Seguidores

martes, 24 de mayo de 2016

CHURRAS, MERINAS Y EL SR. MENDOZA


Leo en la prensa que el Sr. Mendoza, factótum de la UCAM, está llamado a declarar ante el juez por unas manifestaciones vertidas hace ya tiempo en las que expresaba que, según su dios -con el que parece tener un trato muy cercano-, consideraba una abominación el matrimonio entre personas del mismo sexo.
Y me resulta chocante que estas manifestaciones sorprendan a nadie, y más que puedan ser objeto de demanda judicial, conociendo el ideario del Sr. Mendoza y los mandamientos de su dios. Cada confesión religiosa predica entre sus adeptos determinadas formas de actuación, anima unas y persigue otras. Eso entra dentro de la libertad de cada individuo para creer en una religión determinada o en ninguna. Afortunadamente, la feraz imaginación de los hombres ha inventado religiones para todos los gustos. Unas consideran pecado la ingesta de chorizos y de bebidas alcohólicas, otras el consumo de carne de vaca, otras las transfusiones incluso en peligro de muerte, aquella el trabajo de los sábados… y todas se consideran la única verdadera. En mi humilde opinión, cada uno es libre de adoptar la que le parezca más oportuna, siempre que ello no comporte imponerla a los demás ni vulnerar la libertad de pensamiento que la Constitución de nuestro país protege. Cada uno con su gusto va bien servido.
Otra cosa es que el Sr. Mendoza, o cualquier otro pretendan hacernos pasar alguna o todas las normas de su ideario por verdades universales que todos, obligatoriamente, debemos acatar. Eso sí que no.

Las opiniones son libres, no creo que debamos hacerles mayor caso, aunque se empeñen en mezclar churras con merinas.

LEONIDAS Y EFIALTES (y III). Tercera jornada.

El asunto pintaba muy mal para los persas que, a pesar de sus cuantiosas bajas, no habían logrado avanzar un solo paso. Jerjes se tiraba de la hermosa cabellera, como ha quedado retratado en algunos grabados de la época.
Así estaban las cosas cuando, al oscurecer de la segunda jornada, un pastor griego llamado Efialtes, se presentó en el campamento persa ofreciéndose a guiar a los soldados por una senda secreta que los llevaría a la retaguardia de los espartanos. No consta qué les pidió a cambio.
Leónidas, conocedor de la senda secreta (que no debía serlo tanto), había apostado en ella a un grupo de focenses, por sí las moscas. Cuando el destacamento persa, después de viajar toda la noche, les cayó encima, huyeron despavoridos. La suerte de los griegos estaba echada.
Leónidas y los suyos se dieron cuenta de que no tenían escapatoria. Megistias de Arcania, el augur que acompañaba al ejército, después de realizar complejos cálculos y consultar las entrañas de diversos animalillos sacrificados al efecto, llegó a la conclusión de que el desastre era inminente.
—Los dioses, en caso de litigio, suelen favorecer a los más poderosos, dijo a sus compatriotas a modo de consuelo.
Leonidas devolvió a sus hogares a muchos de los griegos que lo habían acompañado para que advirtieran al resto de las poblaciones de lo que se les venía encima. Para hacer frente al enorme ejercito persa, él se quedó con sus trescientos espartanos y algunos tespieos que decidieron compartir su destino con ellos. Dicen los historiadores que fue en ese momento cuando muchos soldados veteranos se encadenaron por el pié con sus jóvenes aprendices para compartir la misma suerte. Otros dicen que lo hicieron solo los amigos muy íntimos. A saber.
Al amanecer ese tercer día, Leónidas recomendó a sus hombres que des
ayunaran copiosamente, pues la próxima comida la harían, con toda probabilidad, en el Hades.
Hacia media mañana, Jerjes mandó atacar a sus hombres y los espartanos salieron a dar la batalla a campo abierto. Jerjes decidió ahorrar hombres y mandó a los arqueros lazar una lluvia de flechas sobre los griegos hasta que acabaron con todos.
Los persas se vengaron de Leónidas mutilando su cadáver y exhibiendo su cabeza pinchada en una pica.
*

Como os decía al principio de esta breve serie, en los difíciles tiempos que nos ha tocado vivir, me resulta grato recordar hazañas como la de Leónidas. Me reconforta pensar que no todo en la especie humana es la miseria intelectual, la cobardía y la ausencia de valores en que nos desenvolvemos ahora.


¡Chapeau por los griegos!

martes, 17 de mayo de 2016

LEONIDAS Y EFIALTES (II). Segunda jornada.

