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martes, 14 de marzo de 2017

DE MONARQUIAS Y REPUBLICAS (y III)

Henos con Rey constitucional (Alfonso XII) al que las malas lenguas suponían bastardo, y un sistema pendular entre los partidos Liberal-Conservador liderado por Antonio Cánovas del Castillo y Liberal-Fusionista que encabezó Práxedes Mateo Sagasta, (también invento del primero, que prefería hacerse la oposición controlada, algo así como la Coca y la Pepsi).
La corrupción política y el caciquismo se enseñorearon del país. Se aprobó la Constitución de 1876, finalizó la guerra carlista, se redujeron los fueros vascos y navarros y cesaron, aunque de forma transitoria, las hostilidades en Cuba mediante la Paz de Zanjón.
El precario estado de salud de SM., agravado por la generosa asistencia que se empeñó en dispensar a los afectados por la epidemia de cólera valenciana en el año 1885, (acción que le valió el arrastre de su carroza por el pueblo de Madrid como había sucedido años antes con su felón abuelo Fernando VII), acabó llevándolo a la tumba a finales de ese mismo año.

Entre los muchos deberes que dejó sin concluir figuraba su heredero, nacido pocos meses después, que se encontró ya rey desde ese momento aunque bajo la regencia de su madre Mª Cristina de Augsburgo-Lorena. Cuando Alfonso XIII, que más tarde sería conocido por el sobrenombre de “El africano”, y en Cataluña “El cametes” por lo delgado de sus piernas, se hizo cargo del poder a los 16 años, se encontró un panorama por demás convulso: falta de una verdadera representatividad política de amplios grupos sociales, pésima situación de las clases populares, los problemas derivados de la guerra del Rif, el nacionalismo catalán espoleado por la poderosa burguesía barcelonesa, etc. Luego acometieron al país toda una serie de desastres: la guerra contra los EEUU, la pérdida de las últimas colonias americanas, la guerra del Rif... Por si fuera poco, sufrió un par de atentados que estuvieron a punto de acabar con su vida, (uno en Francia junto al Presidente de la Republica y otro en Madrid, al lado de su esposa). El final fue la dictadura de Primo de Rivera que desembocó en la II República. Tampoco esta mano hubo suerte y la Republica acabó violentamente tras los tres años de guerra desencadenados por un grupo de generales rebeldes al frente de los cuales se encontraba el cariñosamente conocido como “Paca la culona”. Cuarenta años de agonía acabaron reponiendo en el trono a uno de los descendientes borbónicos, Juan Carlos I, de eficaz y reconocida trayectoria. Ahora nos encontramos con una monarquía en vías de consolidación, una vez el vástago encajado con la discreción requerida en la real cureña, pero a la que le salen ramas bordes, antojadizas y malsanas de difícil escarda mientras el resto de nostálgicos republicanos sueñan con épocas pasadas y tiempos más acordes con democracias cercanas.
El futuro, como siempre, se presenta tanto más interesante cuanto desconocido.




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