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martes, 28 de febrero de 2017

DE MONARQUIAS Y REPUBLICAS (I)

Nuestros primos italianos optaron, en su minoría de edad política reciente, por una forma de gobierno que a nosotros no nos dio buen resultado según demostraron las experiencias de los años 1873 y 1931. Y sin embargo, habían sido ellos los inventores de la monarquía en el universo cultural que compartimos. Cuenta la leyenda que dos gemelos, quizás de origen etrusco, abandonados a su suerte recién nacidos, fueron amamantados por una loba y rescatados así de un futuro incierto. Crecieron en edad y sabiduría, gracias al aporte energético de aquellos primeros calostros y andando el tiempo, a uno de ellos llamado Rómulo se le ocurrió fundar una ciudad a la que llamó Roma. Como nada es eterno y menos la vida del hombre, tuvo que ser sucedido cuando le llegó la hora por otro rey que heredó sus posesiones y su mando. Se llamaba este último Numa Pompilio y fue el segundo de una serie de reyes (Tulio Hostilio, Anco Marcio, Lucio Tarquino Prisco, Servio Tulio y Tarquino el soberbio), elegidos por el pueblo de Roma para que gobernaran de forma vitalicia. En un alarde de imaginación, se les reconoció el derecho de auspicium, capacidad para interpretar los designios de los dioses sin cuyo beneplácito no podía realizarse ningún asunto público. Las monarquías de otros países tomaron nota y sus reyes se acogieron también a los designios sagrados. De esta forma lograron que su mandato terrenal quedara refrendado por la divinidad, lo que hacía muy difícil que sus actuaciones fueran puestas en tela de juicio. El ultimo de la serie romana que, como su nombre indica era algo déspota, dio al traste con el sistema y el pueblo se concedió un gobierno republicano, confiando a dos cónsules elegidos anualmente el papel que antes había ostentado los reyes.
Unos 754 años después (ab urbe condita), se iniciaba la era cristiana y los diversos pueblos y naciones ensayaban a su vez sistemas de gobierno que evolucionaron desde las monarquías absolutas a republicas más o menos exitosas y por fin a las democracias modernas, cuyo germen habían ideado los griegos en sus acotadas polis.
Harto de monarcas inútiles, una buena parte del pueblo español optó por el sistema republicano, que proclamaron las cortes el 11 de febrero de 1873. Pero el asunto duró poco, sea por la inmadurez política de la población, por las guerras carlistas, la sublevación cantonal, la guerra de Cuba, o vaya usted a saber, que en esto, como en casi todo en la vida, hay opiniones variadas. El caso es que ninguno de los cuatro presidentes que se sucedieron en los dos años escasos que tuvo de vida la I Republica, lograron estabilizar el país.
Hasta que un conservador malagueño llamado Cánovas del Castillo, organizó la restauración borbónica con el regreso a España del único hijo varón de Isabel II, el príncipe Alfonso de Borbón.



Pero eso merece otro espacio y mayor sosiego.





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