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martes, 24 de mayo de 2016

LEONIDAS Y EFIALTES (y III). Tercera jornada.

El asunto pintaba muy mal para los persas que, a pesar de sus cuantiosas bajas, no habían logrado avanzar un solo paso. Jerjes se tiraba de la hermosa cabellera, como ha quedado retratado en algunos grabados de la época.
Así estaban las cosas cuando, al oscurecer de la segunda jornada, un pastor griego llamado Efialtes, se presentó en el campamento persa ofreciéndose a guiar a los soldados por una senda secreta que los llevaría a la retaguardia de los espartanos. No consta qué les pidió a cambio.
Leónidas, conocedor de la senda secreta (que no debía serlo tanto), había apostado en ella a un grupo de focenses, por sí las moscas. Cuando el destacamento persa, después de viajar toda la noche, les cayó encima, huyeron despavoridos. La suerte de los griegos estaba echada.
Leónidas y los suyos se dieron cuenta de que no tenían escapatoria. Megistias de Arcania, el augur que acompañaba al ejército, después de realizar complejos cálculos y consultar las entrañas de diversos animalillos sacrificados al efecto, llegó a la conclusión de que el desastre era inminente.
—Los dioses, en caso de litigio, suelen favorecer a los más poderosos, dijo a sus compatriotas a modo de consuelo.
Leonidas devolvió a sus hogares a muchos de los griegos que lo habían acompañado para que advirtieran al resto de las poblaciones de lo que se les venía encima. Para hacer frente al enorme ejercito persa, él se quedó con sus trescientos espartanos y algunos tespieos que decidieron compartir su destino con ellos. Dicen los historiadores que fue en ese momento cuando muchos soldados veteranos se encadenaron por el pié con sus jóvenes aprendices para compartir la misma suerte. Otros dicen que lo hicieron solo los amigos muy íntimos. A saber.
Al amanecer ese tercer día, Leónidas recomendó a sus hombres que des
ayunaran copiosamente, pues la próxima comida la harían, con toda probabilidad, en el Hades.
Hacia media mañana, Jerjes mandó atacar a sus hombres y los espartanos salieron a dar la batalla a campo abierto. Jerjes decidió ahorrar hombres y mandó a los arqueros lazar una lluvia de flechas sobre los griegos hasta que acabaron con todos.
Los persas se vengaron de Leónidas mutilando su cadáver y exhibiendo su cabeza pinchada en una pica.
*

Como os decía al principio de esta breve serie, en los difíciles tiempos que nos ha tocado vivir, me resulta grato recordar hazañas como la de Leónidas. Me reconforta pensar que no todo en la especie humana es la miseria intelectual, la cobardía y la ausencia de valores en que nos desenvolvemos ahora.


¡Chapeau por los griegos!

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