Leónidas, además de hombre valeroso y buen conductor de hombres, era un excelente estratega, así que decidió, para impedir el paso a los persas, apostarse en el estrecho paso de las Termopilas (Puertas calientes), llamado así a causa de las aguas termales que brotaban en sus proximidades.
En el lugar había un viejo muro suficiente para ocultar a los defensores de los espías que Jerjes envió a tantear el terreno. El paso tenía una anchura de unos 15 metros y Jerjes se imaginó que los griegos huirían aterrorizados ante la magnitud del ejército persa, por lo que se instaló cómodamente en su campamento y decidió esperar tres días para facilitarles la retirada.
Conviene aquí hacer un breve inciso para detenernos en el armamento de ambas formaciones, que resulta de interés para la claridad de nuestra historia.
Los persas se habían hecho famosos por su temible caballería, que en esta ocasión resultaba por completo inoperante. La infantería llevaba una armadura escasa, espadas cortas y ligeros escudos de madera que caían hechos astillas ante las lanzas de los griegos. Estos habían desarrollado una formación llamada "falange macedonia". Consistía en una línea en la que los combatientes se mantenían codo con codo protegiéndose mutuamente con los escudos (hoplon, de donde les vino el nombre de hoplitas). Entre los escudos, que presentaban una barrera inexpugnable, sobresalían las temibles lanzas de tres metros con las que ensartaban al enemigo antes de que llegara al cuerpo a cuerpo. Esa primera línea, sometida a un desgaste extremo, era renovada constantemente.
Cuando Jerjes se dio cuenta de que los griegos no pensaban en la huida, lanzó sus tropas de medos y cisios al ataque. Los griegos hicieron una carnicería durante aquel primer día de combate sin ceder un solo palmo de terreno.
Los griegos luchaban por convicción, defendiendo su derecho a la libertad y estaban dispuestos a morir por ella. Los de Jerjes eran deudores de la voluntad de su amo, el Gran Rey, que los enviaba a la batalla con absoluto desprecio de sus vidas, como reses al matadero.
A la vista del desastre del primer día de lucha y de los montones de cadáveres persas que se amontonaban en el desfiladero, el segundo día de combate, Jerjes decidió emplear a los Inmortales.
Esa tropa estaba formada por 10.000 hombres mucho mejor armados que el resto del ejército persa. Su nombre provenía del hecho de que cada uno que sucumbía era sustituido inmediatamente, de manera que su número permanecía constante. Sin embargo, los Inmortales tampoco lograron quebrantar la resistencia de los griegos y al final del segundo día, el ejército persa seguía estancado sin resultado y sus bajas se contaban por millares.
Y aquí se produjo el hecho que habría de cambiar el curso de la batalla.

Pero eso lo veremos en el próximo número. Un poco de paciencia.





martes, 10 de mayo de 2016

LEÓNIDAS Y EFIALTES (I). Primera jornada.

Nuestros primos los griegos, están ahora sometidos a los embates de naciones más poderosas, a las que -como todos los demás europeos- se pliegan resignados. Pero no siempre fue así. En estos tiempos de tribulación para ellos, me viene a las mientes esta vieja historia que quiero recordar con ustedes.

*

Hace unos pocos años (en 490 aC. para ser exactos), el rey de los persas, Darío I decidió darle una lección a los ciudadanos de Atenas que habían participado en unas revueltas contra su autoridad. A tal efecto, preparó su ejército y se dispuso a la invasión, pero le salió el tiro por la culata. Milciades y Datis, al frente de los atenienses, le dieron una paliza de muerte en la playa de Maratón.
Jerjes, hijo de Darío, se tomó el asunto muy a mal y en agosto del año 480 aC. decidió vengar la derrota de su padre, para lo que organizó un poderoso ejército que, según los historiadores podía oscilar entre los 90.000 y los 300.000 hombres (a los historiadores, en ocasiones, no les gusta demasiado comprometerse en la exactitud de las cifras). Como primera providencia y para que nadie pudiera acusarlo de ataque sorpresivo, envió a las principales ciudades griegas embajadores con un claro mensaje: tierra y agua, que, en el lenguaje subliminal de la época venía a decir: rendición absoluta, o sus vais a enterar.
Algunos griegos se sometieron, pero otros decidieron dar la batalla, entre ellos, los espartanos.
Esparta era una región poblada por hombres que se regían por un decálogo de supervivencia y esfuerzo (la agoge) en el que se adiestraba a los ciudadanos para el ejercicio de las armas. Eran llamados homoioi, iguales, ya que todos recibían la misma educación y tenían los mismos derechos. Constituían una comunidad de hombres silenciosos y austeros, ajenos a toda ostentación.
Estaba claro que la defensa de todos los griegos debía estar comandada por los espartanos, pero entre las muchas virtudes de estos, no se encontraba la flexibilidad, y ese mes celebraban las Carneidas (fiestas en honor de Apolo, que era el dios que funcionaba en aquellos momentos), durante las cuales estaba prohibido movilizar el ejército. Estaban los griegos, pues, en un callejón sin salida. Si movilizaban al ejército, Apolo podía tomar venganza, si no lo movilizaban serían invadidos por los persas. En esa tesitura, Leónidas, que junto con Leotíquidas II, reinaba entonces en Esparta decidió darle a los persas la batalla por su cuenta, contando con la guardia real, que en puridad no podía considerarse ejército. Convocó a todos los que tenían hijos para asegurar la supervivencia de las familias de los que cayeran en combate. Así reunió a unos 300 hombres, muchos de los cuales se encadenaron de dos en dos, para impedirse abandonar al compañero si las cosas iban mal dadas, como se esperaba. Además de sus propias fuerzas, Leónidas contaba con el auxilio de otros griegos: periecos e ilotas, locrios y beocios, más algunos procedentes de Tespia y Focea. Los historiadores aventuran que el total de hombres bajo su mando podía estar alrededor de los 7.000.

To be continued en el próximo número. No se lo pierdan.



Related Posts Plugin for WordPress, Blogger... http://programalaesfera.blogspot.com.es/2012/07/el-ventanuco.html?spref=fb