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martes, 17 de noviembre de 2015

TOMATINAS Y MOROS

Respeto las fiestas populares, pero no soy asiduo. A algunas, por compromiso, acudo de peor o mejor grado, otras las evito tan discretamente como puedo. Algo parecido me sucede con los festejos folklorico-religiosos, romerías y similares, que procuro soslayar sin desairar a nadie. Una de las primeras fotografías de mi infancia (en la que estas no eran frecuentes) me refleja, disfrazado ad hoc, subido a una carreta de bueyes en el “Bando de la Huerta”, que entonces era una cosa discreta y familiar. Para más detalles, la foto es de D. Miguel Herrero, excelente fotógrafo, mejor persona, y amigo de la familia. Guardo un entrañable recuerdo de aquellas fiestas de mi infancia y de la ciudad recoleta y provinciana que Murcia fue.
Hace poco, me invitaron a una fiesta, cuyo atractivo consistía en verter, para diversión de autóctonos y extraños, no sé cuantos miles de kilos de tomates con los que unos y otros se embadurnan hasta quedar hechos un ecce homo. Seguro que la diversión es cosa asegurada.
Es harto improbable que yo asista a tal fiesta. Estoy convencido de que si hubiera nacido en ese pueblo, pensaría de forma diferente, pero no he tenido esa suerte. Lo que supone el desperdicio de esa cantidad de alimentos, en estos tiempos de penuria -y en cualquiera otros-, es cuestión en la que no me adentro.
Más discreto, aunque igual de lúdico e ingenioso, se me antoja el lanzamiento de huesos de aceituna, insólito deporte que no dudo ha de alcanzar pronto las más altas cotas de reconocimiento internacional. Sus practicantes ya comienzan a ser considerados como deportistas de élite. Por desdicha, tampoco estoy dotado para su práctica.

Hace poco, un buen amigo me invitaba a participar en los actos que con motivo de la fiesta de “Moros y Cristianos” se celebran en su localidad. Cortesía que le agradecí en lo que vale.
— ¿Una fiesta tradicional?, le pregunté.
—Ya lo creo -me contestó- viene de hace cientos de años, ha estado latente hasta hace poco. ¿No sabes que los moros estuvieron aquí muchos siglos?
Hasta que los echaron, dije para mi coleto.
—Los judíos también –le dije- ¿Porqué no incorporarlos a la fiesta?
Mi amigo, que había concluido ya los argumentos de que disponía, me invitó a conocer el campamento moro, y el cristiano, la procesión del pan, el alarde arcabucero, la leche de camella y no sé cuantos inventos más. El asunto prometía, pero tengo acumuladas suficientes experiencias entre los habitantes del Sahara para contentarme con sucedáneos. Así es que lo de los moros y cristianos tampoco pudo ser.
Espero que me encaje la próxima fiesta a la que me inviten.

