-Barcelona del que solo guardo memoria por el feliz hallazgo impreso. El resto de la misión debía carecer de importancia.
El grandísimo escritor que fue Manuel Vázquez Montalbán (hoy, por cierto, bastante olvidado), autor de la serie Carvalho pero también de otras muchas obras interesantes y de mayor calado, fue un descubrimiento que casi me hace caer del avión
como otros cayeron del caballo, deslumbrado por el rayo aparecido en mi vida de improviso. Y desde aquel momento, me convertí en un asiduo lector de sus obras hasta la última publicada (creo que a título póstumo) Milenio Carvalho.
Antes, en 1962, había debutado en las carteleras la película La soledad del corredor de fondo, dirigida por Tony Richardson, protagonizada por Tom Courtenay que encarnaba un personaje (Colin Smith) que, por circunstancias que no son ahora del caso, se ve abocado a la carrera de fondo, disciplina en la que acaba triunfando gracias a su perseverancia en el esfuerzo solitario. Luego, la de Tom Hakns, sobre el mismo tema, que nunca acabó de hacerme gracia.
Obras de tan distinto porte, amén de una descubierta con posterioridad del escritor japonés Haruki Murahami Autoportait de l’auteur en courreur de fond, tienen una temática común: historias concurrentes que han pasado a mis recuerdos seguramente deformadas por la distancia en el tiempo y la distorsión que la memoria introduce, inevitablemente, en nuestros archivos mentales. Sus recuerdos son mis compañeros de viaje mañanero, cuando las calores no han blincado todavía la llamada inversión térmica y el airecillo tenue de la mañana refresca las primeras gotas de sudor provocadas por el pedaleo. Los personajes de estos relatos, que tienen de común la soledad intensamente vivida en medio de una sociedad multitudinaria y agobiante, me siguen cada mañana en la mía, conscientemente buscada al menos durante el rato de las horas frescas, e intensamente disfrutada en su imaginaria compañía.




2 comentarios:

  1. Magnifica reflexión Mariano sobre la "pertinaz soledad" que como la tenaz grama siempre persiste, verdea, y es imposible erradicar ·
    Un abrazo.

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  2. Pos me he quedado igual que estaba, Rahmi, colega.

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