martes, 10 de noviembre de 2015

DE VIRGENES Y DEMOCRACIAS

Circula por mi pueblo una petición de firmas para nombrar a la Virgen del Rosario ‘Alcaldesa perpetua’.  Es iniciativa, aunque original y sorprendente, tan digna de consideración como cualquier otra, si bien invita a cierta reflexión que me permito compartir con quien se tome el trabajo de seguir leyendo.
Vivimos en un país aconfesional y según todas las perspectivas razonables, tendente a la laicidad, como nuestros vecinos europeos. Parece un síntoma de salud ciudadana separar los asuntos civiles de los religiosos.
Los ciudadanos disfrutamos la opción de practicar cualquiera de las religiones que el amplio abanico de creencias pone a nuestro alcance, o no practicar ninguna. Por el bien de esas creencias, no parece oportuno mezclar el gobierno de las almas con el funcionamiento de las instituciones civiles. Item más cuando se nos avecinan otras formas religiosas diferentes, y aún antagónicas, con las que habremos de convivir en paz y sosiego. Las normas religiosas afectan y obligan a sus adeptos, no así las civiles que son comunes a todos. Dice un consejo recogido en uno de los Libros Sapienciales: ‘A Dios lo que es de Dios, y al Cesar lo que es del Cesar’. No se me ocurre más sabia recomendación; es sorprendente que los seguidores de esa religión no la apliquen con la rotundidad que merece.
La democracia que intentamos practicar -sin demasiado éxito hasta la presente-, supone el gobierno de la mayoría, pero también el respeto a todas las opiniones expresadas dentro del marco legal, y a la igualdad de derechos de todos los ciudadanos, como dice nuestra Constitución, hasta ahora en vigor. Esta idea, que en otros países ya es madura y aceptada con naturalidad, en el nuestro no parece tan implantada. Reconocer –y aceptar de buen talante- a los que piensan de forma diferente, no es habitual –todavía. Todos queremos tener razón, la nuestra, y consideramos equivocado al que mantiene una postura diferente. Quizás eso haya producido los radicales desencuentros de que nuestra reciente historia está trufada.
Los que tienen el mandato de dirigirnos, de una u otra tendencia, no son enemigos entre sí, sino individuos que procuran el bien común a través de procedimientos diferentes, y las ideas y opiniones de unos y otros merecen tanto respeto y consideración como las nuestras. Naturalmente, desechando el insulto, la descalificación y, por supuesto, la corrupción que no es sino una enfermedad de la democracia, a la que todos deberíamos hacer frente sin distinción de ideologías ni partidos políticos.  
Tienen, las Vírgenes y los Santos, católicos o de cualquier otra religión, lugares de culto dignos de respeto, donde los fieles puedan acudir según sus normas les recomienden. La injerencia de cualquier creencia religiosa en asuntos civiles no es recomendable. Otras sociedades elevan a leyes civiles los códigos religiosos, Los resultados son de todos conocidos.

Cada mochuelo a su olivo, aquí paz y después gloria. 

sábado, 7 de noviembre de 2015

QUERIDA LAGUNA

A sugerencia de mi amigo ANF.
 Hace ya tantos años que la memoria se llena de boria…
En Lo Pagán, ‘La Salustiana’, un colmado universal donde las madres enviaban a chiquillos en bicicleta para comprar artículos imprescindibles, desde el pan hasta el ‘flit’ de las moscas. Un largo descampado hasta Villananitos, con modestas viviendas de veraneantes diseminadas a largos trechos, el Castillo de Trucharte, el tabuco de ‘Cruz la Negrilla’, reposo de marineros descalzos al amor del vino dorado de Cartagena, en grandes vasos, a palo seco; el molino de Quintín, a lo lejos el de La Calcetera apenas entrevisto en las mañanas de neblina, cuando los zagales madrugadores se afanaban a la caza de cangrejos. Enfrente La Manga, plana y silvestre, asiento de gaviotas, cormoranes y flamencos, reposo de pescadores que, tras levantar las redes, se aplicaban al rustico Caldero con sobras de la caza. La encañizada, preñada de alevines y galupes, las islas, vírgenes al fondo…
En La Ribera, la gente pudiente, con casas discretamente ostentosas; en Los Alcázares, el Carmolí y Los Urrutias, pocos veraneantes de alpargata, que proporcionaban una alegría efímera al escaso comercio de una población deprimida el resto del año.
El Mar Menor: un paraíso rústico en el que los caballitos de mar flotaban perezosos creyéndose inextinguibles, y los pescadores navegaban en menudas embarcaciones de vela latina buscándo un magro sustento.
Con el progreso llegó el disparate: el veraneo al alcance de todos de forma indiscriminada y salvaje, como si los recursos fueran inacabables, como si la naturaleza no mereciera el respeto de un bien perecedero. Devoremos el capital si no tenemos bastante con las rentas. Los que vengan detrás, que areen.
Crecieron las edificaciones como hongos malsanos. La Manga se puso de moda, cartageneros, murcianos y madrileños acudieron en tromba. Edificios monstruosos hasta la orilla del mar atormentado; un puerto de gran calado para barcos que, en un acelerón se salen de esa mar chica, vida nocturna de Cabo Palos y una Venecia menuda y pretenciosa, imposible. El progreso, la contaminación, el desastre ecológico para dejar a las generaciones venideras; los emisarios y la porquería diseminada en las aguas azules que mata los peces, ramblas con vertidos de metales pesados, espigones artificiales y arenas traídas de no se sabe dónde, tanques de tormentas que nada arreglan, medusas de las que hay que proteger a los bañistas con kilómetros de redes…


¿Irreversible? Nada es irreversible, siempre se está a tiempo. Tomemos conciencia de los errores cometidos, con humildad y decisión. Nunca es tarde. Los varios municipios costeros tienen la obligación de coaligarse en un frente que empuñe la batuta y nosotros, ciudadanos de a pié, dueños del bien común, la de presionarlos para detener –y revertir- tanto disparate.
El Mar Menor es uno de los mejores activos de nuestra región, muchas iniciativas deportivas lo atestiguan. Es lugar plácido para embarcaciones sin estruendo, para competiciones de remo y vela, para el reposo familiar en las playas artificiales, para el paseo sosegado en atardeceres inigualables.
Aún estamos a tiempo. Iniciativas como el Pacto por el Mar Menor, lo atestiguan.

martes, 3 de noviembre de 2015

POSTRIMERÍAS, SANTIAGO PADRÓS Y LA CASTAÑERA

Un recuerdo de Ubeda para Isabel .
Sé que no existen las casualidades, lo que llamamos azar no es más que un cúmulo de circunstancias a las que, por parecernos sorprendentes, atribuimos toda suerte de particularidades cuasi mágicas. Nada es real, nuestra fantasía o nuestros deseos, nutren las circunstancias normales de un halo de misterio. Creemos vislumbrar fuerzas ocultas en las que imaginamos designios de seres superiores siempre fantásticos. La magia, como explicación de los fenómenos que no comprende, acompaña al hombre desde el principio de los tiempos. Es la solución para todos los misterios que no es capaz de desentrañar, pero es una solución falsa, proclive a oscurantismos.
Cualquier noche de hotel ubetense, haciendo zapping, en una emisora local, me sorprende una señora que dice adivinar el futuro mediante una serie de adminículos que tiene sobre la mesa: cartas de tarot, velas de colores, perfumes, piedras que albergan en su interior misterios insondables...De pronto nombra a Santiago Padrón y despierta mi atención; sigo interesado la charla insustancial que mantiene con una cliente empeñada en conocer el futuro de una relación nueva y, al final de la consulta, la vidente vuelve a referirse a Santiago Padrón, artífice de la cúpula del Cristo de Medinaceli y del valle de los Caídos. Un sobresalto. Dice que murió en un accidente automovilístico en..... Otro sobresalto. Ahora ya no hay duda. Se trata de Santiago Padrós, mi amigo, mi compañero de mañanas soleadas en la playa de Comarruga. El hombre al que acompañaba en su patín, que me enseñó los rudimentos de la difícil navegación de un velero sin timón, el hombre que firmaba como Sant Yago sus obras de arte.
Se perdió Santiago en un estúpido accidente de coche y la posibilidad de su obra futura, como se había perdido Alvar Fañez en la conquista de Úbeda, aunque no por las mismas razones; no se sabe si Fañez se perdió por los cerros –imposibles de encontrar- o por los cirros que con frecuencia cubren los bajos, llenándolos de una bruma sobre la que parece flotar la gente entre un paisaje de olivos. Como flotaba Francisco de los Cobos sobre las brumas de su afán de pervivencia cuando mandó construir la gran capilla donde enterrarse él y sus descendientes, quizás para que las generaciones futuras pudiéramos admirar el poderío que tuvo en vida. La vanidad de los hombres nos viene acompañando desde hace muchos siglos con tal intensidad que pretendemos ser diferentes, hasta después de muertos. Don Francisco de los Cobos hizo construir ese enorme edificio funerario, igual que los faraones del imperio antiguo construyeron las pirámides, o Mauloso su sepulcro del que solo conservamos vagas referencias. Ese mismo afán debió de llevar a Caterina Campodónico, la castañera de Génova, a ahorrar céntimo a céntimo el dinero necesario para sufragar un panteón que admiraran los visitantes del cementerio de Staglieno. Un joven estudiante menesteroso, al que de vez en cuando aliviaba el hambre con sus castañas templadas, se convirtió andando el tiempo en el músico Giuseppe Verdi que, en recuerdo de aquellos tiempos la invitó a cada uno de sus estrenos operísticos. Él y sus amigos terminaron de pagar la estatua que el maestro Orengo le había confeccionado a la castañera.
Aun en el más humilde está el afán de ser recordado para siempre.






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